Las retenciones móviles del 11 de marzo encendieron una protesta espontánea, que podría haber tenido una solución de tipo técnico de haberse corregido en lo inmediato.
La crisis fue atravesando sucesivamente distintas capas de la realidad. La geográfica, porque terminó polarizándose entre interior versus metrópolis. La social , porque dejó de un lado a los piquetes de la abundancia y del otro a los piqueteros K.
La política, porque entró como una cuña en el justicialismo, sacando a flote la interna de sus dirigentes.
Nadie previó la dimensión que el conflicto tomaría y mucho menos que se prolongara durante 80 días, como se cumple este viernes 30 de mayo.
Los dirigentes tampoco habrán imaginado nunca que iban a presidir un acto frente a decenas de miles de personas, vivando su nombre.
Tampoco habrá previsto el Gobierno que una resolución de su ministro de Economía iba a generar la rebelión de buena parte de los líderes del PJ, una lista a la que cada día se suman más nombres.
Tampoco debe haber previsto la oposición que el agro le serviría de base para retomar la iniciativa contra un oficialismo que hasta ahora aparecía como inexpugnable.
Sin embargo, a medida que pasan los días y las semanas, se hace más fuerte la mayoría silenciosa que clama por una solución al conflicto.
La idea de una victoria “a lo Pirro” va imponiéndose en la sociedad, que cuenta las pérdidas económicas que este conflicto va generando y que superan largamente a lo que ambas partes pretenden ganar.
Si bien cada bando culpa al otro por la no resolución de la disputa, ante la opinión pública van sufriendo un desgaste de imagen.
Incluso dentro de la cadena misma de valor del agro, las opiniones no están tan inclinadas hacia un lado.
Los proveedores de insumos ven dilatarse el arranque de la campaña comercial, aunque saben que parte de esto se debe a la falta de agua en las zonas de siembra.
Existe una retracción marcada en la industria de los agroquímicos, mientras la metal mecánica sufre un parate en sus ventas, comienza a reducir horas extras y ve peligrar los puestos de trabajo. De hecho ya pasó eso en la industria frigorífica.
También se percibe una alza en la tasa de interés, corte en la cadena de pago y el congelamiento en las decisiones de inversión. Pero los que más padecen el conflicto son los procesadores, es decir la agroindustria, que se sienten como el convidado de piedra, aunque no precisamente de un banquete.