Si ya estás leyendo ésto es porque entraste en nuestra dimensión “Pan de Campo”, un sección de Infocampo que le sirve en bandeja de plata a los comensales historias de nuestra agroindustria querida. Pero no relatos o crónicas sobre el precio de la soja, del ingreso de divisas, de los conflictos políticos y/o gremiales; no, nada de eso.
En esta cartera de Mary Poppins encontramos a esos que laburan calladitos día y noche desde hace muchísimos años. Que no les temblaron las patas a la hora de dar un salto, que de oligarcas no tienen ni la O. Éstos personajes que vas a encontrar en estas fantásticas historias son de carne y hueso pero hacen magia como Harry Potter.
Esos que en lugar de hablar se pusieron a hacer. Que soñaron lo que querían y lo lograron. Personas reales que dejan todo lo que están haciendo para darle vida a estas líneas. Son los que se cocieron a fuego lento, que se elevaron, como un pan de campo.
Y como dice la triste y alegre canción “Pedro Navaja”, que escribió el genio de Rubén Blades: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida… Valiente pescador pal anzuelo que tiraste en vez de una sardina un tiburón enganchaste”.
Y si bien ésta no es la historia de un pescador suertudo, sí es la de un valiente al que la vida le dio sorpresas. Con ustedes: Aníbal Chiramberro, que de peón rural se convirtió en un múltiple premiado criador de su cabaña “La Realidad”.
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Los Chiramberro
Aníbal Chiramberro nació en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, en una familia de pequeños productores que tenían 50 hectáreas en la zona. Ese campo lo compró su abuelo, que vino en 1910 a la Argentina proveniente de Italia, y allí hacía algo de tambo. Su hija (y madre de Aníbal) luego de casarse con su padre mantuvo el lazo con el sector porque fueron empleados rurales en algunos campos, pero continuaron trabajando ese pedazo de tierra familiar, que se mantiene hasta hoy en su poder. “Nos criamos en el campo, en esa chacra. Fui a la escuela de campo, pero apenas terminé el séptimo grado. Porque en esa época estábamos a mucha distancia de cualquier pueblo, de hecho, en ese tiempo se andaba en sulky. Recién en los años ’70 pudimos comprar una camioneta”, recuerda.
A los 17 años, Aníbal se fue a Ayacucho. En 1978, trabajaba en una de las estancias de los Fortabat, como empleado raso en el campo. En ese entonces, la familia Zeverio le ofreció triplicar el sueldo que percibía, para que fuese a trabajar con ellos, a su cabaña de ovinos. Accedió y poco tiempo después, al ver que Aníbal conocía del tema por haberse criado en el campo, quintuplicaron la cifra que cobraba con sus anteriores empleadores. “Aproximadamente eran 5 sueldos de hoy. Es cierto que tenía que trabajar muchísimas horas, pero cobraba bien. La oportunidad la tuve con el conocimiento que te da la escuela de tu casa. Cuando vos ves de chiquito, podés hacer sin problema las actividades”, cuenta Aníbal.
Trabajó con esta gente por más de una década, sólo interrumpido por el lapso que debió mudarse a Tandil para hacer el servicio militar. Su paso por esa estancia le permitió profundizar su conocimiento sobre el cuidado y el trabajo con ovejas, pero también ir comprando con el dinero que ganaba algunos animales. Cuenta: “En ese momento vivía en una casa, en el campo de ellos. Así que tenía los animales en ese campo, pero luego me los fui llevando al campo donde vivían mis padres. Con lo que iba ganando también fui comprando vacas y conseguimos arrendar un pedacito de campo que era de uno de los tíos de mi señora, junto a la parte que le tocaba a mi suegro, así que contábamos con alrededor de 115 ha. Allí empezamos a juntar vacas y ovejas”.
Se conocieron con Norma, su esposa, en 1982. Dos años después se casaron. Ella también venía de familia de productores y empleados rurales, por lo que también se había criado en la actividad. “Cuando nos casamos, esta gente nos hizo una casa en otro campo para que pudiésemos vivir. De a poco, a las ovejas y las vacas que teníamos en nuestro campo le fuimos sumando algo de cerdos”, señala Aníbal.
En 1986 tuvieron a su primera hija, Sandra. Y en el ’89, al segundo, Sergio. “Estábamos a 25 km, así que siempre encontrábamos un rato para irnos, o en los fines de semana. En los años ’90, llegamos a tener una parcela de 132 ha, por lo que decidimos dejar el trabajo en lo de los Zeverio e irnos a nuestro campo”, indica.
De ese modo se independizaron. “No fue fácil, por supuesto, pero siempre con el acompañamiento de Norma pudimos salir adelante. Toda la familia ha colaborado siempre. Con lo que íbamos ganando agregamos un criadero de cerdos, porque habíamos sumado más animales”, cuenta.
Relaciones con el Estado
En 1997 los Chiramberro se juntaron con otras seis familias vecinas y presentaron un proyecto productivo en el Programa Social Agropecuario (PSA), que dependía de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca en aquél momento y brindaba acceso al crédito, asistencia técnica y capacitación 1 . “Todos vivíamos en el campo y pudimos sacar un crédito que nos permitió comprar terneros holando. En tres años los convertimos en tres años en novillos, lo que nos permitió hacer una diferencia buena. El PSA tenía técnicos que nos asesoraban, pero también brindaba capacitaciones, a las que comencé a asistir. Eso me permitió aprender muchas cosas y de a poco por mi participación fui siendo elegido representante dentro del programa por los demás grupos”, recuerda Aníbal.
El crédito al que accedieron tenía un año de gracia, y luego tenía 3 años de plazo de pago, con un interés del 6%. Esta fue su primera experiencia en el asociativismo y les permitió no sólo obtener rédito económico sino también, diversificar la producción a una raza que no habían tenido antes y avanzar con diversas capacitaciones brindadas por el Programa.
“Más adelante hemos accedido a otra política específica que nos dio la posibilidad de crecer: sacamos el crédito previsto por la ley ovina en tres ocasiones. Esto nos permitió comprar más ovejas y hacer varias mejoras en el campo, para mejorar nuestra producción ovina. La primera vez que lo solicitamos fue en el año 2004. Cabe señalar que yo participé en varios eventos previos a la sanción de la ley, durante los cuales se analizó su pertinencia. Estuve en foros y reuniones, fue un proceso muy interesante”, señala Aníbal.
Para los productores ovinos, la ley 25422 “Para la recuperación de la ganadería ovina 2 ” ha sido muy valiosa. Les permite acceder a créditos a siete años, sin interés. “En una oportunidad compré unas cien ovejas que se sumaron a las que yo tenía, raza Lincoln, que es lo que tengo. Siempre tuve ovejas de pedigree para reproductores. Gracias a los créditos de la ley ovina conseguí una mayor producción y logré hacer una mayor selección. En el campo hice un molino, cambié el tanque e hice alambrado… fueron mejoras que me permitieron manejar mejor lo que tenía: el alambrado me permitió hacer un potrero y con el molino logramos tener mejor calidad de agua. Por ahí en el momento no se ve así, pero con el tiempo lo ves. También pude sembrar un maíz con la tranquilidad de que no iban a entrar ahí los animales”, precisa Aníbal.
Debe destacarse que el campo en el que trabaja Aníbal y su familia es inundable, por lo que la posibilidad de hacer agricultura es acotada. “En lo poco que se puede hago un poco de maíz. Hemos vivido años muy difíciles con la inundación, estuvimos bajo el agua en el ‘91, ‘92, ‘97, ‘98, 2001, 2002. Tuvimos un par de años normales pero de nuevo nos inundamos en el 2014, ‘15 y ‘17. Fueron inundaciones grandes, de no poder llegar a la casa con vehículo… O sea, sólo puedo sembrar algo en las lomitas para los animales. En algunos momentos, en las ovejas y los animales menores nos produjo muchas pérdidas, de las que nos hemos ido levantando a fuerza de mucho sacrificio. Entrando animales, dándoles de comer entre el barro… En eso con Norma tenemos mucha experiencia, pero es difícil vivir cuando pasa esto”, detalla.
Y reflexiona: “Cuando las políticas están dirigidas al pequeño productor, eso tiene su importancia y da mucha ayuda. En el caso del PSA tenía crédito, asistencia técnica y capacitación. Pero lo que muchos pequeños productores defendíamos era que había créditos. El productor siempre tiene la idea de que la ayuda tiene que ser así y no un subsidio, porque quiere devolver esa ayuda. Así que, más allá de ser social, era una línea de crédito. El interés era accesible, del 6% anual. Las capacitaciones te permitían crecer mucho. Además del intercambio y conocimiento de otras producciones, así como también apoyo en la comercialización. En los encuentros que se hacían siempre algún productor algo de bueno sacaba”.
Y en relación con la ley ovina, dijo: “Es un crédito que le permite al productor producir con un tiempo de gracia y comenzar a devolver con cuotas anuales, son 5 cuotas. Porque si no de otra manera es muy difícil hacer las mejoras o crecer en el número de animales, porque a veces tiene la tierra, pero no tiene el dinero para producir o hacer las mejoras para producir más y mejor”.
En cuanto a la comercialización, Aníbal destaca que en el caso de la ganadería es un poco más sencilla para los productores más chicos, porque hay remates, intermediarios y la actividad permite vender los animales en distintos momentos, de acuerdo a las necesidades económicas del productor. Señala: “En el caso de los ovinos, si bien tienen salida y se pueden colocar (el cordero principalmente), en estos últimos tiempos los precios no son buenos. Y lo que hacemos con los reproductores, tampoco está fácil la colocación ahora. O sea, se vende pero
no como otras épocas”.
Sobre el rol que debería cumplir el Estado en relación con los productores de la agricultura familiar, señaló: “Debe mantener estos programas. En principio, lo que hace falta son líneas de crédito accesibles acordes a la producción y a las capacidades de los productores más pequeños. Porque a veces viene un técnico que te dice todo lo que tenés que hacer… es todo maravilloso, pero si no tenés la plata para hacer las mejoras, ¿para qué te sirve? Mucho lo podés hacer a fuerza de más sacrificio, pero a veces eso no es todo”.
Al respecto, suma los enormes problemas de infraestructura que siguen padeciendo los productores. Señala: “Estamos a 40 km de la ciudad. Te dicen que podés sacar cartas de porte, las guías desde internet con el teléfono. Acá, por ejemplo, no tenemos señal ni para hablar por teléfono, así que menos vamos a poder acceder a internet. Entonces es para algunos. Además, en un campo pequeño no tenés más opción que vivir ahí para poder producir, por lo que ni siquiera tenés la opción de irte a la ciudad a la noche y usar ahí los servicios y las comodidades, pero cuando hacés cierta actividad animal, debés permanecer ahí”.
De hecho, cuando tuvo que mandar a sus hijos al colegio secundario, luego de que cursaran la primaria en una escuela cerca del campo, se encontró con que no había un establecimiento en la zona. “Empezamos a gestionar ante las autoridades a nivel municipio y provincia, ahí también hice notas a través de FAA, con los padres, hasta que después de muchas idas y vueltas logramos que se abriera un polimodal en un paraje que se llama La Constancia, adonde cursaron los chicos. Fue también con el esfuerzo de los vecinos, los productores y los padres que logramos levantar las aulas y los salones. Ese polimodal sigue funcionando. Ellos terminaron ahí. Mi hija después se casó y se fue a la ciudad, nos dio dos nietos. Mi hijo luego de cursar ahí se fue a estudiar a Azul y es Agrónomo. También se casó y tiene dos hijos”.
Cabaña “La Realidad”: sus premios y logros
El nombre de la cabaña responde a que, para Aníbal y Norma, tener una cabaña siempre había sido un sueño, una ilusión. Así que cuando pudieron cumplirlo, no tuvieron dudas en denominarla “La realidad”. “Con la gente con la que había trabajado previamente había ganado muchos premios criando animales para ellos, o sea que ya tenía un conocimiento. Desde 1981 en adelante participamos en muchas exposiciones en la zona. Uno de los premios más importantes fue en el 2003, que tuvimos el “Gran campeón” en la rural de Palermo. Fue nuestra primera vez allí, en la muestra más importante y ganamos. Para un productor familiar entrar al circuito Palermo es difícil. Si bien la raza Lincoln tiene su asociación (de la que fui presidente durante cuatro años) en algunas épocas tuvo muchas cabañas y ahora quedamos menos. Participar en la Rural no es sencillo, tiene un alto costo económico estar esos días, pero era como que teníamos ganas de hacerlo. Fuimos luego otras veces y hemos tenido reservados y campeón hembra. También asistimos a otras exposiciones como Olavarría, Bolívar, Rauch, Ayacucho, Madariaga, Dolores”, aseguró.
Es de destacar que la presencia en exposiciones le permite a la cabaña aumentar su reconocimiento en cuanto al valor genético de los animales, pero en el caso de los pequeños productores, también es un reconocimiento: “Uno no es un genetista. Lo que hacemos lo hacemos desde la experiencia, la relación diaria con los animales y los años de pensar qué opciones serían mejores. Así que ganar un premio es un reconocimiento de que lo que estamos haciendo va en el buen camino. Porque cuando hay jurados que lo ven bien significa que estás trabajando bien y es algo que no se logra en un día. Lleva muchísimo tiempo, aunque muchos no se den cuenta. Se necesita pensar qué animal, uno tiene que ver cuáles van a ser los padres para tener un animal que quede bien en la jura. En Ayacucho se hace una de las exposiciones más importantes, porque están todas las razas presentes, y ahí hemos ganado en varias oportunidades. No solamente es la satisfacción del trabajo o del logro sino del saber que el trabajo lo hizo uno, no hay un genetista, sino un trabajo de uno como productor. Lo tenés que hacer a través de selección, muchas veces sin plata, pero con el beneficio de que uno está tan cerca de los animales te da mucha experiencia, así que en muchas oportunidades hemos podido llegar por la experiencia, no por la plata”.
Relación con FAA
Tras su paso por el PSA, que lo capacitó en lo productivo; pero también como dirigente, Aníbal fue socio fundador y primer presidente de la asociación Productores Minifundistas de la provincia de Buenos Aires (Promiba), que aún subsiste. Además, en los años ’90 empezó a vincularse como socio en la filial Ayacucho de FAA. “Fui conociendo a muchos de los dirigentes, de las demás filiales, de los directores y participando de los congresos. Luego decayó un poco la filial en Ayacucho y la reflotamos, en el 2008, cuando fue la 125°. Fui presidente en esa época, y fui teniendo una participación más activa. Seguí participando en los congresos y fui director del distrito. Y toda esa participación ha sido fundamental. Yo la valoro porque ha sido importante en especial en mi caso, que soy alguien que no ha podido seguir estudiando y sólo tengo séptimo grado, me permitió tener un mayor conocimiento de muchas otras cosas. El hecho de tratar con mucha gente, hace que a cada lugar que vas siempre hay algo nuevo para aprender”, dijo y añadió: “La capacitación que conseguí siempre he tratado de difundirla a otros productores. O cuando me entero de algo que nos pueda beneficiar como la ley ovina, trato de contarlo a otros productores, para que se enteraran. Ahora es más fácil, pero en otras épocas no todos estaban actualizados, así que trataba de ayudar a otra gente para armar grupos o presentarse para la ley ovina. Trato siempre de no pensar sólo en el beneficio propio, sino en lograr cosas que sirvan para el sector, porque uno conoce bien qué le está pasando al que tiene al lado”.
El futuro
Para Aníbal y Norma, contar con un pedacito de tierra para trabajar fue un sueño de toda la vida. “Mi abuelo había logrado con tanto sacrificio comprar ese pedacito de tierra habiendo venido de Italia que para mí era una gran meta. Para Norma también. Hace 30 años, pudimos hacerlo porque los valores de la tierra eran otros. Hoy sería imposible poderlo hacer”, señala. E indica, sobre el emprendimiento familiar: “Norma y los chicos siempre han sido parte. Ahora, hasta los nietos están involucrados, hasta participan de las exposiciones. Bautista, mi nieto más grande, tiene 14 años, y cuando llegan las exposiciones está siempre ahí. Valentino, de 7, también. Los más chicos todavía no tanto, pero Federico de 4 años viene los fines de semana, y Jazmín sólo tiene 6 meses”.
“Habrá que ver si el nieto más grande que está más con nosotros se puede interesar. Todo va cambiando, no es sencillo vivir en el campo, ser un pequeño productor y para tener parte de lo que tenemos, tenés que dejar de lado muchas cosas que por ahí ahora no es sencillo que los jóvenes quieran hacer. Y tampoco hay políticas muy claras o decisiones para que los jóvenes se puedan quedar en el campo, para que puedan seguir los pequeños establecimientos. No hay líneas de crédito, no hay conectividad, no hay caminos, no hay escuelas. Yo para que los chicos fueran al secundario tuvimos que luchar muchísimo, porque lo más sencillo era que la familia se fuera al pueblo y dejaras de reclamar. Pero esto también nos demostró que cuando te unís y luchás, podés ganar y lograr cosas no bajando los brazos”, sintetiza Aníbal.
En cuanto a qué esperan para el futuro, esperan poder seguir mejorando en todo lo que se pueda. Destacan que el momento del país no ayuda, pero están seguros de que, si pueden modernizar sus herramientas y elementos de trabajo, seguirán creciendo. “Hoy no está sencillo el emprender porque no están los recursos. Conseguir arrendar no es fácil y en esas hectáreas tampoco te podés agrandar demasiado, entonces para crecer tenés que hacerlo suplementando mucho los animales y hay veces que los números no cierran. Hoy apuntamos a irnos sosteniendo en el tiempo, esperando que las cosas mejoren. El Estado debería mirar mejor a este segmento, para podernos atender mejor. No nos queremos ir, queremos seguir produciendo, pero no es fácil agregar más actividades para el resto de la familia. Hoy un productor es imposible que pueda comprar tierra. Y menos un pequeño productor. Tenemos que tener una política clara que nos permita tener alguna certeza de que cuando empezamos una producción vamos a tener mercado. Hay que bajar la presión impositiva y los costos para los productores más pequeños”, señala Aníbal sobre la coyuntura.
Pese a todas las dificultades, la familia pudo sostenerse, lograr sus sueños y llevar adelante la Cabaña con la que soñaron. Como grupo se han adaptado, han luchado y pudieron sobreponerse a inundaciones, problemas económicos y necesidades, logrando premios y reconocimientos. Hoy, esperan que la situación general mejore, para que los hijos y nietos puedan mantener el emprendimiento y crecer. “Si las cosas mejoran y podemos agregar o hacer algunas cosas más, podemos mejorar, teniendo la capacidad de salir adelante, como lo hemos podido hacer en otros momentos difíciles. Como proyecto de familia, estamos legando un capital que nosotros no tuvimos. Yo no pude estudiar, pero hoy con Norma podemos dejarles esta tierra y este trabajo. Y como siempre digo, en el campo nunca no te vas a morir de hambre. algo vas a tener para comer y para vivir. O por ahí la modernización y lo que va apareciendo permite que puedas emprender otra cosa que te sirva para estar mejor. Uno siente que hizo un capital para los hijos, lo que no es poco, y ahora soñamos con que puedan tener un futuro mejor”, concluyó Aníbal.
Estas historias de “Pan de Campo” llegan a Infocampo gracias al aporte invaluable de la Confederación de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur Ampliado (COPROFAM), la permanencia e historia de la Federación Agraria Argentina (FAA), y la pluma de Vanina Fujiwara, corresponsal de la Confederación en la Argentina.