Es un problema que afecta a los productores de todo el mundo y cuyas pérdidas han sido estimadas en forma grosera en 8.000 millones de dólares al año.
Además, en un escenario futuro de escasez generalizada del agua dulce, contar con cultivos más adaptados a la sequía es vital para la producción de alimentos.
Como si se tratara de una carrera, distintas compañías y organizaciones compiten por obtener desarrollos en esta área.
R e c i e n t eme n t e Pioneer Hi-Bred, del grupo DuPont, anunció un acuerdo con la israelí Evogene para utilizar los genes de esta última en sus cultivos extensivos.
También las multinacionales Monsanto y Syngenta se encuentran en etapas avanzadas de sus programas.
En nuestro país, en 2006, la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia) le aprobó a la primera de estas empresas el ensayo a campo de cinco tipos de maíces con genes de tolerancia a sequía (en algunos casos combinados con otras características) y otros seis a Syngenta.
Pero esta carrera no tiene como únicos protagonistas a las grandes compañías globales de biotecnología.
En la actualidad, una empresa local formada en su mayoría por productores agropecuarios, nos referimos a Bioceres SA, ya ha transitado la mitad del camino en el desarrollo de cultivos de trigo, maíz y soja tolerantes a estrés hídrico.
Todo arrancó con el descubrimiento hecho por el equipo de la Dra. Raquel Chan, de la UN del Litoral (Entre Ríos), de un gen en girasol, asociado a procesos que morigeran el efecto de la carencia de agua.
El gen fue insertado vía transgénesis en una planta “laboratorio” como es Arabidopsis thaliana para evaluar su funcionamiento. El ensayo consistió en someter a un grupo de plantas con y sin el gen a períodos de carencia hídrica. Cuando la sequía se hacía visible en la planta (se les suspendía el agua por unos 20 días) se las volvía a regar.
Los individuos de A. thaliana que tenían el gen se recuperaron en un 80% cuando se les restituyó el agua. Aquellos que no lo tenían, no sobrevivieron. Esto es lo que se conoce como “prueba de concepto”, es decir donde se valida la funcionalidad del gen. Con esto concluye la Fase 2 de este tipo de desarrollos.
Las Fases 3, 4 y 5 implican la inserción de ese gen en cultivos de interés agronómico y luego en germoplasmas de elite y su posterior prueba de performance.
Para estas fases finales es donde Bioceres salió, en una forma original, a armar un fondo de inversión para el financiamiento del desarrollo.
Recaudaron u$s1,6 millones y encararon la concreción de estas etapas del programa, lo cual no contempla los costos de registro eventuales (regulatorios).
Hoy, plantas de trigo, maíz y soja ya tienen el gen de la Dra. Chan integrado a su código genético. Se evalúan, en laboratorio, en la unidad experimental que la UN de Rosario posee en la localidad de Zavalla, en Santa Fe.
“En maíz y trigo estamos en una Fase 3 avanzada, próximos para entrar en la 4. El próximo año deberíamos estar haciendo ya los ensayos a campo”, explicó Carlos Pérez, un bioquímico y Dr. en Ciencias que trabaja en Bioceres.
Es que una vez que el gen se inserta en la planta debe hacerse la multiplicación de semillas para evaluarlo a campo. Por ejemplo, un individuo de trigo da unas 50 semillas y se requieren miles para hacer el ensayo a campo.
Si todo marcha bien, el año que viene esas semillas serán llevadas a lotes de experimentación en zonas secas, donde el agua se administra por riego y se puede entonces manejar el ambiente. Es lo que están haciendo las grandes biotecnológicas, en convenios con productores o instituciones de San Juan o Hilario Ascasubi (en Río
Colorado). En simultáneo Bioceres lleva adelante una investigación paralela para conocer los mecanismos involucrados en la tolerancia a estrés. “A priori creemos que se trataría de retardo de la senescencia de las hojas”, comentó Pérez.
De todos modos, el camino por recorrer es largo. Es factible que las plantas transformadas tengan una buena performance en situaciones de estrés, pero que en condiciones óptimas de humedad ese gen tenga interacción negativa con la expresión de rendimiento, es decir que produzca menos que una planta no tolerante a estrés.
La habilidad de encontrar ambas características es lo que dará viabilidad comercial al proyecto.
También se especula con que los distintos genes de tolerancia a estrés que desarrollan las compañías el día de mañana puedan combinarse. “Lo bueno de esto es que se trata de un problema con muchas soluciones”, comentó Pérez. Bioceres lleva adelante otros desarrollos como resistencia a heladas, al Mal de Río Cuarto (en maíz) o acortamiento de ciclo.
“Se podría decir que Bioceres es la división I+D (investigación y desarrollo) de un grupo de productores rurales”, sintetizó.
El logro de la ciencia Argentina
La Dra. Raquel Chan es investigadora de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral.
Entre los agrónomos es conocida la tolerancia que tiene el girasol a condiciones de sequía.
El logro del equipo científico de Chan es haber identificado un gen, al que se lo demonimó HAHB4, que comanda procesos todavía no descriptos de adaptación de esta especie al estrés hídrico.
La responsabilidad del gen en estos mecanismos quedó determinada cuando se lo introdujo en plantas de A. thaliana, que mostraron un mejor comportamiento frente a sequía.
Un aspecto sustancial de esa primera etapa de investigación es que las plantas de A. thaliana transgénicas producían la misma o más cantidad de semillas (variable asimilable a rendimiento) que las plantas salvajes (no transgénicas).
Este hallazgo resultó vital para tomar la decisión de insertar el gen HAHB4 en plantas con valor agronómico como el trigo, el maíz y la soja.
Chan es egresada de la U. Hebrea de Jerusalén y tiene posgrados en UN de Rosario y en la CNRS de Francia.
Es planta permanente de la UNL e investigadora del Conicet. Asesora al Instituto de Biotecnología de Rosario
(Indear).
Javier Preciado Patiño