La Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) hizo pública su preocupación por el aumento de la superficie labrada en la Argentina durante la última campaña 2020/21, que según datos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires creció 3% este último año.
Si bien Aapresid entiende que “las causas de esta situación puede ser variadas e incluso estar relacionadas al costo de los insumos“, también advierte sobre “el aspecto físico y las consecuencias sobre el recurso suelo“.
La Asociación cita explica que “la remoción del suelo producida bajo labranza convencional (LC) genera caídas en los niveles de carbono (C) del mismo (Studdert et al. 1997). El carbono orgánico del suelo (COS) y la agregación dependen del uso y del sistema de manejo utilizado, por afectar la estabilidad de los agregados. La LC incrementa la aireación del suelo (Balesdent et al., 1998) y rompe los macroagregados (Six et al. 2000 Sotomayor-Ramirez et al., 2007)“.
“Esta ruptura de agregados hace que las partículas de limo queden libres, reacomodándose y formando estructuras laminares de mayor densidad que dificultan el desarrollo de raíces y la infiltración del agua. Como solución, el productor usa labranzas para romper esas láminas, aumentando la oxigenación y combustión de MO, logrando una remediación en el corto plazo. Sin embargo, con las sucesivas lluvias estos minerales libres se reacomodan nuevamente y vuelven a formar dichas estructuras”, completa Aapresid.
El problema que destaca la entidad es que “se necesitan al menos 20 años sin intervenciones del suelo para alcanzar la estabilidad del sistema y lograr que se visibilicen todos los beneficios de la Siembra Directa”, y aún peor: “Cada labranza que hagamos nos retrotrae al día cero (J.C. Moraes Sa, 2003)”.
Cabe destacar además que “numerosos trabajos de investigación demuestran que el incremento de la actividad agrícola, caracterizado por la elevada frecuencia del cultivo de soja, la falta de rotaciones con pasturas y las labranzas han producido una notable disminución de los niveles de materia orgánica (MO) de los suelos (Sainz Rosas H. y col., 2019)”.