La semana pasada tuvo lugar en Rosario un encuentro que pasó inadvertido en la agenda mediática, pero que tiene una significancia sustancial.
La convocotaria fue realizada por
Asistieron empresas procesadoras, como la firma Tanoni Hnos. SA, una pyme aceitera radicada en Bombal, provincia de Santa Fe. Según trascendió, también concurrieron fabricantes de maquinaria agrícola como Pauny, Pla, Giorgi o Cruccianelli, y empresarios de la industria agroquímica, como Atanor.
La movida apunta a ampliar la alianza del desarrollo rural. Lo destacable es que esta visión implica una concepción de la producción agrícola mucho más profunda. Como hemos mencionado más de una vez en esta columna, la producción de commodities agrícolas es apenas un engranaje de una maquinaria que se mueve al compás de la necesidad de los humanos de alimentarse. Pero existen distintas visiones respecto de qué rol y dónde lo juegan cada uno de esos engranajes.
Hay quien ve a la actividad agropecuaria como el único engranaje local (argentino) de una maquinaria global. Hay otros que ven que la producción agrícola y pecuaria puede inducir a que los engranajes de la provisión de insumos y bienes de capital, así como el procesamiento de las materias primas, se encuentren radicados en
Esta convocatoria de
Esto es particularmente cierto en una concepción federal y deslocalizada del desarrollo. Pueblos rodeados de campos de alta producción, donde se radica la industria metalmecánica, el fabricante de agroquímicos, una molienda de granos, la fábrica de balanceados, la granja de porcinos y aves.
Un verdadero cluster de desarrollo en torno de esas fantásticas máquinas de conversión de energía solar en carbohidratos y proteínas que son los cultivos.
Incluso esa concepción está en línea con lo que declara el secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, como vocero del Gobierno: hay que revertir el hecho de que la tonelada importada en
Pero es importante que el campo levante la bandera de la unión y coordinación entre producción primaria e industrialización. Esa visión debe convertirse en un valor compartido por todos los argentinos.
Nadie debería poner en duda que el desarrollo federal del país y de su gente se logrará, no con los granos saliendo tal cual por los puertos, sino con una potente industria vinculada a los insumos que el agro necesita y al procesamiento de los frutos de la tierra.
Y el hecho de que todavía sigamos vendiendo granos no responde a una conspiración perversa sino a que los países importadores buscan que el valor se agregue fronteras adentro, creando trabajo y oportunidades para su gente. Ojalá la iniciativa de