El Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), en un trabajo conjunto con los Institutos Nacionales de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de Tecnología Industrial (INTI), avanza con el proyecto para lograr una “declaración ambiental de producto” para la carne argentina de exportación.
En el marco de una jornada organizada por el IPCVA en un establecimiento de Jesús María (Córdoba), el experto del INTA Manfredi, Rodolfo Bongiovanni, que coordina la Plataforma Huellas Ambientales del Instituto a nivel nacional, explicó que no se trata solo de medir la huella de carbono sino también otros impactos adicionales que se generan en el proceso de producción de la carne, como el consumo de agua y la eutrofización.
“El convenio se ejecuta a través del Consorcio de Exportadores de Carnes Argentinas ABC y releva a un total de 25 frigoríficos, cada uno de ellos con tres proveedores, por lo que en total estamos evaluando 75 sistemas ganaderos. La idea es que cada frigorífico tenga esta información y pueda certificar su propia carne”, puntualizó Bongiovanni.
La iniciativa está inspirada en el informe desarrollado por el INTA y el INTI para el frigorífico Logros de Río Segundo (Córdoba), que en 2021 se convirtió en el primero del país en lograr su certificación ambiental de producto.
Bongiovanni recordó que, en el proceso de investigación, “se mide todo lo que ingresa y sale del sistema”; es decir, desde los insumos que se utilizan para los granos y forrajes que alimentarán a los animales (agroquímicos y fertilizantes, por ejemplo); hasta cuánto kilo gana el animal por día dependiendo si es una cría pastoril o un feedlot; y también cuánto combustible gasta el transporte de hacienda al frigorífico y desde allí luego el corte para ser exportado.
Como un parámetro, Bongiovanni señaló que un feedlot impacta menos en su emisión de metano, porque los animales al ganar peso más rápido están menos días emitiendo gases hasta que llega la faena; pero tienen mayor contaminación por el volumen de estiércol, salvo que se destine a generar bioenergía.
“Lo que medimos se llama también ciclo de vida: tiene en cuenta incluso desde antes de que el animal nazca y llegue al establecimiento ganadero, a la madre que estuvo gestando durante al menos cinco años para obtener cuatro o cinco crías”, completó el especialista.
UN CAMINO HACIA LA SUSTENTABILIDAD
De manera complementaria a lo expresado por Bongiovanni, el economista del INTA Manfredi, Martín Giletta, centró su exposición en la “reconfiguración” del mercado de la carne a nivel global, apuntando precisamente a las demandas ambientales que surgen de la mano de los nuevos consumidores.
“La agenda ambiental genera que los niveles de exigencia y regulaciones aumenten. Hay una necesidad imperiosa de trazar procesos y demostrar sustentabilidad”, indicó.
Para Giletta, una falencia es que en Argentina este tipo de trabajos, como el impulsado por el IPCVA, “se hacen más por iniciativa privada que por política pública”, cuando nuestro país está muy bien posicionado en términos de su huella ambiental y es una ventaja competitiva que se debería aprovechar más.
Como ejemplo, recordó las nuevas normativas que impuso la Unión Europea de que toda la proteína que llegue a ese mercado debe provenir desde orígenes libres de deforestación, y Brasil está en desventaja al respecto porque su gigantesco crecimiento en la producción de carne fue a costas de un gran pasivo ambiental.
“Hoy el mercado europeo es el más exigente; China impone más que todo volumen, pero en pocos años también se va a sumar a la tendencia. Por eso va a ser imperioso generar información precisa, confiable y demostrable sobre que la producción argentina de carne es sustentable”, cerró Giletta.