Las notas más difíciles de escribir para un periodista son aquellas que están cargadas de sentimientos y emociones. Para un periodista agropecuario, esto sucede en los casos de abigeato y cuatrerismo, donde el productor vive en carne propia una mezcla de dolor y bronca que se termina convirtiendo en desolación y miedo.
Este es el caso de Carlos Gullar, joven productor ganadero de la localidad de Napalpí (Departamento de 25 de Mayo – Chaco), a menos de 10 kilómetros de Machagai, al que recientemente le faenaron 6 terneros en su campo y evalúa dejar dejar la actividad.
En conversación con Infocampo, Carlos relata que el sábado a la noche salieron con productores vecinos a recorrer los campos. “Es normal que hagamos eso porque la policía rural no puede cubrir todo, así que en parte nos encargamos nosotros. Ese día no encontramos nada raro y un colega que pasó por la puerta de mi campo me comentó que los alambres estaban bien y que el candado de la tranquera también”.
El domingo al mediodía, luego de comer con su familia, Carlos decidió ir al campo para revisar las aguadas, dado que la ola de calor ponía en riesgo la salud de los animales. Cuando llegó al lote “del fondo”, como él lo llama, se encontró con toda la faena de los terneros. Este fue el panorama que encontró:
“En las fotos se puede ver que estaba todo preparado para cargar, así que imagino que escucharon nuestros autos durante la recorrida y se fueron rápido sin llevarse nada”, explica el chaqueño y agrega: “No son tipos improvisados que no saben lo que hacen. Los cortes están perfectamente hechos, le dejaron el cuero para que la carne no se ensucie y hasta la costilla está bien limpia para que no sangre. Eso va directo a la carnicería“.
Con amargura Gullar comenta: “El campo quedó entre dos ciudades y recuerdo que cuando era chico mi papá se iba el lunes del campo y volvía el viernes y encontraba todo igual. Hacer eso hoy es imposible. Antes era una ventaja estar cerca del pueblo, hoy es un problema“.
Miedo hasta los huesos
Ese mismo domingo Gullar volvió a la casa masticando bronca y dolor sin poder emitir palabras. Solo y frustrado.
“Cuando volví del campo tenía miedo de contarle a mi viejo, porque es un señor mayor de 72 años. Se lo quería ocultar para que no se amargue, pero no se lo podía esconder porque tenía que hacer la denuncia y porque él igual va todo el día al campo. Es una desazón que no se puede explicar“.
Horas más tarde escribió en su Facebook personal: “Hoy he decidido poner fin a mi corta vida de pequeño productor ganadero, esto pasó anoche en mi campo… No se puede trabajar ni vivir en paz. Creo llego el final”.
Hoy, la decisión se enfrío. “En ese momento hablé con mucha angustia y bronca. Le dije a mi viejo ‘vendamos todo en el próximo remate’, pero soy productor, no sé hacer otra cosa. Si pudiera hacer cualquier otra cosa, lo haría sin pensarlo, pero yo sé criar animales“.
Esa bronca y dolor que durante la charla con Infocampo se perciben en la voz de Carlos, da lugar al miedo. Un miedo social, uno que se encarna hasta en los huesos. Es el miedo a contar lo que pasó y evitar que alguien piense “está lleno de plata”, el miedo a hacer la denuncia, miedo a no poder vivir de lo que te gusta y hasta el miedo de mañana encontrarse con los delincuentes en el campo.
Según relata, debe tener al menos 70 denuncias realizadas en los últimos 14 años desde que inició oficialmente la actividad ganadera en 2008 y estima que en al zona entre Quitilipi a Presidencia de la Plaza se pierden entre 30 y 40 animales por semana.
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