Había una vez una pequeña e imaginativa niña que vivía en un mundo fantástico. Allí habitaban seres extraordinarios y todo era extrañamente factible a partir de distintos juegos…
Más allá de la imaginación de Lewis Carroll, autor inglés del clásico infantil (o no tanto) del siglo XIX, más de uno intentó revivir las historias del creativo e irónico matemático británico a lo largo de los años.
Así, personajes como el Sombrerero, la Reina de Corazones, la Oruga Azul, etc. fueron asimilados hasta hoy a distintos personajes en las más variadas situaciones y países.
Tanto la escritura fantástica –tal la de Lewis–, como el realismo mágico latinoamericano, permitieron a través del tiempo, desde ironizar sobre la realidad más cruda, como plantear situaciones o resoluciones a problemas que solo por la magia se podrían justificar.
Que decir, si no, de los recientes intentos locales de “reescribir” la historia Argentina, y hasta la de los vecinos…
O la sistemática negación de realidades como la inseguridad (que es solo una “sensación”), o los incrementos de precios (que son un invento de los medios), o el drenaje de reservas (que es una operación de desestabilización), y así sucesivamente. La enumeración podría ser casi infinita, tanto como las contradicciones.
La soja es un “yuyo”, pero cada vez se depende más de ella y, por lo tanto, se fomenta más su producción, aunque el “discurso” diga lo contrario.
Como nunca se necesita ingreso de divisas, pero se impulsan proyectos de ley, como el de Tierras que, además de ser inconstitucional y entronizar la arbitrariedad, lo único que lograría (si se aprueba como pretende el oficialismo y que seguramente va a ocurrir pues hay nuevamente mayoría directa), es alejar a los capitales externos y congelar o directamente desmantelar más de un proyecto de desarrollo que ya estaba en marcha.
Y eso sin mencionar que los principales afectados serán los “pequeños y medianos productores”, a los que se dice defender, que verán como los precios de mercado de sus predios caen (al achicarse la demanda), y lo mismo ocurrirá con los arrendamientos.
En realidad, una ley así parece hecha a la medida de los grandes compradores locales (muchos provenientes de otros sectores), que ya sin competencia externa, podrán hacer compras sin limitación, y lo que es mucho más importante, sin competencia “de afuera”…
Se afirma que se quiere exportar más e incrementar la agregación de valor, pero se impide la importación de insumos y bienes intermedios, y hasta se “cierran” las exportaciones que sobreviven a pesar de estas restricciones, como ocurrió con la carne, leche o el trigo y maíz, como las situaciones más extremas y emblemáticas.
Los productores no pueden vender sus cosechas, el Gobierno les interviene los mercados, los costos de producción aumentan, hay sequía en muchas regiones, pero desde el sector oficial se insiste en que la siembra va a ser récord y la cosecha ¡ni hablar!
Si eso no es fantasía…
¿Y el realismo mágico de defender la “mesa de los argentinos” haciendo caer la oferta en lugar de aumentarla, como ocurrió con la baja de más del 20% del rodeo vacuno, que obligó a disminuir 20 kilos de consumo per cápita de carne por año?
El retraso cambiario y/o la caída de la competitividad es otra cuestión tan real como negada mientras, los sectores que aún conservan alguna posibilidad de inserción en el mercado internacional, como los agropecuarios, son gravados en forma extraordinaria con retenciones (impuestos a la exportación) reinstaurados hace ya 10 años. Es decir, el propio gobierno les resta competitividad.
Cuando los vecinos devalúan, Argentina revalúa. Cuando los demás expanden, Argentina contrae y viceversa. Lo peor es que ahora el panorama internacional ya no es favorable como para enmascarar más errores como ocurría en el pasado.
Pero obviamente, hay diferencias sustanciales en los diagnósticos como también en las razones que llevaron a desembocar en las situaciones actuales.
¿Y que hubiera dicho Alicia ante esto?
Tal vez que: “Brillaba el sol sobre el mar
con toda su fuerza brillaba.
Se esforzaba por lograr
que las olas relucieran…
Cosa rara, porque era
justamente medianoche…”
O, tal vez, algo más desconcertada, habría sostenido:
“¡Ay, ay, ay, que raras son hoy todas las cosas!
Y ayer todas fueron nada más que lo habitual…”
* Consultora y periodista agropecuaria