El empresario rural escucha cada día más intensamente hablar de la “gestión de calidad” como una receta cuasi mágica que cura todos los males del negocio y, cuando la limosna, es grande hasta el santo desconfía. ¿Es la gestión de calidad una herramienta de gestión tan potente? ¿Es posible que una serie de principios sean tan transformadores y eficaces? ¿Acaso no sabemos desde siempre que la calidad es necesaria?
La gestión de calidad es una serie de prácticas vinculadas a “hacer las cosas bien, siempre”. Formulado de esta manera, podríamos decir que no constituye ninguna novedad. La realidad nos muestra que la gestión rural cada vez se va haciendo más compleja no solo en sus aspectos productivos, sino administrativos y financieros. Gestionar bien el negocio implica coordinar eficazmente una serie de factores que intervienen en su cadena de valor, cada uno de ellos importante en sí mismos. En ese sentido, la gestión de calidad es una familia de conceptos y métodos de trabajo que procuran que toda la cadena de valor actúe en el máximo de su eficacia todo el tiempo.
La calidad se construye en todos los eslabones de la cadena, en ese sentido decimos que la calidad es “sistémica”. Por eso, la eficacia de cada proceso posibilita la eficacia general de la cadena de valor, por lo tanto cada proceso debe ser objeto de “gestión de calidad”. La calidad también es fruto del aprendizaje, y más precisamente del aprendizaje en equipo, que requiere de la actitud humilde y prudente del empresario que sin dejar de ejercer su autoridad debe abrirse a la posibilidad de aprender de sus propios colaboradores. El arte de capturar el talento individual y transformarlo en “inteligencia social” es un resorte fundamental de la calidad. Calidad implica liderazgo inteligente, positivo.
La suma de la inteligencia de una empresa constituye lo que denominamos su “know how” y en ese capital intelectual radica la clave de su supervivencia y progreso. La calidad no solo eleva el rendimiento de los procesos a lo que se denomina “mejores prácticas de mercado”, situación en la que la empresa iguala su rendimiento a los mejores de su segmento, sino que le provee de originalidad e innovación.
Cuando una empresa ha logrado actuar como un verdadero cuerpo, un equipo de gente convencida de su misión, la tarea de conducir, idear, mejorar, aprovechar las oportunidades y evitar las amenazas del medio se “despersonaliza” del dueño y se comparte. El dueño abandona la figura tradicional de “patrón de estancia” que todo lo sabe y lo puede para evolucionar hacia un líder que delega y empodera a su grupo de trabajo. Obviamente las chances de éxito son mucho mayores cuando el dueño es acompañado por un equipo que entiende y comparte su misión.