A los alrededores de las cuidades japonesas surgen las “fábricas de verduras” automatizadas para suplantar a los campo despoblados y castigados por las repetidas catástrofes naturales.
En la zona industrial y centro de investigación entre Kioto y Osaka, al oeste de Japón, se encuentran los locales de la empresa Spread donde a simple vista no indicarían que en su interior crecen unos 11 millones de lechugas al año (30.000 por día) con sólo 25 empleados.
El proceso ocurre detrás de un cristal, en una sala esterilizada, llana de largas estanterías. Las lechugas se trasladan de un lugar a otro durante todo el día a través de máquinas automáticas.
Mientras las plantas crecen, pasan a lugares adaptados a su estado fonológico donde se regula la luminosidad, temperatura e hidrometría.
Cabe destacar que durante todo el proceso no se utilizan pesticidas ni tierra; simplemente sumergen las raíces de las lechugas en agua con nutrientes, lo que comúnmente se denomina un cultivo hidropónico.
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Junto a Dinamarca, Japón es, desde hace décadas, pionero del laborioso desarrollo de “fábricas de verduras con luz artificial”. Gigantes como Panasonic, Toshiba, TDK o Fujitsu se aventuraron en este terreno, con más o menos éxito, y convirtieron las líneas de producción de semiconductores en “campos verticales” para los que crearon luz, captores y otras tecnologías adaptadas.
Spread, cuya casa matriz era inicialmente una empresa de logística de productos frescos, es una de las pocas que supo cómo rentabilizar el negocio. “Al principio, teníamos dificultades para vender las lechugas, pero ha sido relativamente fácil crearse una imagen de marca para atraer a la clientela, ya que podemos producir calidad al mismo precio todo el año“, explica Shinji Inada, jefe de la empresa.
¿Cuál es el secreto? “Tenemos pocas pérdidas” aseguró Inada. De igual manera remarca que lograr automatizar del todo el sistema le llevó años.
En otra fábrica de la misma firma pero más antigua, ubicada en Kioto, se produce 21.000 piezas de lechuga al día, y son unos 50 trabajadores los que trasladan las plantas, “una labor dura”, reconoce una empleada.
“Con la falta de mano de obra, la baja rentabilidad del sector agrícola y la caída de la producción, sentía que se necesitaba un nuevo sistema de producción”, explicó Shinji. La media de edad de los agricultores japoneses es de 67 años.
“Es cierto que utilizamos más energía en comparación con los cultivos al sol, pero a cambio tenemos una productividad mayor en superficie similar“, justifica.
En los “campos verticales” las estaciones no tienen importancia. Logran producir ocho veces más por año que la misma especie a campo.
En lo que respecta a la cantidad de agua, el 98% se reutiliza en circuito cerrado, y es mínima si se compara con los cultivos tradicionales. “Con todas estas astucias, pienso que contribuimos a una agricultura sostenible para nuestra sociedad”, sostiene.
La firma busca ampliarse con una planta en Narita, cerca de Tokio, lugar por donde dos poderosos tifones arrasaron el año pasado. También el extranjero está en su punto de mira. “Se puede exportar fácilmente nuestro sistema de producción a un país muy cálido o de clima frío para cultivar lechugas”.
Hasta el momento, Japón cuenta con unas 200 fábricas de lechugas, que engloban el nuevo sector denominado “smart-agri”, , donde se emplean también dispositivos de vigilancia a distancia y drones. Se espera que para el 2025, haya unas 400. Y se incluiría a otros productos como las frutillas y tomates.