En términos más generales, y de acuerdo con diferentes estimaciones a nivel mundial, la población del planeta debería aumentar entre 4 y 6 miles de millones de personas, adicionalmente se espera que lo hábitos alimenticios cambien, fundamentalmente en los países que hoy se catalogan como “en vías de desarrollo” o “subdesarrollados”. Y según aseguran los analistas, con la excepción de Brasil, la superficie cultivable a nivel mundial no podrá ser incrementada substancialmente.
Frente a esta evidencia surge la pregunta ¿cómo se logrará suplir este aumento de la cantidad de alimentos necesarios para cubrir dicha demanda? Porque este incremento representará un valor de aproximadamente u$s110.000 millones. La única respuesta lógica a esta pregunta es, vía un aumento de la productividad.
Para lograrlo se necesita considerar cuatro factores: fertilizantes, biotecnología, protección fitosanitaria y “el factor humano”.
Veamos cada caso
* Fertilizantes: Hoy el consumo de nutrientes a nivel mundial se estima entre 125 y 130 millones de toneladas, proyectando hacia el 2030 que éste alcance valores de 200 millones de toneladas. Los mayores aumentos en el consumo de fertilizantes se darán en los países de Asia y el norte de Africa. En segundo lugar viene Sudamérica.
* Protección fitosanitaria y biotecnología: El mercado mundial de fitosanitarios se ha mantenido con pequeñas oscilaciones en los últimos años, encontrándose en valores cercanos a los u$s25.000 millones. Las proyecciones hablan de un crecimiento muy lento de dicho mercado definiendo tasas de 0,5% por año. Por el contrario, la biotecnología ha crecido a tasas muy superiores pasando de un mercado de menos de u$s300 millones en 1996 a valores cercanos a los 4.000 millones el último año. En el futuro, la biotecnología será parte integrante y fundamental de la nueva “era molecular”, la cual será además acompañada con la ingeniería molecular y la nanotecnología.
* El “factor humano”: Este está basado en las actuales tendencias que presentan los mercados, como son foco en las necesidades del cliente, interconectividad/interactividad y sustentabilidad, pasará a ser el factor diferencial. Los actores tendrán que tener competencias (orientación al cambio, visión estratégica, liderazgo y capacidades organizacionales) y características como ética, asociatividad, responsabilidad social y “resiliencia”, entendida esta última como la capacidad de los individuos de adaptarse a los campos inesperados del medio ambiente. Para responder a este desafío se está desarrollando el concepto de management adaptativo que se basa en seis principios: autoorganización; recombinar; sensores y respuestas; aprender y adaptarse; sembrar, seleccionar y multiplicar, y desestabilizar.
Asociado a este concepto viene la definición de roles y responsabilidades del Estado, la sociedad y la actividad agropecuaria y el entendimiento de que el mercado y el consumidor final son dinámicos.
Debemos entender que no somos los únicos productores de alimentos en el mundo. También cómo se reparte el valor agregado que se genera y cuál es su equilibrio. Debemos considerar factores como los subsidios y la propiedad intelectual y la importancia de la diversificación en todo orden de cosas que hacemos.
Estas ideas nos llevan a pensar en el concepto de Estado y sus políticas, entendiendo que son las cadenas de valor las que deben definir las mismas: somos todos los que integramos el Estado a través de las instituciones a las cuales pertenecemos o elegimos y que, estas políticas deben necesariamente ser pensadas en el largo plazo trascendiendo a los gobiernos de turno.
En resumen, debemos enfrentarnos un futuro incierto y, para sobrevivir, debemos prepararnos.
