La actividad de un aserradero sería mucho más sencilla si pudiese saber a qué precio venderá la madera dentro de un año. Lo mismo sucedería en el caso de la hacienda con un invernador que acabara de comprar terneros. A diferencia de ellos, los agricultores tienen esa gran ventaja gracias al MATba, el mayor mercado de futuros agrícolas de Latinoamérica.
Sin embargo, en el ámbito local se presenta una paradoja interesante. Casi todos los productores agrícolas emplean los precios futuros del MATba al momento de elaborar un presupuesto (por ejemplo, en estos días, se toma el valor del contrato Trigo Enero 2016 del MATba para proyectar el precio bruto del cultivo en cosecha y evaluar cuán rentable podría ser en el próximo ciclo), pero aún no todos emplean la “tecnología comercial” para cubrir los precios de, al menos, una parte de la cosecha prevista.
La construcción de un precio de venta en el transcurso de una campaña agrícola es un trabajo tan importante como el monitoreo de plagas, malezas y enfermedades en cultivos.
No puedo imaginar a un empresario agrícola leyendo informes sobre incidencia de enfermedades y quejándose sin hacer nada al respecto. La mayoría, en un caso así, sabe bien qué es lo que debe hacer y lo lleva a cabo. Pero con el “seguro de precios” no suele suceder lo mismo.
En el MATba es posible tomar coberturas de precios sin comprometer la entrega física de la cosecha, de manera tal que ante un imprevisto climático –que cada vez son más frecuentes– el seguro de precios no se transforma en un eventual problema adicional.
Las ventajas de los seguros climáticos son evidentes para la mayor parte de los empresarios agrícolas. ¿Por qué no sucede lo mismo con los seguros de precios? No se trata sólo de indicar cuáles son las herramientas disponibles, que por lo general son bien conocidas por muchos productores. Se trata fundamentalmente de comprender que la sustentabilidad empresaria en el sector agrícola está más relacionada con la previsibilidad que con la búsqueda del máximo precio posible de venta.
Ese concepto –que puede resultar un tanto extraño para los integrantes de otros sectores de la economía– es vital en un mercado en el cual los precios son extremadamente volátiles por factores productivos, económicos, cambiarios y políticos de alcance global. En ese marco, operar al “descubierto” cuando existe la necesidad de comercializar parte de la cosecha en un período determinado, es una actividad que contribuye a incrementar la exposición de la empresa al riesgo de lo imprevisible. Los productores lecheros o ganaderos trabajan así porque no tienen ningún instrumento que les permita reducir el margen de incertidumbre, pero los productores agrícolas pueden evitarlo.
El uso de la tecnología comercial implica ir “construyendo” un precio de venta en el transcurso del ciclo agrícola. Se trata de un proceso en el cual se van promediando los valores en función de las oportunidades detectadas en el mercado y las necesidades de cada productor a partir de los rindes previstos en las diferentes zonas productivas.
Por supuesto: es mucho, muchísimo más fácil no hacer nada y especular con que los precios sean los adecuados al momento de vender (si apremia la necesidad de hacerlo) o bien esperar el momento de vender cuando los precios sean los adecuados (si no existen apuros financieros), pero ambas conductas se sustentan en el factor suerte. Y la suerte a veces acompaña y a veces no.
Los mercados a término agrícolas permiten generar “valor agregado” para los productores dispuestos a reducir los niveles de incertidumbre que, debido al fenómeno denominado “cambio climático”, vienen siendo crecientes en el sector en lo que respecta a impactos productivos. Pero para que ese valor potencial sea efectivamente un “valor agregado” en las empresas, es necesario ponerlo en movimiento. Confiamos en que el nuevo contexto de estabilidad cambiaria que está registrando la Argentina será un buen momento para crecer en ese sentido.
Por José Martins. Presidente del MATba