La injerencia positiva de la napa freática sobre los rendimientos en la agricultura argentina es apreciada en grandes áreas de las llanuras pampeana y chaqueña, y considerada como parte estratégica del sistema por muchos productores y técnicos.
Sin embargo, así como esto plantea una oportunidad, también puede transformarse en un problema. El mejor ejemplo de esto se puede encontrar en las inundaciones que sufrió la zona chaqueña hace un par de campañas, también los excesos hídricos vistos en el oeste bonaerense o en el sur cordobés, también vistas en el último quinquenio. No son las únicas zonas. En el NOA también hay documentados registros de problemas de napas altas.
Todas circunstancias derivadas del ascenso de la napa. Entonces, ¿oportunidad o problema? Una cosa o la otra, nuevamente depende del manejo.
¿Qué cambió?
Jorge Mercau es investigador del INTA (foto), en la agencia de extensión rural San Luis, y coordina el proyecto de agrosistema y napa freática a nivel país. Conoce bien lo que pasa con las napas en todas las zonas y tiene registros de los problemas emergentes en este sentido.
“Históricamente los productores argentinos aprendieron a manejar los riesgos de sequía, a través de los barbechos, la siembra directa, la siembra demorada de maíz… El esquema se adaptó al objetivo de acumular agua para reducir la frecuencia de sequías”, describe.
Pero con el desafío de asegurar esta disponibilidad, los perfiles se van cargando de humedad contra estrategias de acumulación de agua, las cuales sumadas a las recargas de las lluvias y, bajo situaciones puntuales, crecen los riesgos de excesos.
“El agua que se va por debajo de los tres metros de profundidad, los cultivos agrícolas anuales no la pueden absorber y se pierde”, advierte el investigador. Esa pérdida es la que alimenta y acerca la napa freática, generando la posibilidad de aprovechar la pérdida.
Por eso, en el seguimiento de la dinámica de la altura de la napa radica la oportunidad. Y así, siempre que se pueda, hay que extraer al máximo el agua del perfil y contener los potenciales riesgos que acarrea la recarga constante de la napa.
En este sentido, cada zona agrícola del país tiene su propio desafío.
“En la zona central se puede manejar la intensidad de uso del suelo para regular la altura de la napa. Se puede reducir así la frecuencia de inundaciones en la región Pampeana, especialmente en zonas de textura gruesa donde la dinámica del nivel de napa por excesos y déficits es más más lenta que al norte. Así, en la región Chaqueña, con suelos más finos, el ascenso freático es más rápido a igual excedente de agua”, explica el investigador.
El norte del país registró un cambio de paisaje en la Grana Chaco que significó que las bombas extractoras -los montes- que absorben agua con sus raíces hasta los 7-8 metros de profundidad ya no estén en una amplia región. Además, estos doseles podían tomar agua salinizada a diferencia de los cultivos que las necesitan de calidad. De esta forma, allí los problemas comienzan a ser la inundación y los riesgos de salinización.
Según explica Mercau, la agricultura debe plantear el desafío de generar una estrategia productiva que conserve el agua cuando puede faltar y la utilice cuando está accesible, a partir del seguimiento de la napa freática.
“De esta forma, en 4 a 5 campañas se van notando los efectos positivos que tienen las rotaciones de intensidad variable, muchas veces con la inserción de cultivos de servicio en la secuencia agrícola”, sostiene el investigador.
La napa es una segunda oportunidad y el reto es poder usar el agua que hay en profundidad, evitando que se pierda antes.