Los olivares son un cultivo típico de la zona cuyana de nuestro país, pero desde hace unos cuatro años cobraron un importante impulso en el sur bonaerense, donde se presentan como una interesante alternativa para complementar la agricultura y la ganadería en estas tierras semiáridas. Actualmente, la superficie implantada ocupa unas 2.200 hectáreas, de las cuales 1.800 están en producción y las otras 400 tienen plantaciones en pleno crecimiento. El desarrollo también se está extendiendo a Río Negro, donde ya hay 250 hectáreas entre Viedma, Conesa y el balneario Las Grutas.
En rigor, los olivos en la provincia de Buenos Aires no son una novedad, sino que tienen más de medio siglo de historia. Allá, por 1950 hubo un plan nacional de desarrollo olivícola en todo el país, y Coronel Dorrego, a unos 100 km de Bahía Blanca, fue una de las zonas seleccionadas. De hecho, hoy concentra el 94,5% de la producción bonaerense y la mayoría de las plantaciones fueron recuperadas de aquella época. El resto se distribuye en Coronel Rosales y en los partidos de Villarino y Patagones.
El pionero en reflotar esta actividad fue un grupo inversor de Bahía Blanca, vinculado al sector pesquero, que buscaba diversificar su negocio. En 1992 compró, con un socio español, un campo esencialmente ganadero donde los olivos eran una producción secundaria.
“Hicimos una importante inversión para rescatar las plantas abandonadas y montamos una planta de última tecnología en 1995 para procesar las aceitunas y así empezamos a exportar el aceite a Estados Unidos”, recuerda Andrés Jacob, presidente de Biolive SA, la principal empresa de la provincia con 1.200 hectáreas de olivares, dedicada exclusivamente a la elaboración de aceite orgánico que anualmente exporta unas 200 a 300 toneladas.
A la par de esta firma fueron sumándose otros productores, motivados por la alta demanda que tiene el aceite y las excelentes condiciones de temperatura y ambiente que ofrece la zona del sudeste para elaborar un producto de alta calidad. En 2003 comenzó el boom de las plantaciones nuevas y así se empezó a gestar la creación de una cámara que se conformó en 2005.
Desde el principio el concepto fue pensar a la olivicultura como una opción complementaria a un sistema de producción mixto. “La unidad económica en el sudoeste de la provincia promedia una extensión de entre 500 a 1.000 hectáreas y la idea es destinar unas 30 a 40 hectáreas para la producción olivícola. Esta idea, de volver a una agricultura intensiva, interesó mucho a los municipios que la adoptaron como una herramienta de radicación de la gente en el campo y revertir la tendencia a alquilarlo”, señaló Marco Scanu, presidente de la Cámara Olivícola del Sur o Suroliva, que integra en la actualidad a 30 productores.
Ventajas del sudeste. Por sus características edafo-climáticas y productivas, el sur bonaerense está en desventaja para la producción de granos con relación a otras zonas del norte y centro de la provincia, incluso hubo un reconocimiento oficial mediante la sanción de la Ley 13.647 en diciembre de 2007 que la diferencia como región y crea un consejo regional para su desarrollo.
Sin embargo, para el cultivo de los olivos estas mismas características son muy favorables. La amplitud térmica y la acumulación de horas-frío permiten obtener un aceite con alto contenido oleico y alta concentración de fenoles.
“En Catamarca el aceite tiene un 52% de oleico y nosotros en la zona de Dorrego tenemos un 72%, esos 20 puntos de diferencia son debido al clima”, explicó Scanu, quien llegó de Italia a la Argentina en 2001, se desempeñó como asesor en Biolive y luego montó su propia producción en Dorrego y en Las Grutas, los olivares más australes del mundo. En una hectárea se puede tener una densidad de 400 plantas, los cultivos más antiguos tienen 100, con un rendimiento que llega a los 4.000 kg/ha, contra los 20.000 kg que se pueden lograr en la región cuyana. El menor rinde del sudeste es compensado con una mejor calidad, por lo cual es más propicio destinar el fruto para la elaboración de aceite antes que para el consumo como aceituna de mesa.
Si bien la inversión inicial es alta (incluye el mantenimiento), ronda los 3.000 a 4.000 u$s/ha, la ganancia estimada para un proyecto de 30 a 40 hectáreas, en un campo con una estructura ya armada, es de u$s250.000 al año. “La tecnología es accesible, una planta de extracción cuesta alrededor de u$s200.000 y hay fabricantes nacionales”, comenta Scanu, que lleva 25 años de experiencia en el cultivo. Por el momento, la salida que prevén para la producción del sudeste es la comercialización en el mercado interno, con el acento en la región y asociada a un proyecto vinculado al turismo.
“La demanda es muy fuerte y desde la Cámara queremos desarrollar 15 a 20 etiquetas propias para diferenciar el producto y así obtener un mayor impacto económico. El objetivo es trabajar con los productores en la cadena de comercialización y distribución también”, puntualiza Scanu.
En el mercado internacional, la tendencia es auspiciosa. “De todos los aceites que se consumen en el mundo, el de oliva participa con el 4%, o sea que tiene mucho por crecer. El precio es más alto porque su producción es más cara que el de soja o girasol. Pero también está ocurriendo que los aceites vegetales, debido al tema de los biocombustibles, están subiendo y al encarecerse la competencia, se achica la brecha”, señala Jacob, quien con Biolive abrió el camino para la exportación de un producto altamente diferenciado.
Otra buena noticia es que para 2013 la Unión Europea va a restringir la ayuda económica destinada a la producción olivícola, esto alentará la producción local que ya está en marcha con ventajas comparativas.
Alexia Giménez / agimenez@infocampo.com.ar