Tan crudo como cierto: la concreción de una determinada producción agrícola conlleva una pérdida en la naturaleza; básicamente en el suelo. La legislación no toma en cuenta debidamente esta realidad. Así, los impuestos no consideran este verdadero costo de producción que es la depreciación de las condiciones naturales.
Los análisis económicos convencionales se fundamentan en los márgenes brutos de los cultivos de acuerdo a los ingresos y costos del momento, es decir de corto plazo y no toman en cuenta los tiempos biológicos.
A su vez, dentro los costos de explotación, todos los insumos necesarios para mantener la tierra y el ambiente, aunque sea parcialmente, en su estado original, no son considerados. No se toma en cuenta la real dimensión por pérdida de fertilidad física, química y biológica. Ni la contabilidad ha tomado debida nota de ello ni la política impositiva. La producción sustentable exige utilizar racionalmente todas las herramientas tecnológicas disponibles, así como un proceso ordenado y extremadamente cuidadoso en la expansión de la frontera agrícola.
Desde hace ya décadas, procesos erosivos tanto de carácter eólico como hídrico, y de su riqueza orgánica y de minerales asimilables por los cultivos y el pastaje animal se experimentan a lo largo y ancho del país.
La producción de granos creció, en los últimos 60 años, desde un volumen de 18 millones de toneladas hasta aproximarse a 130 millones. Este proceso vino no solo del corrimiento de la frontera agrícola sino, también, de un sustancial incremento de productividad por el uso, por ejemplo, de nuevas tecnologías mecánicas, genéticas, de control de las plagas, de riego, de la siembra directa y aplicación de fertilizantes.
Pero tal crecimiento tiene consecuencias. ¿Cuáles son? En los suelos, por ejemplo, la baja del contenido de materia orgánica, la acidificación y reducción de fósforo y otros minerales. La aplicación de fertilizantes apenas repone una parte del mineral insumido.
Es cierto que la siembra directa es un instrumento formidable en la conservación orgánica del suelo, pero la rotación de los cultivos, concentrados en el de la soja sigue sin mejorar, es preocupante. La campaña pasada fue positiva en este sentido. Y ¿la actual? Es un enigma por el cambio de autoridades.
El cultivo de la soja está asociado a un escaso aporte vegetal y un sistema radicular insuficiente para contribuir a una mejor estructura del suelo. Por ello se necesita, la presencia de maíz, trigo y sorgo.
La preservación de los suelos debe ser una preocupación constante, cualquiera sea la situación de los cultivos y sus mercados, aunque deberá ser tanto más importante y lucrativa cuando se presenten los nuevos escenarios descriptos. Mediante políticas económicas el problema puede sino solucionarse atenuarse considerablemente.
En la medida en que las tasas de extracciones de nutrientes se incrementen, debería ser mayor la adición externa de fertilidad. Tomar conciencia de la necesidad de aplicar una política de estado regional al respecto es elemental para el futuro agrícola.
A pesar de este cuadro, la política económica e impositiva se desarrolla a espaldas de éste. Es más, incentivan prácticas a favor de aumentos de ingresos para el corto plazo que son enemigas de la rentabilidad en el largo plazo. De no modificarse, las consecuencias, serán pagadas por la sociedad toda. No es intención dramatizar, pero la tierra es finita y no se puede abusar de ella. Por ello, el tema debiera encuadrarse en un mandato constitucional. Así, la estructura impositiva estaría más acorde con el problema.
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