Así como la carrera por la investigación genética ya es una asignatura de peso en el mundo de la producción de grandes commodities en la Argentina, como soja, maíz, trigo o girasol, en el mundo de las economías regionales es un factor que también muestra crecimiento.
La producción vitivinícola, el aceite de oliva o la fruticultura pueden dar fe de ello.
“En la vitivinicultura todo se inicia en el campo, porque si el agrónomo tiene un muy buen viñedo va a lograr muy buena uva, pero ese buen viñedo va a empezar y se logrará si hay buenas plantas. Entonces la producción de plantas en un vivero profesional es muy importante”.
Las palabras corresponden a Martín Zanetti, el CEO de la compañía Vivero Productora. Se trata de una firma que centra su labor en la investigación genética en laboratorio, con especial foco en las producciones ligadas al mundo del vino, la olivicultura y el desarrollo de frutas de carozo o frutos secos.
“Es muy importante que el productor y los inversores entiendan que tienen que invertir en su principal valor de por vida, que es la planta. Porque esa genética que van a comprar es la calidad de planta que van a plantar”, aseguró.
La firma participó de la última edición de la Sitevinitech, en Mendoza. Allí convergieron productores, bodegueros e industriales que invierten a diario en fincas de la región, utilizadas principalmente para elaboración de vinos y otros productos que conforman la actividad económica de la región.
LA IMPORTANCIA DE LA GENÉTICA
Hoy en día Mendoza y San Juan son las provincias más fuertes en producción de vinos y mostos. En esa dinámica comercial es donde hoy, y desde hace 30 años, Vivero Productora trabaja en la investigación genética también para el desarrollo de aceitunas para aceite extra virgen y aceitunas en conserva, como también almendros, nogales y pistachos.
Hay además una línea de trabajo vinculada a las frutas de carozo.
“Si bien hoy nuestra empresa es líder en la producción de plantas de olivo, también estamos liderando la vanguardia en la introducción de tecnología con un laboratorio de micropropagación. Somos el primer vivero en Argentina con producción de plantas in vitro leñosas, y eso nos habilita a hacer portainjertos de pistachos de alta tecnología, clonales”, contó.
A la vez, destacó, la firma también realiza portainjertos de cerezos. Hay además un desarrollo en ciruelos.
“Y con el laboratorio in vitro estamos introduciendo portainjerto de frutales como almendros nogales y también ciruelos”, afirmó.
La Sitevinitech fue también el espacio en el cual esta industria compartió conocimientos relacionados a las posibilidades comunes a la hora de los laboreos en las fincas. La mecanización de las cosechas es uno de esos puntos comunes: las uvas para realizar vino pueden ser cosechadas con la misma maquinaria que se necesita en olivares “en seto”.
“Es un evento donde se comercializa y se ven todos los avances, tanto de mecanización de cultivos como de mecanización industrial. Todo tiene una evolución en tecnología, porque tanto la viticultura como la enología, como así también la fruticultura, necesitan proveedores profesionales y es cada vez es mayor la exigencia en cantidad de producción por hectárea como en calidad de producción”, señaló.
En ese contexto, explicó, el viverismo “es el eslabón clave” para iniciar los proyectos de plantación.
“Producimos plantas muy precoces: nuestros olivos se pueden plantar en alta densidad. Ponemos hasta 2.200 plantas por hectárea y eso hace que al segundo año tengamos la primer cosecha de aceitunas. Al tercer año ya tenemos una cosecha comercial y al cuarto, ya estamos al máximo de producción”, aseguró.
LA GENÉTICA DEL OLIVO
Según los registros de la compañía, antes de estas modalidades, antes un olivo demoraba al menos unos siete largos años para poder ver una cosecha. Y este factor se suma a la labranza mecánica.
“La olivicultura cambió hace 20 años, cambió rotundamente. Antes se colocaban apenas 100 o 400 plantas por hectárea, hoy superamos las 2.000. Y en vez de medir 5 metros de altura la planta mide 2 metros”, explicó.
En este marco, Zanetti describió también una práctica muy difundida en la actualidad: la utilización de portainjertos americanos.
“Antes en San Juan y La Rioja se ponían las plantas autoenraizadas, a los que se les llaman ‘barbecho piefranco’. Esas plantas muestran ciertas debilidades a organismos del suelo, agresivos, y que rompen las raíces. Para eso surgieron los portainjertos americanos, que son especies nuevas y oriundas de Estados Unidos”, comentó.
Se trata de plantas hibridadas en Europa y que años después se incorporaron a la producción en Argentina. ¿El gran objetivo? Darle respuesta a los interrogantes que plantea el cambio climático.
“Es importante separar lo que es la genética para la vitivinicultura de lo que es para la fruticultura: en la primera, los avances se han logrado en los portainjertos de pie americano y ahí hay hibridaciones nuevas, nuevos portainjertos que toleran más sequía o más excesos de agua. O también portainjertos que toleran salinidad y otros que no”, indicó.
De ese modo, el trabajo genético fue apuntado para la obtención de nuevos portainjertos. En materia de genética de plantas de vid pensadas para el vino el limitante es lo que demanda el mercado y los gustos de los consumidores, algo que por ahora, salvando algunas incorporaciones, se maneja dentro del rango de lo habitual.
Malbec, cabernet sauvignon, chardonnay, sauvignon blanc, cabernet franc, merlot, torrontés, pinot noir o bonarda llevan la delantera.
“Ahí no tenemos grandes avances porque si bien sí los hay en Europa, comercialmente el público sigue solicitando las variedades tradicionales, que cultivamos hace 100 años. Se ha mejorado la calidad de los vinos. Pero el cambio más grande se ve en la fruticultura y la olivicultura, donde la genética tiene grandes avances a nivel de nuevas variedades”, expresó.