Los mercados agropecuarios están fuertemente relacionados. Es ampliamente conocido, por ejemplo, que la soja y el maíz tienen una estrecha relación de precios. Esto ocurre especialmente en mercados como el de Chicago, donde el libre juego de la oferta y la demanda establece relaciones de cotizaciones de manera tal de mantener un equilibrio en las áreas de siembra futuras de ambos cultivos.
Ahora bien, a la hora de intentar establecer esas mismas relaciones pero en los cultivos especiales, como el complejo de legumbres y otros cereales, ya la cosa se pone más complicada. La clave es que no solo debemos tener en cuenta las relaciones de precios que interesan al productor, sino también la capacidad de pago que tienen los países compradores de dichos alimentos.
Para terminar de comprender lo antes dicho, es importante sopesar cuáles son las ventajas de producir un cultivo no comoditizado, pero los riesgos que conlleva a su vez producir una especialidad.
Normalmente, desde lo productivo decimos que los factores de rendimiento de un cultivo pasan por lograr dos puntos clave:
• Número de granos por metro cuadrado, lo que tiene un efecto puro sobre rendimiento.
• Peso de los granos que, dependiendo de la especie, es algo que influye sobre la calidad.
En cambio, en los cultivos especiales es indispensable agregar un tercer factor, que es el determinante de todo: la calidad.
Es tan determinante que es lo que le da viabilidad comercial a todo lo realizado. Y con una complejidad más: hasta ahora, los clientes en general se enfocaban en la calidad “física”; es decir, el aspecto del grano.
Más recientemente se incorporó un nuevo requerimiento: a partir de las demandas de la sociedad respecto a cómo se hacen las cosas, tuvimos que agregar el concepto de calidad química del grano; es decir, todo lo que está relacionado a los Límites Máximos de Residuos (LMR) y al tipo de insumo que utilizamos en etapas críticas del cultivo.
Este punto, que era una tendencia previo a la aparición de la pandemia de Covid-19, se aceleró fuertemente a partir del año pasado, al punto de que es clave para el acceso a mercados que premian el agregado de valor.
Estrategias
Bajo este panorama, una planificación de los sistemas productivos y una rotación sustentable de cultivos es casi una práctica obligatoria.
Una vez logrado el objetivo de obtener la mayor cantidad posible de granos por hectárea, con la mayor calidad posible y con el mayor potencial de comercialización deseable, el punto no menor que queda por establecer es si lo obtenido, luego de hacer todos los deberes, se va a poder vender y a qué precio.
Para determinar esto, tenemos que entender que el mayor riesgo que tienen los cultivos especiales es sin duda alguna la súper producción mundial. El último caso conocido fue la cosecha récord de garbanzos de 2018. Recién este año el mercado mundial va a encontrar un nuevo equilibrio que lleve al cultivo a tener precios lógicos.
Lo mismo ocurrió con el cultivo de arvejas en 2017, cuando India se retiró del mercado de compra y esto llevó a que fueran necesarios tres años para llegar a un nuevo equilibrio.
En el presente ciclo, un riesgo de súper producción no parece estar a la vista en ninguno de los cultivos especialidades, debido a dos razones. La primera, de orden más estructural que coyuntural: la altísima competitividad que tienen en este momento las oleaginosas, dada la alta demanda de aceites, fundamentalmente de Asia. La segunda sí es circunstancial y se vincula con las malas condiciones climáticas en Norteamérica: las fuertes olas de calor en las praderas de Estados Unidos y Canadá pueden tener un efecto negativo sobre la oferta.
Todavía falta para conocer el desenlace que tendrá la campaña, pero aunque los productores de esas regiones tienen a favor una genética moderna y altamente productiva que puede atemperar los daños, la situación no es cómoda.
Amenazas
Todo lo mencionado implica factores alcistas, pero un apuro puede conducir a conclusiones equivocadas. Porque también hay vientos que soplan en contra y que son tan importantes como los que circulan a favor. El factor bajista más importante es, sin duda alguna, el fortísimo aumento que tuvo el costo de los fletes a nivel internacional. Tal es así que se puede afirmar sin errores que, en estos días, la ganancia no se la lleva ni el productor, ni el exportador, sino el fletero.
El tema es tan grave que hay fuertes demoras en realizar cargas, y se imponen aumentos de precios que van a razón de multiplicar por tres o por cuatro y sin posibilidad de poder cerrar contratos de carga futura mas allá de los 60 días.
A la par, otro factor que puede empujar un descenso de precios es si los destinos de nuestros productos pueden o no pagar el precio pretendido, en función del propio movimiento de sus monedas respecto del dólar estadounidense.
Por ejemplo, no es lo mismo venderle a China, que revaluó el yuan cerca de un 8%, que venderle a Brasil, que está con alta volatilidad cambiaria, que venderle a Turquía que depreció su moneda en un 26%.
Conclusiones
En resumen, los cultivos especiales presentan un panorama alentador a mediano plazo, sin riesgos a la vista de una súper producción que lleve a no poder comercializar lo producido a un precio histórico de mercado.
Sin embargo, hay circunstancias puntuales que hacen que las expectativas de precios sean lógicas, pero no récord ni disparadas hacia el cielo. Traducido: en este momento volvieron a ser un muy buen negocio, pero no tanto como para pensar que en los próximos meses pueden convertirse en una nueva veta de oro.
Y para que ese buen negocio se concrete, el productor debe estar alineado con un exportador de su confianza que le transmita la realidad del mercado y no alimente expectativas desmesuradas. El desafío es ser un eslabón altamente eficiente dentro de una cadena y no una cadena de un eslabón en solitario.