Si bien en un primer momento los principales análisis sobre los cambios en el Poder Ejecutivo se orientaban a correcciones en el rumbo que iban más allá de la “cosmética” y de la inclusión de funcionarios con algo más de educación y buenas maneras que varios de los salientes (Guillermo Moreno de Comercio, Norberto Yauhar de Agricultura, etc.), el transcurso de los días, sin mayores correcciones estructurales, va dando lugar a un creciente escepticismo.
Y no es solo porque lo hecho en estos 10 días se haya reducido a “blanquear” lo que ya venía ocurriendo, como la liberación de los precios, sino más vale porque el Gobierno, aparentemente, sigue con el esquema de que sea solo la sociedad es la que debe hacerse cargo de los costos que causó su propia mala política. De reducir el gasto público, por ejemplo, ni una palabra.
También después de 10 meses de una re-estatización mal hecha, los “nuevos” se avienen a negociar con España por el caso Repsol, algo que implicará un desembolso total de US$ 5.000 millones que es, tal vez, lo mismo que hubiera costado negociar directamente hace un año atrás. Incluso tal vez hubiera salido menos, y con menor daño.
Igualmente, liberar antes los precios de los servicios, de los combustibles, normalizar –y asumir– las deudas, hubiera sido menos dañino que esperar hasta último momento, cuando ya no quedan opciones, y aún así, las decisiones se van adoptando con un “gradualismo” que no se condice con las urgencias económicas y, mucho menos, con la falta de credibilidad local e internacional que tiene la Administración Kirchner.
Dicho de otra forma, en el 2006/2007 se hubiera podido adoptar un esquema paulatino como el actual, sin embargo ahora, las decisiones deben ser mucho más drásticas y profundas, algo que no todos en el Gobierno parecen estar demasiado dispuestos a bancar (por convicciones filosóficas o porque no quieren el costo político).
Pero si de dar señales se trata, y a pesar de las continuas afirmaciones de que se trabajará para “mejorar las exportaciones”, que “se necesitan los dólares”, que “es necesario recuperar la competitividad”, y otras yerbas que a muchos le deben parecer bastante familiares (por los años trascurridos reclamándolas), el Gobierno sigue demorando adoptar medidas concretas o, al menos, convocar y reunirse con el sector que genera las divisas más genuinas, el principal exportador, o sea, el productor de alimentos.
Pero el hecho respecto a esta situación, independientemente de la calificación de los dirigentes y de los empresarios, es que ni las entidades del campo ni los rubros lácteos, molinero, frutícola, pesca o frigorífico figuraron hasta ahora en la agenda oficial, ni del Jefe de Gabinete, y ni siquiera del nuevo Ministro de Agricultura Carlos Casamiquela, aunque se sabe que realmente este último tiene muy poco para decirles y menos aún para ofrecerles.
Y a la hora de “leer” las señales, el hecho de que tampoco los aceiteros, el principal rubro de exportación individual que tiene el país hayan recibido siquiera un llamado telefónico, tampoco constituye una muy buena señal.
Es cierto que especialmente desde 2008 el Gobierno había elegido al campo como su principal adversario, y el secretario Guillermo Moreno había sido el encargado de aplicar los correctivos por la actitud desafiante del sector con respecto a la resolución 125. Así, entre presiones y ninguneos, sumado al hecho de la más que escasa capacidad del equipo saliente de Agricultura, que acentuó el estrecho margen de maniobra de esa cartera, trascurrieron los últimos 5 años.
Pero se supone que para cambiar eso (entre otras varias cosas) fue que, justamente, se le dio a Moreno el “pase dorado” a Italia (más allá del favor que semejante presente tendrá para el embajador argentino en Roma).
Y, aunque queda claro que el hombre, al margen de su grosería e inconmensurable mala educación, fue solo un soldado de la causa, obediente por cierto, y para nada el Mefistófeles causante de todos los males y políticas desgraciadas que atravesó la Argentina en los últimos tiempos, queda por saber, entonces, quién definía esas políticas y si, efectivamente, esa persona está dispuesta ahora a cambiarlas dándole bandera verde a Capitanich para que pueda aprovechar lo último del viento de cola internacional, y permita que el campo haga lo que mejor sabe: producir alimentos para la mesa de los argentinos, pero también para el resto del mundo, generando las preciadas divisas, cada vez más esquivas para la economía local.
Por ahora, el agro es lo que más a mano tiene el nuevo equipo, y lo que les costaría menos.
Por Susana Merlo
Campo 2.0