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La insoportable urgencia de la espera

La misma pesada calma que antecede a una tormenta es la que hoy recorre casi todos los rincones del país.

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Los tiempos políticos se adelantan y, casi a contramano de lo que muchos sostienen acerca de que finalmente será la economía la que dirima el futuro, es mucho más probable que sea un hecho político el determinante. Dicho de otra forma, en el carretel, aunque la economía tiene bastante resto (y el plano internacional le está dando un hándicap adicional), lo más probable es que se corte antes el “hilo” político.

Hoy por hoy, de todos modos, nada ni nadie se mueven, pero todos esperan que algo suceda, aunque nadie arriesga sobre cual puede ser el movimiento que desequilibre el frágil escenario.

Ni los supuestos líderes políticos del oficialismo o de la oposición, ni los sindicalistas más renombrados, menos aún los dirigentes empresarios, se atreven todavía a hacer alguna jugada seria y, mucho menos, a mostrar su verdadero juego.

Casi todos callan, esperan, especulan y observan el tablero. Tal vez esperan que algo providencial suceda y les de la orientación que necesitan para ver hacia adonde apuntar. Por supuesto, ninguno quiere quedar expuesto con una jugada adelantada que, finalmente, pudiera dejarlo descolocado, incluso frente al propio oficialismo.

Y en esa línea, todavía es muy poco lo que hay para contabilizar. Del lado oficial, lógicamente, la pretensión de retener poder en las elecciones legislativas del año próximo y, simultáneamente terminar con algunos de la propia tropa que pudieran tener “aspiraciones” similares. El asunto es que para esto cada vez cuentan con menos, especialmente en lo que adhesión pública se refiere. La gente en general está harta “de todos… y todas”.

Pero del lado de los no oficialistas tampoco hay demasiado. En buena medida debido a la gran dispersión, falta de propuestas comunes y demasiados personalismos que, obviamente, no sirven para construir nada, y entonces, la sociedad hastiada, asiste a la compulsa entre dos débiles.

Pero además, sucede que no todos están en condiciones de “esperar”, y los tiempos de la política, en este caso, no se condicen con los de la gente.

¿Qué capacidad de espera pueden tener, en el caso agroindustrial, los obreros y empleados del frigorífico Swift, de capitales brasileños, que ya cerró casi todas sus plantas en el país dejando cientos de desocupados? ¿Y los inversores y el personal de las plantas de biocombustibles que ahora, ante la abrupta suba de las retenciones quedan de golpe fuera de competitividad y varios ya plantearon el cierre de sus recién inauguradas fábricas?

Lo mismo ocurre con cantidad de usinas y fábricas de maquinarias que vieron caer abruptamente sus ventas a pesar de los altos precios internacionales de lo que produce el campo, y muchas otras que no pueden siquiera importar los insumos que necesitan para producir.

En el caso de la producción agropecuaria es peor aún pues ahora se deben tomar las decisiones para los resultados que se obtendrán el próximo año, en pleno duelo eleccionario. ¿Cuál puede ser el contexto de entonces? ¿Cuántas veces pueden cambiar las reglas de juego hasta ese momento? Con costos geométricamente en alza, ¿quién está en condiciones de arriesgar tantos recursos económicos ante un escenario tan inasible?

Por supuesto que en ese contexto las decisiones se están atrasando, y las inversiones más aún. Pero en el “campo”, la que manda es la naturaleza, y sus tiempos no tienen nada que ver con especulaciones políticas y eleccionarias.

El tiempo de siembra para los granos gruesos –los más importantes en términos de volúmenes, ingresos fiscales y exportaciones– es en las próximas semanas y eso no es modificable, aunque el momento sea riesgoso e inoportuno.

Igual, el “parate” en el interior ya está y es inocultable. Los gobernadores lo saben muy bien, aunque muchos prefieran todavía callarlo ante el temor de la represalia nacional.
Lo cierto es que la economía de buena parte del país se desaceleró a niveles alarmantes, no reflejados por la mayoría de las estadísticas que se dan a conocer.
De la misma manera, la situación es tan evidente que solo con recorrer un poco se lo aprecia en toda su magnitud.

De ahí el malestar creciente de la sociedad, la ansiedad y la urgencia, que se contrapone con el “tiempo de espera” que, por ahora, logró imponer la política, aunque no se sabe por cuánto tiempo.

Por Susana Merlo. Periodista y consultora

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