A medida que han ido pasando los años la fertilización en la Argentina aplicada a los cultivos extensivos se ha incrementado. Esto tiene una lógica, y la misma responde a varias premisas tales como: mayor demanda de alimentos, necesidad de aumentar los rendimientos unitarios, baja cantidad de tierras que pueden incorporarse al proceso productivo, posibilidades genéticas de mejores rendimientos, avances en el manejo del cultivo, mejoras en la mecanización y así podríamos seguir nombrando.
Normalmente la soja es fertilizada con fósforo y azufre, en tanto que el maíz, además de estos nutrientes, debe recibir generosas cantidades de nitrógeno, si aspiramos obtener altos rendimientos. La pregunta es: ¿Alcanza con esto para potenciar el rendimiento unitario de acuerdo con las condiciones que el ambiente nos ofrece? La respuesta no tiene muchas opciones, puede alcanzar para obtener un buen rendimiento, pero casi con seguridad, para la mayoría de los lotes, queda un plus de producción en el camino que no debería quedar. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta a este interrogante tampoco es difícil de responder. Ya hace muchos años, técnicos del INTA alertaban por la caída de la disponibilidad de nutrientes en la región pampeana argentina.
Pese a que la fertilización ha crecido sustancialmente en nuestro país, las tasas de extracción también lo han hecho. En la mayoría de los casos la fertilización con macro y meso nutrientes se viene realizando, pero lamentablemente no ocurre los mismo con los micronutrientes. La explicación a la última pregunta la podemos encontrar analizando este aspecto.
Si bien hay casos particulares, el Dr. Hernan Sainz Rozas (INTA Balcarce), advertía que dentro de los micronutrientes había dos elementos que marchaban a la cabeza en la región pampeana, por su nivel de disminución, cuando eran comparadas sus disponibilidades actuales con la que tenían los suelos prístinos de nuestra región. Esos nutrientes son el zinc y el boro. Existe alguna creencia que al ser micronutrientes y requerirse en pequeñas cantidades, sus efectos sobre el rendimiento, cuando sus disponibilidades son bajas, es pequeña. Los que piensan de esa manera están sumamente alejados de la verdad. El zinc por ejemplo, participa en la síntesis de numerosas enzimas, siendo algunas imprescindibles para la formación de ciertos aminoácidos y a partir de aquí, de determinadas proteínas. Su presencia es también requerida para la síntesis de carbohidratos y para la transformación del azúcar en almidón. El boro, por su parte, se interrelaciona fuertemente con nutrientes cómo el fósforo, nitrógeno, calcio, potasio, etc. Junto con el calcio intervienen en la formación de la pared celular.
Durante la etapa reproductiva las plantas aumentan las necesidades de boro; el mismo juega un rol decisivo en la formación del polen y de los granos. Estas son algunas pocas funciones de estos micronutrientes. Entonces, si su disponibilidad es crítica en el suelo, ¿qué puede pasar con los cultivos? No es difícil darse cuenta que su rendimiento disminuirá. Por lo tanto deberíamos partir de un correcto análisis de suelo, ya no solamente de lo clásico, saber cuánto fósforo, nitrógeno, materia orgánica, etc, cuenta un suelo, si no también saber con qué disponibilidad de micronutrientes el mismo está dotado.
La Agencia INTA 9 de Julio ha venido trabajando durante los últimos años en estudiar la respuesta productiva que tienen los cultivos a la aplicación de boro y zinc, entre otros nutrientes. Lo que se ha encontrado es contundente, año a año, las respuestas son constantes, promediando para el maíz incrementos que se ubican entre 5 y 10 %, no descartándose respuestas, en algunos casos, superiores a esos valores. La soja no se queda atrás. Observando el último trabajo realizado (campaña 2019/20), donde todas las variedades ensayadas (17), fueron sometidas a distintos niveles de fertilización, la aplicación complementaría de zinc y boro permitió alcanzar un incremento de rendimiento, sobre el nivel de fertilización anterior (fósforo y azufre), superior a 500 kg/ha, promedio de todas las variedades, representando esta cantidad un plus de aumento del 10 %.
Queda claro que ya con los nutrientes típicos que se ha venido trabajando nos quedamos cortos y resignamos una parte importante del rendimiento. El futuro requiere de más esfuerzo y estudio, pequeñas cantidades de nutrientes adicionales, sobre la base de fertilizaciones clásicas, permiten pegar un salto de rendimiento y calidad muy importante. Es hora de comenzar a mirar con un poco más de detenimiento la nutrición integral de nuestros cultivos extensivos.
Stoller promueve la fertilización foliar como estrategia nutricional para hacer frente a estas deficiencias tan marcadas en gran parte de la región.
En el caso de maíz, cultivo con altas demandas de zinc, se recomienda la aplicación de Starter Plus en V4-V5, que además de zinc aporta otros micronutrientes, apuntando así a una fertilización más balanceada.
En soja, se apunta a la aplicación de Mastermins Plus en V4.V5, siendo un complejo de macro y micronutriente (como zinc y boro), claves para el desarrollo vegetativo del cultivo. Yendo a períodos reproductivos, se posiciona SETT entre R1 inicio de R3. Con esta aplicación se busca maximizar la eficiencia reproductiva del cultivo, logrando así mayor número de granos, y esto es gracias a su composición: calcio, boro y hormonas promotoras del crecimiento.