Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) analizó la posibilidad de aumentar la velocidad a la que los microorganismos del suelo degradan los insecticidas endosulfán y clorpirifós, estimulándolos con el agregado de diversos abonos orgánicos. Si bien se duplicó la degradación del endosulfán, la del clorpirifós se redujo a la mitad. El trabajo plantea contribuir a la transición agroecológica de los productores hortícolas del AMBA.
Los agroquímicos que se aplican en los agroecosistemas pueden degradarse muy lentamente en los suelos y causar problemas ambientales. En particular, los insecticidas endosulfán y clorpirifós se consideran contaminantes globales, ya que se los detectó en el aire, en el agua, en el suelo y hasta en alimentos de diversas regiones del planeta. En la Argentina se usaron extensivamente en numerosos cultivos y todavía se los encuentra en el ambiente.
“La presencia de plaguicidas en el suelo de los agroecosistemas es un tema que preocupa a cada vez más personas por sus posibles impactos en el ambiente, en la salud y en la provisión de alimentos. Yo trabajé con endosulfán y clorpirifós, dos de los insecticidas que más se difundieron en la Argentina durante muchos años y que se detectan en sedimentos de ríos, en cuerpos de agua y en diversos organismos vivos”, sostuvo Sonia Cabrera, docente del Departamento de Ingeniería Agrícola y Uso de la Tierra de la FAUBA.
“El endosulfán es un compuesto tóxico y persistente en el ambiente, que además se acumula en los organismos vivos. Se prohibió en muchos países a partir del convenio de Estocolmo, incluida la Argentina desde el 2013. Por otro lado, diferentes organismos internacionales estudian el clorpirifós por sus posibles efectos neurotóxicos. En nuestro país es uno de los insecticidas que más se aplica. Aunque existe información de cuánto pueden persistir en el ambiente, es un rango muy amplio y no tiene en cuenta la heterogeneidad de las condiciones en las que se los usa”, explicó Cabrera.
La investigadora puntualizó que los microorganismos del suelo son los principales responsables de degradar estos insecticidas, transformándolos en compuestos menos tóxicos. Entonces, mediante abonos orgánicos buscó estimular el desarrollo de la comunidad microbiana de suelos provenientes del cinturón hortícola del AMBA y evaluó cómo se modificó la velocidad de degradación de los contaminantes.
En su ensayo, Cabrera trasladó muestras de suelo hortícola al laboratorio, les aplicó los insecticidas y analizó cómo se redujeron sus concentraciones al añadir tres abonos orgánicos.
“Observé que en el suelo al que le agregué bokashi, el endosulfán se degradó dos veces más rápido que en el suelo sin enmiendas orgánicas. El bokashi se elabora en base a residuos vegetales y animales, melaza, levadura y carbón. Registré un resultado similar con la cama de pollo, que es el material que cubre el piso de los galpones de cría avícola, compuesto por cáscara de arroz o aserrín y excremento de aves, entre otras cosas”, expresó la especialista.
Respecto al clorpirifós, la investigadora señaló que se degradó dos veces más lento tanto con el bokashi como con la cama de pollo.
“Esto coincide con trabajos académicos que muestran que cuando este insecticida entra en contacto con la materia orgánica del suelo queda poco disponible para que los microorganismos lo metabolicen”, aseguró Cabrera.
En este sentido, añadió que estos resultados muestran la gran complejidad de pensar las enmiendas orgánicas para biorremediar suelos, ya que cada una estimula la degradación de un contaminante sintético en particular. También destacó que la realidad hortícola es mucho más complicada porque existen numerosos plaguicidas en el suelo.