Javier Álvarez Bento tiene su norte productivo en el sur: nacido y criado en campos de la Patagonia, tras recibirse como Ingeniero en Producción Agropecuaria, volvió a sus pagos para encabezar un campo de cría de ovinos y luchar contra la desertificación.
Desde joven advierte que este problema se agrava cada vez más e implementó un cambio del manejo ganadero, de un modelo de pastoreo tradicional a uno rotativo, con el que ha logrado excelentes resultados, aunque alerta sobre la necesidad de trabajarlo a nivel regional.
Esta preocupación, su historia y sus sueños hacia el futuro son parte de la entrevista que forma parte de una nueva entrega de la serie de podcasts “Tierra de Historias”, una producción integral de Profertil, conducida por Juan Ignacio Martínez Dodda.
Un extracto de la entrevista, que puede escucharse completa al finalizar la nota y también a través del canal específico de Spotify, se resume a continuación.
-¿Cómo es trabajar en la Patagonia?
-Yo salí de la Patagonia recién para irme a estudiar a los 18 años. Siempre había estado acá y la verdad que es todo bastante distinto. Una que me voy haciendo más grande y guiando más y voy conociendo, la verdad que tiene muchas particularidades. La Patagonia requiere mucha pasión por lo que uno hace, y la verdad que también hay que ser bastante porfiado para seguir metiéndole para adelante.
-¿Qué recordás de niño cuando estabas allí?
-Toda nuestra niñez y las historias familiares están ligadas a este campo, que durante 40 años administró mi papá. Por ejemplo, esperábamos los fines de semana para levantarse, salir a caminar, ver los animales, teníamos también un arroyito. En esa época había más familias en el campo y los fines de semana nos juntábamos todos, nosotros éramos seis hermanos más otros niños que había y era un revuelo, había mucha vida juvenil.
-¿Qué crees que te dejó esa infancia como aprendizaje, ese contacto con lo natural?
-Las infancias de campo son muy distintas a las de la ciudad, porque por ahí te da libertades para hacer muchas cosas y también uno tiene responsabilidades desde chico. Hay un animal que te gusta y empieza a ser tuyo, entonces ya tenés la responsabilidad de ir a verlo, cuidarlo. O te encargaban algún trabajo particular. Y ya a los 13 o 14 años uno ya era un empleado importante, no te bajaba nadie de los caballos. En la estancia, por ejemplo, se esquilaba en enero y era todos los días ir a las 4 AM, y ver cómo la cuadrilla de arrieros llevaban y traían ovejas, y uno no se bajaba del caballo por 15 o 20 días y era una emoción. Yo tenía un pacto de que si me iba bien en la escuela, en el verano podía hacer lo que quería, entonces me iba a los puestos y me quedaba 10 días allí, y veía a mis viejos una vez por semana y nada más.
-Y en un momento hubo que decidir entre estudiar o trabajar…
-La verdad que fue una decisión que no estuvo fácil. Me costó mucho porque acá no había ninguna carrera que sirviera para lo que quería que era dedicarme al campo, y tener que irme cinco años se me había muy pesado, tenía mis amigos del secundario y la pasaba bien. Pensaba que quería vivir y trabajar en el campo, que la experiencia la iba a hacer trabajando, pero sabía que iba a ser un apoyo muy grande haber estudiado.
-¿Hubo algo que te sorprendiera de la carrera?
-Estudié Ingeniería en Producción Agropecuaria, una carrera hermosa, que la volvería a hacer, pero mis amigos se mataban de risa porque el 98% era sobre temas que nada que ver con la Patagonia o con las ovejas. Si bien toda la base de biología y lo aprendido en nutrición para rumiantes en lo mismo, está todo enfocados en vacas y la pampa húmeda. Y encima en cuarto año cuando teníamos ovinos no me tocó el mejor profesor. Pero la carrera me sirvió, amplié mucho mi cabeza y aprendí muchísimo, y después fui buscando solo información sobre lo que nos basamos acá: pastizales naturales, que en la agronomía clásica y apuntada a la Pampa Húmeda no se usa tanto.
-Yendo al trabajo en el campo, ¿qué te entusiasma y qué te preocupa de producir en la Patagonia?
-Una de las razonas por las que estudié agronomía es porque veía que teníamos un problema muy grande al que nadie le estaba encontrando la solución: la desertificación, que la verdad es terrible, muy fuerte, y cada vez se acelera más con el cambio climático. Para eso iniciamos un proyecto en 2017 y con el que estamos logrando muy buenos resultados, de cambiar del manejo tradicional por un pastoreo rotativo clásico. Lo que me preocupa es que la desertificación es un fenómeno regional, de gran escala; entonces yo puedo mejorar dentro de mi predio, pero si mi vecino y el vecino no lo hacen, nos va a pasar por arriba a todos. Lamentablemente, es algo muy tangible. Yo tengo 33 años y me pregunto si en 10 años voy a poder seguir acá, porque si sigue la desertificación, voy a ser un experto en ovinos en la Patagonia, pero no voy a tener pasto. Con mi esposa ya abrimos el paraguas de evaluar si en 15 años vamos a poder seguir manteniendo el nivel de vida; nos preocupa, pero es difícil porque uno ama su tierra.
-En este podcast abordamos siempre también un tema muy importante, que es la comunicación entre el campo y la ciudad. ¿Qué crees que tienen los jóvenes productores de tu generación para aportar?
– Desde mi generación lo que se va dando es que ya hay un mayor acercamiento desde los de la ciudad hacia el campo y al revés. No tenemos ganas de estar peleándonos con todo el mundo, ni parecer los malos de la película o que nos critiquen por lo que hacemos, que es porque nos gusta, hacemos las cosas lo mejor que podemos y no tenemos ganas de meternos en las discusiones que se metieron en generaciones anteriores. Para mí no existe esa discusión. En las zonas pampeanas el problema es con los fitosanitarios, el nuestro es con los parques nacionales; muchas fundaciones creando parques nuevos como si la Patagonia fuera nomás para que estén los animales salvajes. Pero si te engranas con eso, te amargás la vida.
-¿Cuáles son tus sueños para los próximos 10 años?
-Me gustaría seguir trabajando con animales; si puedo, con ovejas; seguir vinculado a la actividad.