El sector de la carne volvió a estar en los titulares de los medios a raíz de los aumentos al mostrador. Por eso, es bueno recordar el devenir de los hechos que llevaron a esta reciente suba, atada a un contexto de aceleramiento inflacionario.
El precio de la hacienda mostró una tendencia creciente durante el último trimestre de 2013, tomó velocidad en enero y terminó disparándose en las últimas semanas tras la brusca devaluación del peso. Sin embargo, esto ocurrió luego de tres años de cotizaciones estancadas en términos corrientes o de subas muy por debajo de la inflación, lo que alertaba sobre la posibilidad de nuevas reducciones del stock.
Desde hace más de cuatro décadas, la Argentina produce la misma cantidad de carne pero tiene casi el doble de población por lo que hay mucho menos para consumir y exportar. Si bien los motivos de este estancamiento son diversos, se destacan las políticas económicas que han intervenido en el sector ganadero con el objetivo de mantener bajos los precios al mostrador.
Esas medidas resultan particularmente negativas para la ganadería por tratarse de una actividad que siempre ha tenido fases de mayor y menor producción: los llamados ciclos ganaderos. Estos fenómenos, que ocurren en todo el mundo, se explican por la lenta respuesta de la oferta de hacienda frente a los cambios del mercado y sus perspectivas. Ante un escenario alentador, los productores comienzan a expandir su producción reteniendo vientres para destinarlos a la reproducción y animales jóvenes para engordarlos. De este modo, disminuye la oferta de estas categorías en el corto plazo por lo que suben transitoriamente los precios.
No hay maniobras especulativas ni intencionalidades ocultas en este proceso. La moderada retracción de la oferta permitirá sustentar el crecimiento más adelante.
Además de los ciclos, hay fenómenos estacionales -como la abundancia de pastos- y accidentales -como las lluvias- que inciden en la oferta de ganado, agregando tensiones al mostrador, a pesar de que tras esos eventos todo se equilibra rápidamente.
Lo fundamental para suavizar estas variaciones es respetar su dinámica regida por las leyes de la naturaleza, en el marco de políticas económicas de aliento a la actividad. En Brasil, la estrategia oficial que se lleva adelante desde hace 15 años, ha permitido exportar sin desabastecer el mercado interno y, hoy, además de liderar el comercio internacional, cada habitante consume 41 kilos de carne por año, seis más que entonces. Por su parte, el gobierno de Uruguay, que otrora intervenía en los mercados, en los años ‘70 liberó la hacienda y la carne y, hoy, además de ser uno de los consumidores más importantes del mundo, sus productos llegan a los países más exigentes.
Con respecto a la Argentina, desde 2002, con la salida de la crisis de aftosa y de la convertibilidad, hubo una fuerte expansión de la producción y de las exportaciones, a partir de inversiones en el campo y en la industria procesadora, que tras años de estancamiento buscaban atender la creciente demanda interna y externa. Pero este proceso se empezó a desalentar en 2005, cuando irrumpieron las intervenciones del gobierno.
Destacamos entre ellas, los acuerdos forzados de precios, el peso mínimo de faena, el aumento de las retenciones, la eliminación de reintegros a las exportaciones, la creación del ROE, la prohibición de exportar, los cambios en las normas de distribución de la cuota Hilton, el régimen de barata, entre muchas otras, que desconocían la dinámica del mercado y las previsiones que deben tomar los operadores en una actividad de largo ciclo productivo.
Con semejantes desincentivos, la histórica sequía de 2008/09 vino a colaborar con un proceso de liquidación que terminó llevándose casi el 20% del rodeo vacuno.
La drástica caída de la oferta redundó en fuertes aumentos en los precios, que se duplicaron en pocos meses. Como no era factible disponer de más carne rápidamente, fue forzoso convivir con un nivel de cotizaciones nunca alcanzado en más de 100 años de estadísticas económicas. Esto impactó en la capacidad de compra de la gente y, por primera vez, la Argentina perdió el puesto de primer consumidor mundial.
Entonces, los altos valores impulsaron una nueva fase de retención y de crecimiento de existencias. Sin embargo, el proceso se vio debilitado por el mantenimiento de las políticas oficiales que frenaban las expectativas de los productores.
Desde 2010, con exportaciones a la baja, el mercado interno no pudo, como no pudo nunca por sí solo, sostener precios alentadores para la ganadería. Así las cosas, se llegó al último trimestre de 2013, cuando se conjugaron el retraso de los valores de la hacienda, la espiral inflacionaria, la fuerte devaluación y la incertidumbre frente a las marchas y contramarchas de las políticas económicas, empujando las cotizaciones hacia arriba.
Desde Valor Carne resumimos esta historia, que muchos de nuestros lectores conocen bien, con la idea de contribuir al esclarecimiento de la población y su dirigencia.
Sería bueno trasmitir que el sector de la carne es uno de los más atomizados del país, con más de 200 mil productores, centenares de frigoríficos, algunos miles de matarifes y abastecedores, decenas de miles de minoristas, y millones de consumidores, por lo que nadie puede influir en forma decisiva sobre las cotizaciones, pero tampoco existen medidas de gobierno capaces de domarlas.
Estamos convencidos de que la única manera de combatir los altos precios es con más oferta y ésta sólo se logra en un ambiente amigable con las inversiones y con la dinámica del mercado.
Por Miguel Gorelik
Director de Valor Carne