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Estudió y enseñó arte dramático, pero la pandemia la hizo volver al campo y hoy cría “gallinas felices”

En una nueva entrega de Tierra de Historias, Macarena Etcheberry relata cómo nació su emprendimiento agropecuario en Carlos Pellegrini, al que hoy apuesta pese a que insiste: "Yo no sabía absolutamente nada de gallinas".

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En un mundo cada vez más preocupado por la sustentabilidad a la hora de la producción de alimentos, y con el bienestar animal como una de las demandas más activas, el emprendimiento que lleva adelante Macarena Etcheberry en Carlos Pellegrini (Santa Fe) cumple con creces esa premisa: cría gallinas libres de jaula, o, como se las suele denominar, “gallinas felices”.

Macarena es la nueva protagonista de la serie de podcasts “Tierra de Historias”, una producción integral de Profertil, conducida por Juan Ignacio Martínez Dodda.

Su historia es realmente llamativa: creció en el campo, en Santa Marta, rodeada de decenas de primos; en su adolescencia estudió y trabajó en Estados Unidos; luego volvió y estudió arte dramático, e incluso llegó a abrir una escuela y enseñarle a niños.

Sin embargo, fue caso testigo de una historia más de emprendimientos surgidos durante la pandemia de Covid-19: allí se revinculó con el campo y junto a su hermano apostaron por este sistema novedoso que viene creciendo y que evita encerrar a las gallinas ponedoras, para mejorar su bienestar.

Un extracto de la entrevista, que se puede escuchar completa al finalizar la nota o en el canal específico de Spotify, se reproduce a continuación.

– ¿Qué recordás de tu niñez, con tantos primos cerca?
– Tuve una infancia espectacular, aunque la mayoría de mis primos son mucho más grandes que yo; yo soy la más chica de seis hermanos, mis papás me tuvieron de grandes. Fue tanto en Santa Marta como en un campo que tenía mi abuelo en Ayacucho, donde pasaba un arroyo. Una anécdota es que yo recién hace un año me animé de nuevo a tocar un caballo de vuelta, porque en ese campo me tiró al suelo un petiso y le agarré pánico a los caballos. Y mirá que yo le tengo miedo a pocas cosas. Y también recuerdo el olor a tierra mojada, es como un déjà vu. Recuerdo que paraba de llover y yo tenía una bicicleta colorada y Santa Marta tiene una avenida grande y arbolada por la que salía a andar. Y son numerosos recuerdos más. La infancia en el campo es como más salvaje, pero también otorga más libertad.

– Pasó esa infancia, llegó la adolescencia, y decidiste irte a Estados Unidos
– Fui una adolescente bastante rebelde, les di bastante trabajo a mis papás. Dejé el secundario a los 15, a los 17 viajé a Estados Unidos y luego cuando volví lo terminé, a los 20.

– ¿Qué te dejó esa experiencia?
– Yo iba a un colegio en California a aprender inglés y había gente de todo el mundo. Primero, creo que me sirvió mucho ver tantas culturas diferentes, te abre la mente. Y después también que trabajé en un parking, estacionando autos en el parking de un restaurante donde iban muchos famosos. A mí además me encanta manejar y allí llegaba cada auto. Me sirvió mucho la experiencia para saber la disciplina del trabajo, que si entras a las 8, pero llegás a las 8, ya estás llegando tarde.

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– Y llegó la hora de estudiar… ¿Por qué arte dramático y no agronomía o veterinaria?
– Es que el campo nunca estuvo presente en mi vida, en cuanto a lo que es la producción y todo eso. Siempre digo que al campo de Santa Marta donde vivo lo conocí realmente a los 27 años, lo que es campo adentro. Antes iba por la avenida en bicicleta de la casa a la choza, no más que eso, la parte productiva no me interesaba para nada. Y siempre me gustó el teatro. También de niña hacía baile, toda la parte artística.

– ¿Cómo fue entonces que llegaste a esto de meterte en el lote?
– Cuando volví a Pellegrini, puse un taller de arte para chicos que se extendió dos años, pero llegó la pandemia. Yo vivía en el pueblo y me cuesta mucho el encierro, caminaba por las paredes. Agarraba mi auto, me iba al campo y lo dejaba en la avenida de entrada, y caminaba con mis dos perras. Y ahí vi que la vida seguía, que en la manga (N. de R: con los animales bovinos) seguían trabajando, y entonces pensaba por qué tenía que ir a mi casa a encerrarme. Y justo mi hermano Pablo había venido de Sudáfrica con esto del gallinero móvil, lo había dicho 50 veces. Entonces me hizo click la idea de armarlo, “pongamos un gallinero, lo necesito”. Mi hermano no confiaba: “Me vas a hacer invertir la plata y después me vas a dejar en banda, vas a estar 2 meses, no vas a aguantar”. Al final hicimos una sociedad, pusimos las gallinas y la verdad recuerdo el entusiasmo cuando llegaron las gallinas, fue uno de los días olvido más uno de los días más felices de mi vida. Y ahí me empecé a meter en este mundo del bienestar animal, que más que amar a mis perros no tenía ni idea. Y al día de hoy no lo cambio por nada.

– Sin ir demasiado a lo técnico, ¿cuál es el diferencial del gallinero móvil?
– Es un carro con nidos para que las gallinas pongan los huevos, y con perchas para que duerman, y que se rodea con una red eléctrica para que no entren predadores. Cada siete días movemos las redes y movemos el gallinero. La gallina está libre de jaula y se alimenta, o sea, complementa su alimentación con pasto insectos además del balanceado, porque la gallina para poner huevos necesita balanceado, sí o sí. También se nota mucho por el guano y la orina que dejan y cómo eso nutre el suelo y se nota que donde estuvieron las gallinas es un pasto mucho más verde.

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– Tuvieron un momento en que les fue mal. ¿Qué enseñanzas tuvieron?
– Fueron dos años en que el huevo no tuvo aumentos y mientras todo el mundo arrancaba con 200 gallinas, nosotros pusimos mil de entrada. Y nunca había tocado una gallina, no sabía cómo era el sistema, para mí era todo nuevo. Entonces ese fue el primer error, porque arrancamos con mil de entrada y no fuimos de a poco. Pero la clave fue que arrancamos con una tolva de alimento balanceado a $ 80.000 y un maple de huevos a $ 250, y nos fuimos con una tolva a $ 250.000 mil y un maple de huevos que siguió a $ 250. Después otra cosa que me pasó fue que al tener tantas gallinas y manejarlas yo sola, hubo cosas que se me pasaron que no vi. La parte sustentable es muy importante, pero también hay que saber prevenir, porque por ejemplo cuando sufrí con el piojillo, una vez que ya estuvo, con cosas naturales no lo pude combatir, pero podría haber prevenido con cenizas, ajonela, un montón de cosas.

– ¿Qué cosas te parece que está bueno que el consumidor que va y compra un huevo sepa al respecto de la producción?
– Mi novio es de Quilmes y vino a Pellegrini, y no conocía el tema de las gallinas. Y después de ver esto, dice que no podría consumir nunca más un huevo que venga de un animal de jaula. Yo hoy como consumidora lo primero que me fijo es que sea libre de jaula, porque sé notablemente la diferencia, que se nota incluso en lo nutricional.

– Como cierre de esta de esta charla: metiste un cambio de dirección grande, de las artes al campo que apareció de otra manera en tu vida. ¿Qué aprendiste de eso?
– Que a veces uno está en el camino, pero no sabe que tiene que cambiar, que no se anima; y cuando hay algo con lo que no estamos conformes, hay que tomar ya la decisión de querer cambiar. Me parece que ya es mejor que seguir con lo que no estamos conformes. Yo no estaba conforme con el encierro que me provocaba estar en mi casa y filosofo mucho y pienso: “lo que me hubiese perdido” si no dejaba el taller que trabajar con chichos también me fascina. Pero hoy encuentro algo que es una pasión. Y si yo incluso le hubiese hecho caso al afuera, que hasta mis amigas desconfiaban de qué podía hacer yo con gallinas, si les hubiese hecho caso no estaría acá. Si hay algo que en tu vida no te está conformando o motivando o llenando, como lo queramos llamar, ya la decisión de cambiar, me parece que es mejor a la de seguir en eso que ya no te está motivando.

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