Dicho así puede sonar como traición a la Patria, pero la realidad es que mientras reclama la eliminación de los subsidios y la baja de los aranceles, impone restricciones al ingreso de productos en el rubro alimentario.
Esta semana se oficializó la suba de los aranceles de importación a una serie de productos. Los primeros son los ajos, que del 10% de arancel de importación extrazona (son cupos de excepciones que los países del Mercosur pueden poner a una cantidad limitada de productos) se fue a 25%.
El otro producto que sufrió los embates fue el gluten de trigo, que pasó del 10 al 31%, y por último los aceites de oliva, que para beneplácito de los productores locales, subieron del 10 al 31,5% en protección.
Por otra parte hay que considerar que ya de por sí existe un âparaarancelâ, que consiste en mantener un tipo de cambio alto, que en teoría alienta la exportación y deprime la importación.
La pregunta de fondo es: ¿qué partido queremos jugar los argentinos? Porque es obvio que la pretensión de que los otros accedan al libre comercio para que ingresen los productos locales, tolerando al mismo tiempo mecanismos de protección del mercado interno, no resulta muy viable.
La Argentina ostenta el mérito de que a pesar de ser un país con una más que baja participación en el comercio mundial, está al tope del ránking de las demandas en el seno de la Organización Mundial de Comercio.
Por lógica son la Unión Europea y los Estados Unidos los que más demandas sufren, con 56 y 95 casos, respectivamente. Pero después viene la India con 17 y luego ¡la Argentina con 16!
Esto nos ubica por encima de grandes importadores como Corea del Sur o Japón. Incluso por delante de México y Chile.
A esto habría que agregarle el âruidoâ que están generando los diferenciales de derechos de exportación, que los países importadores, algunos tan proteccionistas como nosotros (Brasil), entienden como subsidios encubiertos.
