La generación de conocimiento es la esencia del ser humano. A lo largo de la historia grandes saltos técnicos y científicos mejoraron la calidad de vida de las personas, aunque en muchos casos esos avances implicaron sufrimiento para otros grupos humanos. Aún hoy, muchas personas no acceden a los beneficios de la ciencia y sufren el hambre y enfermedades. La democratización del conocimiento implica una fuerte presencia del Estado, una dirección política en base a objetivos sociales, para que éstos no sean sólo comerciales.
Debatir ideas, opiniones y pensamientos es para el desarrollo de la comunidad científica. Pero ¿cómo era posible mientras la dictadura intentaba desaparecer a quienes no respondían a sus intereses?
La historia demostró que sólo cuando la ciencia está a disposición de los sectores más vulnerables cobra sentido pleno, trasciende en su rol de integración de los pueblos y se convierte en una herramienta esencial para el progreso de los seres humanos. En cambio, cuando es utilizada en pos de sus intereses, la desnaturaliza para constituir una elite de pensamiento.
Matar el debate mata las nuevas ideas y termina matando a la comunidad entera porque la destina a la repetición y a la copia de cualquier referencia foránea.
El proceso de detrimento de la comunidad científica tuvo su noche más oscura el 29 de julio de 1966 y la estocada final la dio otra dictadura con 7 mil científicos emigrados. Pero los golpes de los bastones fueron tan largos que la onda expansiva atravesó los noventa y principios del siglo XXI.
En el 2003, por decisión del gobierno nacional, se inició un proceso de reparación que puso fin a la sangría producida desde aquellos años. Se relanzó el programa Raíces con el objetivo de vincular a los investigadores argentinos residentes en el país con los del exterior para que éstos pudieran aportar al desarrollo y avance científico.
El resultado arroja que de un total de 7 mil emigrados desde 1966 hasta principios del siglo XXI, se ha generado un canal de información y vinculación constante con más de 4 mil especialistas calificados.
La importancia de este tipo de programa no es sólo la recuperación del rol soberano de los científicos en sus áreas, también es una pieza fundamental en la arquitectura económica porque un proceso de reindustrialización, como el iniciado por Néstor Kirchner y profundizado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, requiere de una fuerte participación de la comunidad científica. Por eso, el gobierno nacional ha firmado acuerdos entre el Programa Raíces, Cancillería y empresas para fomentar la inserción laboral de los futuros científicos, evadir emigraciones e incentivar el regreso con un empleo calificado en el país.
El resultado a la fecha es la repatriación de casi mil investigadores. Gracias a esta y otras políticas quedan atrás algunas aberraciones de la dictadura.
Otro de los grandes aportes de la ciencia nacional a la comunidad es el trabajo del Banco Nacional de Datos Genéticos para la restitución de identidades de las víctimas del terrorismo de Estado. La última dictadura cívico militar desapareció alrededor de 60 estudiantes de carreras relacionadas a la ciencia, 20 graduados y aproximadamente 70 científicos. ¿Acaso alguien puede pensar libremente con terror a ser desaparecido, torturado o asesinado?
Las ciencias demuestran que hay diferentes formas de llegar a un resultado y que, sólo cuando son contempladas por un proyecto que apuesta al desarrollo científico y a la reconstrucción de una comunidad científica al servicio del desarrollo nacional, el resultado de una ecuación que parecía destinada a quedar sin respuesta, está cada vez más cerca.
Por Martín Fresneda. Secretario de Derechos Humanos de la Nación