Pensando en ganadería y específicamente en la cría, la opción básica de esta región era el pastizal natural. Cero de inversión, pero baja productividad.
Como opción se podía pensar en incorporar agropiro en los bajos dulces o alguna pastura polifítica (de varias especies) en los suelos de mejor calidad. Más inversión, pero más productividad.
Y si a esto se le agregaba la poco frecuente fertilización, más alambrado eléctrico, ambas variables aumentaban.
Pero a estas opciones se les plantó la nueva agricultura industrial y dio vuelta todo.
Ahora había un producto demandado en el mundo (la soja) y un know how que derribaba el antiguo paradigma agronómico de la mano de la siembra directa, la genética vegetal, la biotecnología y el manejo.
Entonces, pasadas las inundaciones comenzó a crecer la agricultura.
Es evidente que una planta de maíz es más eficiente que un campo natural para convertir energía solar, agua y nutrientes en hidratos de carbono, que luego se utilizarán para engordar novillos, cerdos o pollos.
Hoy, para que un campo se permita el lujo de destinar una hectárea a tener una vaca con su ternero al pie o un novillo en engorde, estos animales y sus productos deberían valer fortunas.
Pero sucede que ocurre exactamente lo contrario. Mientras en Saladillo un kilo de lomo cuesta $11 o en los barrios porteños, $18, en los Estados Unidos vale 27 dólares y bastante más en los países de la Unión Europea.
De hecho, una kilo de lomo argentino puesto arriba de un barco pasa a valer 11 dólares, tres veces más que en Saladillo.
La paradoja que se está produciendo en el sector ganadero es que la política de contención de precios internos del Gobierno, con el fin de que la población acceda a los cortes vacunos a precios acordes a sus salarios, va a terminar desestimulando la cría vacuna y en definitiva achicando la oferta.
En la nota de tapa mostramos que con los precios y los rindes actuales de la soja, que se pueden obtener en Las Flores, haría falta producir 3,5 terneros por hectárea para salir empatados en ingresos.
Ahora, en la medida que se permita que el ternero valga más, la ecuación se puede cerrar con una producción en kilos de carne por hectárea más acorde con objetivos zootécnicos alcanzables.
