Desde la aparición de la influenza española, que coincidió con el fin de la Primera Guerra Mundial, el mundo no había vivido en forma tan generalizada una diseminación de una enfermedad pulmonar de las características del actual coronavirus.
Fue la primera vez en 100 años que el mundo se frenó en forma completa y coordinada, causando diversos quiebres en las cadenas logísticas y en el abastecimiento de productos alimenticios e industriales, entre otros efectos nocivos para el mercado global.
Sin embargo, hubo algunos sectores para los que la crisis fue una oportunidad, ya que tuvieron un pico instantáneo de consumo. Por ejemplo, las legumbres. En países como Estados Unidos y Europa, el público arrasó con todo lo que había en las góndolas de los supermercados ante el temor de no poder disponer de alimentos durante los períodos de confinamiento que, a ese momento, eran desconocidos en su duración.
Por otra parte, las cadenas de abastecimiento “just in time” sufrieron grandes problemas debido a los cierres de los puertos y las demoras en la producción industrial. Los negocios se movieron más por aquel que disponía la mejor logística, que por el que contaba con la mayor cantidad de mercadería o con el mejor precio.
Asimismo, influyó la puesta en marcha de las cocinas a nivel del hogar: la disponibilidad de tiempo para cocinar hizo que muchos productos –en especial, las legumbres– tuvieran su momento de éxito en el consumo mundial. Incluso, esta situación más que compensó el desplome de la demanda del circuito gastronómico.
No obstante, la vuelta a la normalidad trajo un estado intermedio, en el que el tiempo volvió a escasear, aún con el trabajo a distancia o “home office”: la cocina se dejó de usar debido que el “zoom” laboral se hizo más intenso. Y a la par, los sectores gastronómicos no terminaron de arrancar en toda su magnitud a partir de restricciones que siguieron impuestas y de oficinas que no se abrieron; por lo tanto, el consumo de ese tipo se redujo fuertemente.
Un año después
Ya habiendo pasado un año desde que comenzó la pandemia, hay varios factores para analizar. Por
ejemplo, la incidencia del contexto financiero: el mundo pasó de un “fly to quality” hacia el dólar a una huida de esa moneda hacia otras divisas, lo que derramó en un aumento del precio de las materias primas –entre ellas, las oleaginosas–, y eso se potenció por la demanda de la única economía, la China, que solo dejó de crecer y no cayó en términos de su PBI.
Pero por otro lado, vemos que el éxito que significó la obtención en solo un año de vacunas capaz de frenar esta pandemia, está siendo utilizado por aquellos países con la organización, recursos y planificación interna suficiente como para ponerse primeros en la cola. Y son precisamente estas naciones las que comenzaron a recuperar su economía y sus monedas a revaluarse contra el dólar americano, de forma tal de tener recursos para poder pagar materias primas más caras sin que su población pierda capacidad de compra.
El problema para Argentina es que esto no está ocurriendo en todos los mercados donde nuestros productos son muy demandados. Latinoamérica en general, los destinos del norte de África, Turquía y la India son solo algunos ejemplos de regiones que no revaluaron sus monedas de forma tal que puedan convalidar el mayor precio de algunos alimentos.
Esto significa que el sector de exportación de cultivos especiales a nivel global se está encontrando con que sus precios de originación están subiendo a una velocidad completamente diferente a los precios posibles de venta. A nivel local, un ejemplo es el mercado de arvejas: está sumamente lento, producto de que que el productor pretende un precio que el exportador no puede convalidar.
Lo que viene
Nunca antes el dato del ritmo de vacunación de los países estuvo tan relacionado con su actividad económica y, por lo tanto, con la capacidad de recuperación de su consumo de alimentos. Éste es, sin duda alguna, el indicador principal a seguir.
Los nuevos confinamientos que tuvieron que aplicar diferentes países se hicieron sin los recursos que
había el año pasado. Por otra parte, el público consumidor vio que no corría riesgos de desabastecimiento de alimentos, por lo que no se dieron aquellas compras masivas de abril del 2020, cuando la gente tenía recursos, tiempo y miedo.
En conclusión, la posibilidad de muchos mercados de poder convalidar los nuevos precios en que se han posicionado todas las materias primas debido a la combinación de devaluación del dólar y demanda china, requiere que la vacunación avance a nivel global.
De esta manera, será posible que las economías se pongan finalmente en marcha, las monedas de los países que consumen nuestros productos se revalúen contra el dólar norteamericano, y la población pueda asumir los aumentos en dólares de los alimentos sin que se encarezcan en su propia moneda.
Una vez lograda la vacunación en aquellos países que pusieron recursos en el desarrollo de tecnologías de vacunas, es de esperar que todo el mundo pueda acceder a las mismas, de forma tal de evitar un doble efecto que sería muy pernicioso.
Por un lado, la generación de nuevas variantes que no puedan ser controladas por las vacunas actuales, lo que provocaría una vuelta a cero de todos los avances logrados; por el otro, lograr que todo el mundo vuelva a trabajar, que las cadenas logísticas retornen a la normalidad y que todos los mercados accedan a consumir en la medida de sus posibilidades, y no en la medida de los condicionamientos generados por una pandemia que no se soluciona ni termina.