Leigh Fletcher mira hacia una línea de recintos cercados, de piso de tierra, donde ella cría 200 leones para los cazadores estadounidenses y rusos dispuestos a pagar US$35.000 para disparar contra ellos.
“Simplemente cubrimos la demanda’, dice Fletcher, de 31 años, mientras un león de melena negra destroza el cuerpo sin vida de un burro. “No es diferente de los establecimientos dedicados a la cría y sacrificio de ganado’.
En Sudáfrica, operaciones de cría como la de Fletcher suministraron el año pasado más de 300 leones a cazadores en busca de trofeos, que los acechan y matan, y son parte de un negocio que aportó 1.000 millones de rands (US$146 millones) a la economía. Los establecimientos de cría también han provocado indignación entre los grupos defensores de los derechos de los animales, quienes dicen que así se permite la “caza enlatada’, en la cual los tiradores matan a los leones en cotos pequeños donde las fieras no tienen la oportunidad de escapar.
A partir del 1 de febrero, Sudáfrica exigirá que los leones deambulen libremente por dos años antes de ser cazados. Los criadores dicen que las reglas destruirán el sector y los obligarán a sacrificar a muchos de los 5.000 felinos criados en cautiverio. Las granjas de animales de caza no pueden permitirse que los leones cacen a sus otros animales durante un período tan prolongado, y no hay suficiente espacio para ellos en territorio silvestre.
“En el momento en que no podamos cazarlos dejarán de tener valor’, dice Wouter Pienaar, dueño de Shot Productions Ltd., con sede en Bloemfontein, que filma las cacerías para los turistas. Los criadores “simplemente empezarán a matarlos’.
Los defensores de la nueva ley dicen que esta permitirá a los leones adaptarse a la selva antes de matarlos, permitiendo una caza justa.
“Estamos poniendo fin, de una vez por todas, a la reprobable práctica de la caza enlatada’, dijo Marthinus van Schalkwyk, ministro del Medio Ambiente de Sudáfrica, en un comunicado de febrero. “No permitiremos que nuestros logros sean socavados por prácticas poco éticas y facciosas’.
El negocio de cría de leones, promovido por el padre de Fletcher en la década de 1980, ofrece una versión moderna de lo que vivieron los cazadores de fieras a comienzos del siglo XX.
Sandhurst Safaris, de Fletcher, cubre 270.000 acres (110.000 hectáreas) cerca de la frontera de Botswana, a una hora de automóvil de la más cercana carretera asfaltada, donde los visitantes pueden cazar más de 30 tipos de animales.
Detrás de portones flanqueados por gigantescos leones de piedra hay chalés con techo de paja y una cocina que atiende las necesidades dietéticas de los huéspedes, desde regímenes bajos en grasa hasta comidas halal para los musulmanes.
En la sala de caza, una cabeza de hipopótamo cuelga sobre la mesa de billar, y un león embalsamado vigila a una leona y sus juguetones cachorros en el comedor. Cuando recientemente un cliente pidió bailarinas zulúes, Fletcher hizo arreglos para que una compañía viajara en automóvil siete horas a fin de entretener a sus huéspedes en el albergue.
Los cazadores pagan para disparar a los felinos criados en cautiverio debido a la escasez de leones salvajes. Quedan unos 2.700 leones libres en Sudáfrica, dice Dewald Keet, principal veterinario estatal del Parque Nacional Kruger, el área de vida silvestre más grande del país. Fuera de los parques nacionales, apenas hay suficientes animales como para poder cazar de 10 a 15 por año.
Aunque los cazadores también codician el búfalo, leopardo, rinoceronte y elefante africano, el león todavía es “el rey de la selva’, dice Apie Reyneke, de 51 años, propietario de AA Serapa Safaris, un coto de caza en la provincia del Noroeste. “Todo el mundo quiere dispararle a un león’.
Los visitantes de Serapa pagan US$700 al día por estar en el lugar y cazar las especies más peligrosas, además de los montos fijos por cada animal muerto. Una pareja francesa gastó US$70.000 en una semana este año, dice Reyneke, un ex piloto sudafricano de automovilismo off-road.
“No hay ningún lugar en el mundo que tenga la calidad de leones que tenemos en Sudáfrica’, dice Reyneke.
En una cacería típica, el cliente es trasladado en un Land Rover, acompañado por los buscadores de leones y dos cazadores profesionales. Un fotógrafo o camarógrafo contratado por el cliente puede también ser de la partida. El grupo sigue las pistas de los animales y luego continúa la búsqueda a pie.
Si el cliente dispara y no da en el blanco, uno de los cazadores profesionales debe matar al león, que puede pesar más de 400 libras, antes de que ataque al grupo.
La calidad de los leones está bajando en otras partes porque los cazadores prefieren matar machos grandes con melena negra, dejando a los felinos inferiores para que perpetúen las especies.
“Nunca se debió permitir que se desarrollara este sector’, dice Christina Pretorius, portavoz de International Fund for Animal Welfare, de Ciudad del Cabo.
Fuente: Bloomberg