Obviamente, este bipartidismo tendría un representante de derecha (o si se prefiere de centroderecha) que promueva el orden y el crecimiento económico, y otro de izquierda que priorice los objetivos sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, y que tenga una visión más humanista y menos economicista de la realidad.
La cuestión es mucho más compleja, porque no siempre los gobiernos llamados de derecha han contribuido al orden o al crecimiento económico, ni en nuestro país ni en el resto del mundo. Recordemos nuestra experiencia de los años 90, o el impacto mundial de la desregulación financiera en los EE.UU., que derivó en la gran crisis de 2008. Tampoco los que se agrupan en la izquierda han sido eficaces combatiendo la pobreza ni mejorando la distribución de los ingresos. Pero no deja de ser válida la observación de que las prioridades de las clases medias y altas prevalecen en ciertos momentos, así como en otros momentos les llega el turno a los sectores populares. Y también parece ser cierto que es saludable esta alternancia, ya que la permanencia en el poder de sólo uno de estos grupos políticos termina distorsionando el sano funcionamiento de una república democráticamente organizada.
Ahora, ¿está la Argentina preparada para tener esta opción típica de una democracia madura? ¿Quiénes son los candidatos a representar esos partidos mayoritarios?
Tenemos casi 30 años de democracia recuperada, pero aún no hemos sido capaces de hacer funcionar correctamente las instituciones. Seguimos abusando de prácticas antidemocráticas, de estilos autoritarios, de pretensiones vitalicias y de nepotismo. Carecemos aún de un equilibrio de poderes y de independencia en la Justicia, que son anteriores a la definición de los matices ideológicos con los que se gobierna. Debemos consolidar la cultura de la convivencia y la tolerancia, que es la esencia para el pleno ejercicio de las libertades políticas, como lo destaca con tanto acierto Raymond Aron.
En este laberinto político es muy difícil hablar de derecha e izquierda. ¿Qué tiene que ver los que se ubican a la derecha con Manuel Fraga, Aznar, o con Sarmiento, Alberdi o Carlos Pellegrini? ¿Qué tiene en común Pro con esos procesos?
No podemos aceptar que, a partir de los resultados de octubre, el panorama político argentino quede limitado a Mauricio Macri, a la derecha, y Cristina Kirchner a la izquierda.
Es fácil entender que ese es el planteo que le conviene a ambos. Lejos de querer destruir el macrismo, el oficialismo lo ataca para darle vida, porque es el contrincante político preferido, ya que es ante quien CFK puede parecer “de izquierda” y lucir su relato progresista. Además supone que es al candidato que con mayor facilidad derrotarían.
A Macri le viene bien ser la alternativa post Cristina, si no le gusta ser la anti CFK, pero nadie puede reclamar protagonismo político nacional sólo por haberse bajado de la elección de octubre pasado. No perder por no competir no puede representar mérito alguno. Pro parece de derecha por sus gestos y sus vinculaciones sociales. Y también cuando se analizan las prioridades de sus gastos, frente a lo que se invierte en las escuelas públicas. Pero no han sido capaces de poner orden, que también es una característica pretendida de la derecha, como puede apreciarse en el descontrol del tráfico, de los boliches nocturnos y de las obras en construcción. Ni tampoco parece un férreo defensor de valores morales como los que caracterizaron a exponentes de ese sector en el pasado. Al igual que el kirchnerismo, Pro se rige más por los asesores de imagen que por los expertos en los temas que les preocupan a los vecinos. Y al igual que Cristina, Mauricio ganó la reelección sin debatir los temas que importan a los vecinos de la ciudad.
Por mucho que nos pese, es muy probable que la versión vernácula de la derecha en nuestro país emerja desde el propio kirchnerismo, cuando se debilite o cuando se divida. Esto ha sido la regla de las últimas décadas. En ese “centroderecha” estará seguramente Daniel Scioli, que sacó 8 puntos más que Macri, en un distrito electoral 5 veces mayor. Probablemente estará acompañado por dirigentes-empresarios sindicales, y eventualmente por el propio Macri. Y también estarán otros dirigentes supervivientes del kirchnerismo que negocien su impunidad a cambio de entregar redituables peajes políticos.
Del otro lado, tampoco Cristina puede pretender ser el representante único del progresismo sólo por contar con un “relato” setentista y estar acompañado por intelectuales, artistas y progresistas de buena fe. En el 54% prevalecen los millones de agradecidos por los planes sociales, el crecimiento económico y el boom del consumo, y les importa muy poco el color ideológico de la gestión K. Es así aquí, al igual que en todo el mundo, y no está mal que así sea.
Los problemas de esta administración no residen en su identificación ideológica. Por el contrario, entre lo mejor que han hecho y por lo que seguramente serán recordados, está la asignación universal por hijo, la confrontación contra el FMI y con otros poderosos, como los acreedores del exterior y los monopolios locales. Y por implementar los múltiples planes de asistencia social, así como los derechos de algunas minorías. Y especialmente gracias al progreso económico, en gran parte explicable por el excepcional contexto internacional. Cabe reconocer que si miramos al continente americano, gran exportador de materias primas, encontramos varios “éxitos” políticos comparables, sólo posibles porque la coyuntura externa fue tremendamente favorable. El proceso de 12 años de Néstor más Cristina ha sido la regla y no la excepción en América latina.
Pero lamentablemente la mejoría en la distribución del ingreso, bien medida, ha sido muy pobre en estos últimos 4 años de fuerte crecimiento económico. Brasil ha crecido menos que la Argentina, pero la pobreza ha disminuido en mayor medida. Por otra parte, han aparecido en la Argentina nuevos grupos económicos, al amparo de negocios con el Gobierno, que están acaparando enormes patrimonios sin una especial contribución a la riqueza productiva. Basta con señalar que la industria que más creció es la de los casinos, que constituyen una verdadera fábrica de pobres, lo que debiera ser inaceptable en un gobierno que pretende ser progresista. Resulta auspicioso observar que últimamente Cristina está tomando distancia frente a estos grupos de poder.
El problema del kirchnerismo ha estado en su autoritarismo intrínseco, su corrupción y su torpeza, todo lo cual está estrechamente vinculado y ha sido funcional a su objetivo de construir un poder político y económico preponderante. Esto no es ni de derecha ni de izquierda; es simplemente una elaboración política propia de nuestras instituciones inmaduras, que deberíamos subsanar democráticamente, sin arriesgar los logros obtenidos en estos años. Ojalá Cristina pueda corregirlas en los próximos años, incluyendo entre los “avivados” a los que lucraron ilegalmente gracias a los favores otorgados en la gestión anterior.
Sobre su autoritarismo y su corrupción se ha escrito demasiado; sólo los jueces todavía lo ignoran. La torpeza en su gestión, disimulada por un contexto internacional extraordinariamente favorable, es menos obvia, y lamentablemente será reconocida cuando las condiciones externas empeoren. Ha sido torpe su política industrial, como se puede apreciar en el desperdicio de oportunidades formidables para desarrollar mercados externos para nuestros productos agroindustriales, que nos hubieran permitido un crecimiento más inclusivo, y más equilibrado geográficamente. Ha sido torpe su política energética, que nos acostumbró a la idea de que la energía es casi gratis, especialmente a los porteños, y se la puede derrochar, con el consiguiente déficit fiscal y comercial de ese despilfarro. Es torpe su política antiinflacionaria, con enormes costos en materia de distorsión de precios, tipo de cambio y tarifas, y un grave aislamiento del mundo, lo que los obliga a frenar importaciones y a enfriar la economía, para hacer frente a los vencimientos de deuda pública. Mientras, la inflación sigue comiéndose el ingreso de los que menos tienen.
Hoy la Argentina, después de casi 10 años de crecimiento, y de haber más que duplicado su ingreso per cápita, sigue teniendo un 30% de la población en la pobreza y una relación de más de 25 veces entre el 10% más rico y el 10% más pobre, cuando hace 40 años era sólo de 9 veces. Esta desigualdad, que viene de varias décadas atrás, no es solo un escándalo ético, como dice Bernardo Kliksberg; es la causa de la inestabilidad social y de la inseguridad que afecta a todos, y también un campo fértil para el populismo y el clientelismo. No alcanza con mejorar la situación de los pobres; hay que volver a gravar las rentas excesivas, y eliminar las múltiples variantes de elusión y evasión fiscal. Y frenar la inflación, que es y ha sido la mayor explicación de esta pésima distribución de ingresos que todavía nos caracteriza a los argentinos.
Consecuentemente, la Argentina hoy necesita dirigentes políticos que signifiquen un fortalecimiento de las instituciones republicanas, ejemplos de honestidad, tolerantes con los que piensan diferentes, y comprometidos con los valores y las conductas de sus partidos. Y convencidos de que la gran tarea por delante constituye la construcción de una sociedad más igualitaria.
No podemos resignarnos a aceptar que para salir de la corrupción populista debemos tolerar la corrupción elitista, ni que para crecer económicamente debemos crear otra generación de enriquecimientos fáciles. Ni que para bajar la inflación debemos volver a las políticas neoliberales que nos llevaron a la gran crisis de 2001.
Por eso es el tiempo de un genuino progresismo eficiente, que procure un país con pobres menos pobres, y con ricos menos ricos. Frente a las opciones que nos quieren presentar estarán los sectores vinculados al radicalismo, al socialismo, a GEN, a la Coalición Cívica, y a muchos otros -algunos hoy cercanos al Gobierno-, que consideren que sigue siendo prioritario combatir la pobreza, equilibrar la distribución del ingreso en la Argentina y restablecer los valores republicanos en nuestra vida democrática.
*Rosendo Fraga. Analista político