El cultivo de trigo es el más importante a nivel mundial, tanto si se lo considera desde la superficie sembrada y la producción, como en su significación en la alimentación humana.
Hay referencias de su cultivo hasta antes de 7.000 años A.C. Por todo esto no llama la atención que sea es el cultivo agrícola más estudiado.
La Argentina está en los primeros lugares en cuanto a la producción y exportación de este cereal, aunque en los últimos años es un cultivo que ha perdido competitividad frente a otros.
El desafío actual para productores y técnicos es tratar de recuperar el lugar que tuvo, en especial teniendo en cuenta su importancia estratégica dentro de una rotación balanceada, como requiere la intensificación de la agricultura que hoy estamos viviendo.
El monocultivo de soja, además de implicar pérdidas progresivas en el rendimiento, está causando la multiplicación de malezas resistentes a los herbicidas más usados, aumentando entonces los costos del productor.
La extensión de la siembra directa y de distintas modalidades de reducción de labranzas, han hecho tomar una mayor conciencia de la importancia de los microorganismos del suelo en su productividad, ya sea por medio del aumento y disponibilidad de los distintos nutrientes, como de la mejora de la estructura y porosidad del mismo.
Estos microorganismos se conocen en forma genérica como PGPR (en inglés rizobacterias promotoras del crecimiento vegetal), aunque el término correcto debería ser microorganismos promotores del crecimiento vegetal (MPCV, Frioni 2006).
Dentro de éstos, las micorrizas son hongos que establecen, a semejanza del Rhizobium, una asociación (simbiosis) con las raíces de las plantas, donde obtienen energía (hidratos de carbono) del vegetal y éste se beneficia por la provisión de nutrientes que el hongo capta y traslada desde el suelo hacia la raíz. También se advierte una más rápida implantación, mayor crecimiento radicular y una mejor tolerancia a patógenos. Todo esto, se suma a otros efectos debidos a sustancias que segrega y que fomentan el crecimiento de la planta.
Es importante para el productor que la aplicación de esta tecnología, como la de cualquier otra, sea compatible con el resto de su planteo para el cultivo.
Para la próxima siembra de trigo, que ya está por comenzar, considero que el desafío más importante para productores y técnicos es tratar de que recupere el lugar que tuvo, teniendo en cuenta su importancia estratégica dentro de una rotación balanceada, como requiere la intensificación de la agricultura que hoy estamos viviendo.
Dentro de esa sustentabilidad, el uso de los inoculantes o biofertilizantes están ganando terreno, ya que son muy conocidos y ampliamente difundidos para el cultivo de soja.
El motivo del uso de la inoculación en trigo es sencillo y contundente. Un aumento de los rendimientos que está en el orden del 10% promedio, logrado con un insumo de bajo costo (aproximadamente 6 dólares por Ha) y fácil aplicación, lo que en definitiva redunda en un aumento de la rentabilidad para el productor que puede recuperar hasta 10 veces más de lo que invirtió en inoculante.
Hay varios microorganismos que se pueden usar en la inoculación de trigo. En el caso de Crinigan, empresa en la que trabajo en el área de desarrollo, utilizamos las micorrizas que promueven un mayor crecimiento de la raíz, lo que facilita a la planta una mejor absorción de agua, fósforo y otros nutrientes. Otro efecto no menos importante es la “barrera fitosanitaria” que se logra en la raíz al inocular el trigo con microorganismos benéficos.
Resumiendo, la inoculación es una tecnología de bajo costo que está alineada con los principios de la agricultura sustentable, que preserva efectivamente la productividad de los suelos y es una de las herramientas más destacadas con las que cuenta el productor para potenciar el cultivo de trigo, haciendo que vuelva a ocupar el lugar que nunca debió haber dejado.
Santiago Corti
Asesor Técnico de Crinigan S.A.