Tucumán aporta el 95 % de los limones del país, cultivados en una superficie de 40 mil hectáreas. El resto del área citrícola se reparte entre naranjas, mandarinas y pomelos. Ubicada en el pedemonte tucumano, la zona de producción se ubica en una delgada franja que se extiende de norte a sur y se proyecta hacia el oeste. Allí, los suelos cargados de nutrientes y el clima subtropical sellan la ecuación perfecta para su cultivo.
De acuerdo con Alejandro Alvarez –especialista en Agroindustria del INTA Famaillá, Tucumán–, “las condiciones naturales del territorio le otorgan a la miel de azahar de limón determinadas características físico químicas, sensoriales y biológicas específicas que resultan en una calidad diferenciada”.
En este sentido, especificó: “A partir de un exhaustivo análisis determinamos que la miel de azahar de limón posee flavonoides que le aportan una capacidad antioxidante, antimicrobiana y flebotónica –especialmente la hesperidina y hesperetina–, lo que le otorga el carácter de alimento funcional y saludable.”
Además, se estableció que se trata de una miel muy clara, con un aroma floral débil y un dulzor entre débil y moderado, percibiéndose –en algunos casos– una ligera nota ácida. Cristaliza lentamente para formar cristales muy pequeños y, en ese estado, la textura bucal es suave y cremosa.
“Por todo esto es que, en marzo de este año, iniciamos el proceso para el reconocimiento y registro de la Identificación Geográfica ‘Miel de azahar de limón tucumano’”, aseguró Alvarez quien reconoció el acompañamiento del Ministerio de Agroindustria de la Nación, la dirección de Alimentos y de Ganadería provincial, la Facultad de Agronomía y Zootecnia de la Universidad Nacional de Tucumán, la Cooperativa Norte Grande, la Asociación Civil de Apicultores y el Clúster Apícola de la provincia.
Entre los objetivos, el especialista destacó la necesidad de contar con el sello para “proteger la calidad de la miel, potenciar y difundir los beneficios de este producto en particular y promover su consumo.
Todo ello, en beneficio de los apicultores familiares de la provincia, a quienes incentivamos para que se sumen al proyecto”.
Se trata de una iniciativa de alto impacto comercial y económico armada sobre el esquema de construcción participativa y articulada que caracteriza al sector apícola local y al conjunto de instituciones.
Identificación con el territorio
Una de las estrategias para agregar valor a los productos agroalimentarios consiste en identificar algunos de sus atributos para diferenciarlo de la competencia. Así, mediante un sello distintivo, como el de la Indicación Geográfica (IG), permite que el consumidor reconozca el vínculo con el territorio.
“El valor agregado otorgado por una IG se debe, no sólo a una especificación geográfica determinada y a características físico químicas, sensoriales y biológicas específicas, sino que también incluye conocimientos, prácticas y técnicas aplicadas a la obtención del producto, características del clima y el suelo de donde proviene”, especificó Alvarez.
La IG no debe confundirse con el sello de denominación de origen (DO) que, si bien en sus objetivos son similares, ya que ambos protegen y exigen una calidad específica asociada al territorio, tienen una leve diferencia.
Mientras la DO designa la denominación de un producto cuya producción, transformación y elaboración deben realizarse en una zona geográfica determinada, la IG debe contar con, al menos, una de las fases en el territorio