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Viento de cola para rato

La sequía en los EE.UU. es el principal motor de la violenta suba de los granos de los últimos meses y, si ella continúa, los precios tocarán niveles nunca vistos.

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En un estudio reciente, realizado para la Fundación Producir Conservando, proyectamos que el consumo hasta 2020 de las carnes vacuna y aviar, los lácteos, el trigo, los granos gruesos y oleaginosos, los aceites vegetales y las harinas proteicas aumentará de 1,5 a 1,9 billones de dólares entre 2010 y 2020; es decir, unos 400.000 millones de dólares o 23% en sólo diez años. Sin embargo, en 2020 el consumo per cápita de estos alimentos en los países emergentes estará todavía muy por debajo de los países desarrollados, lo que augura una demanda sostenida de alimentos más allá de 2020. Después de que el proteccionismo agroalimentario y nuestras propias torpezas nos lo impidieran, ha llegado al fin lo que tanto esperó la Argentina. Pero, una vez más, nos estamos comportando más como cigarras que como hormigas.
  
Explicar todo este fenómeno por la demanda de China es un error. Lo que estamos viviendo es un cambio estructural del orden económico mundial, cuyo centro es el rol protagónico de los países emergentes. Una de sus facetas es la demografía. Entre 2010 y 2040, la población mundial aumentará en 2000 millones de personas. Sólo 70 millones estarán en los países desarrollados; otros 430, en China y, sobre todo, en la India, y nada menos que 1500 en el resto del mundo emergente, tanto en Africa como en América latina y en otras partes de Asia.
  
Con supuestos razonables, también puede afirmarse que, en el mismo período, la población no pobre o de clases medias en los países emergentes aumentará de 920 millones a casi 5000 millones en 2040. Por esta dinámica demográfica y por su gran capacidad de crecer, los países emergentes en su conjunto serán los socios estratégicos de la Argentina y de América del Sur, tanto en alimentos como en otro vasto conjunto de productos básicos. Estará en nosotros la capacidad de lograr producir y exportar bienes más elaborados. Seguro habrá un mercado, como lo muestra por ejemplo un estudio de McKinsey que ha estimado que el consumo de alimentos elaborados en China aumentará al 7,3% anual entre 2010 y 2020; es decir, 442.000 millones de dólares en total.
  
Volviendo a los bienes aquí estudiados, queda claro que China no es la principal protagonista de su dinámica. Los emergentes en su conjunto aportarán el 81,4% del aumento de la demanda mundial; 86% en los alimentos de origen animal y 76,4% en los de origen vegetal. A aquel porcentaje, China aportará sólo 19,4 puntos; la India, 9,1 (gran mercado potencial), y el resto del mundo emergente, 52,9 puntos, repartido entre otros países de Asia (28,3), América latina (14,7) y Africa (9,9). Algo muy importante es que la contribución de los emergentes al aumento de las importaciones entre 2010-20 será aun mayor, alcanzando al 91,9% y con una contribución de 74,8 puntos sin China ni la India. En una mirada más larga, vemos que el autoabastecimiento de alimentos en China hasta mediados de este siglo se irá reduciendo en los bienes más relevantes para la Argentina: del 99 al 90%, en trigo; de 107 a 71%, en maíz; de 49 a 38%, en soja; de 67 a 58%, en aceites vegetales; de 100 a 89%, en carne vacuna, y de 96 a 79%, en lácteos. China seguirá autosuficiente, en cambio, en carne aviar.
  
Por su parte, los alimentos cuya demanda crecerá más rápido en el mundo y, sobre todo en los emergentes, serán, en ese orden, la carne aviar, los aceites vegetales, los granos oleaginosos, las harinas proteicas -mayormente subproductos de la molienda aceitera- y los lácteos. El crecimiento de la demanda de cereales, en cambio, será menor, por lo cual, salvo que haya políticas muy finas al respecto, la sojización de la agricultura argentina se acentuará aún más. ¿Será además la Argentina demasiado dependiente de China en sus productos oleaginosos? Lo es bastante hoy, pero dejará de serlo gradualmente, dado que la mayor demanda de China se dirige a los granos de soja -en cuya exportación predomina Brasil-, mientras que la Argentina se está especializando cada vez más en sus subproductos, como harinas y aceites, que aportarán el 100% del aumento de las exportaciones del complejo oleaginosos de la Argentina de aquí a 2020.
  
En síntesis, el tamaño del mercado de nuestros alimentos seguirá creciendo en una tendencia a largo plazo, no cíclica, que se extenderá con gran fuerza hasta 2020, perdurará por lo menos otros diez años y luego se sostendrá en altos niveles de demanda. El principal motor de esta tendencia es el aumento en cantidad y calidad de la dieta del mundo emergente, impulsado a su vez por su crecimiento demográfico y económico, su acelerada urbanización, la mayor importancia relativa otorgada al consumo y el impresionante aumento de las clases medias.
  
De entre estos factores, el más importante es el crecimiento del conjunto de los países emergentes, mucho más allá de China o la India. Todas estas fuerzas superarán el contrapeso del envejecimiento demográfico de algunos países, con China a la cabeza. Hay que tener presente también que esta tendencia no es lineal, porque se trata de mercados de precios muy volátiles en función del clima -como se ve ahora mismo- o de los cambios tecnológicos.
  
En el marco descripto, la Argentina tendría que pensar mucho más en países como Indonesia, Paquistán, Nigeria, Bangladesh, México, Filipinas, Vietnam, Etiopía, Egipto, Irán, Turquía, R. D. Congo o Tailandia, y menos en Angola o Azerbaiján. Para eso sería más que bueno contar ya mismo con unos cien jóvenes talentosos del servicio exterior estudiando los idiomas de ésos y otros países.
  
¿Cuánto podría influir en esta tendencia el nuevo coletazo de la crisis global? El futuro nunca es igual al pasado, pero de todas maneras es bueno recordar que entre 2007 y 2009 la demanda de alimentos de los emergentes siguió creciendo a muy buen ritmo (pese a que su crecimiento cayó de 8,7 a 2,8%). Tales son su magnitud y su probable duración que la oportunidad para la Argentina de este gran cambio de la economía global es mayor que la de hace más de un siglo (ver detalles en http://www.producirconservando.org.ar/trabajos.php ).
  
Carece pues de sentido el relato oficial negador del viento de cola y es sesgada su afirmación de que el mundo aplasta pesadamente a nuestro país. Muy al contrario, lo cierto es que la Argentina está desaprovechando en buena medida esta oportunidad, ya que por las deficientes políticas agroalimentarias deja de producir cada año 20.000 millones de dólares, de los cuales se exportarían 15.000. El propio programa estratégico agroalimentario y agroindustrial del Ministerio de Agricultura propone objetivos muy ambiciosos para 2020 y reconoce que si ellos se cumplen, el PIB de la Argentina podría duplicarse y crecer al 7,2% anual, mientras que sin este salto agroalimentario el crecimiento sería de un 4,8% anual.
  
Una fuente oficial reconoce así la oportunidad que está perdiendo la Argentina, pero no menciona el necesario cambio de políticas para lograrlo, que debería incluir la eliminación de las restricciones a exportar, un cambio del esquema tributario del sector, medidas para evitar la apreciación cambiaria que puede surgir del boom exportador, políticas que hagan compatible el consumo interno de alimentos con las exportaciones y, en fin, un nuevo enfoque integral para agregar más valor y diferenciación a los alimentos argentinos, tal como lo ha hecho la vitivinicultura cuyana.
  
Hay que lamentar que esta agenda esté ausente del debate público. Mientras tanto deberemos conformarnos con que el renovado viento de cola que nos trae la sequía en los Estados Unidos ayude en parte a la Argentina a amenguar muchos de los problemas que enfrenta hoy, pero postergando las soluciones de fondo.

Por Juan José Llach. Economista

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