Desde 2021 en Argentina se premia a las mujeres rurales por su trabajo en el territorio. Sean lecheras, agricultoras, trabajadoras rurales, cooperativistas, gremialistas, docentes o parte de muchas otras actividades del campo, hay un premio que las visibiliza. Y lleva el nombre de Lía Encalada.
Hasta hace un año, de ella sólo aparecían dos cosas en Google: el dato de que fue la primera ingeniera agrónoma egresada de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA) y una foto del Archivo Gráfico de la Universidad en la que se ve cómo Ricardo Rojas, entonces rector, le entregaba su diploma en 1927.
Sin embargo, hay mucha historia detrás. Para conocerla, Infocampo viajó a Neuquén de la mano de Mujeres Rurales Argentinas, la organización que creó la distinción que se entregó por primera vez en marzo de este año.
UNA PIONERA DEL AGRO
En el aeropuerto de la capital esperaba Margarita Köenig (foto), de 87 años. Es la hija de Lía y -mientras nos llevaba manejando su auto de última generación conectada al bluetooth escuchando una playlist de Spotify que iba de María Becerra a Justin Bieber- admitía que estaba dispuesta a contar todo sobre su mamá y su abuela, que rompieron los esquemas de una época y se lanzaron a estudiar y trabajar en un mundo agropecuario que parecía exclusivo para los hombres.
Ninfa Fleurí se llamó la primera ingeniera agrónoma de toda Latinoamérica, que se recibió en los primeros años de 1900 en la Universidad de La Plata (por esos días se llamaba “Universidad de la Provincia de Buenos Aires”). De ella no hay registro fotográfico.
Se casó con Francisco Encalada, un santiagueño con la misma profesión.bPero mientras Francisco hacía su propia huella y fundaba el primer Colegio de Ingenieros Agrónomos, Ninfa (como las no tantas mujeres profesionales de la época) tenía “permitido” únicamente trabajar en docencia. Fruto de ese amor nació Lía Encalada, en 1904.
No habían pasado más de 23 años cuando se recibía en FAUBA y se transformaba en la primera agrónoma salida de la Universidad de Buenos Aires.
Tenía la vida de una porteña que no renegaba de las características de la ciudad, aunque el amor por el que entonces ya era su marido y alguna oportunidad laboral inesperada la llevaron en 1932 a Centenario, una colonia agrícola que nacía el 11 de octubre de 1922, en la que todavía no había casi nada más que la intención de facilitar el acceso a la tierra para que empiece a crecer la población.
“Era un desierto”, cuentan Guillermo y Federico, sus nietos, en un café de Centenario, donde aún viven, 90 años más tarde. Según los relatos de sus abuelos, ellos fueron los encargados de emparejar las primeras chacras de la zona, a puro caballo y rastra de disco, en una época en la que todavía no contaban con tractores.
LA “BICHÓLOGA” PRODUCTORA
Gracias a mujeres como Ninfa, que abrieron camino en el ámbito académico y profesional, otras como Lía ya podían acceder a trabajos que excedieran la docencia. Recién llegada a Centenario, comenzó a hacer un trabajo de extensión como delegada del Ministerio de Agricultura de la Nación en esa zona, codo a codo con los primeros productores.
“Hacía los controles de sanidad, asesoraba a los frutícolas y llevaba su conocimiento a las escuelas, algo de lo que nos enteramos por mi mamá, que era docente, y se encontraba con la firma de Lía en las actas de las primeras escuelas del pueblo”, agrega Federico (foto).
Los productores le decían “la bichóloga”, porque se encargaba del cronograma sanitario de curas para manzanos y perales, donde la Carpocapsa (la llamaban “el bicho”) era un problema importante. Pero además de trabajar con quienes empezaban a producir, Encalada y su marido (Federico Köenig, un alemán criado en Francia y formado en comercio que había llegado a la Argentina) también se lanzaron a hacer peras y manzanas en su propia chacra.
Años más tarde, Francisco, al que su esposa había sumergido en el mundo agrícola, fundaba la Cooperativa Fruticultores Unidos, donde los productores llevaban sus frutas, aunaban criterios y esfuerzos y las empacaban para hacer una venta en conjunto bajo la misma marca.
Desde ese espacio, cerca de mediados de siglo, Lía y Federico, junto a otros fruticultores locales, enviaban la primera exportación del Alto Valle a Holanda, donde la familia del experto en comercio residía tras huir de la guerra.
UNA FEMINISTA DEL CAMPO
Sus nietos cuentan que a Lía la rebeldía le costó el reconocimiento en todos los estratos. Fue una pionera porque eligió su profesión y la siguió en una época en que no era fácil hacerlo para una mujer; dejó la ciudad para irse a una colonia que en realidad era un desierto y motivó a los primeros productores a hacer fruta.
También se animó a meterse en la política y fue candidata a vicegobernadora a mediados del siglo. “Tenía mucho carácter, no contaba con ningún empacho en decir las cosas que pensaba y era tan independiente que, como no le simpatizaba el frío, pasaba la mitad del año en Buenos Aires para no exponerse a las bajas temperaturas del Valle”, recuerdan Federico y Guillermo.
Tanto Margarita, que ya lo dejó en manos de su hijo, como Federico y Guillermo, siguen el legado familiar aún cuando producir fruta en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén ha dejado de ser un negocio y donde muchos productores lotean sus chacras para hacer un barrio cerrado por la falta de rentabilidad de la actividad. Son la tercera generación de productores y falta muy poco para que uno de los hijos de Guillermo (foto, junto a su hijo) se transforme en la cuarta.
A los tres los emociona que un premio que visibiliza a las mujeres que trabajan en la ruralidad lleve el nombre de su abuela, que murió en 1988 sin un solo reconocimiento a un trabajo que lo merecía. “Al final, alguien se acordó de Lía, que tanto hizo por el Valle y le abrió la puerta a muchas otras mujeres que podían soñar con algo parecido”, cierra Federico.