Una investigación a gran escala en la que se relevó y midió una gran número de variables sobre lotes de maíz y soja, dieron como resultado diferencias de hasta 40% en rendimiento según las distintas decisiones de manejo de los cultivos.
El programa Unidades de Agronomía realiza el seguimiento de cultivos de maíz y soja en una superficie de 3,5 millones de hectáreas repartidas entre las regiones del NEA (Noreste argentino), NOA (Noroeste argentino) y Centro de Córdoba. El mismo se puso en marcha por iniciativa de las empresas Aceitera General Deheza y Yara, y cuenta con el procesamiento y análisis de datos del equipo técnico de Cultivar Conocimiento Agropecuario bajo la dirección del Dr. Emilio Satorre quien tiene además, trayectoria como investigador de la FAUBA y AACREA.
El estudio, según indicaron quienes lo llevan adelante, se basa en una amplia muestra de casos reales, con un riguroso registro de las prácticas agrícolas empleadas y sus respectivos resultados. “Este trabajo está conformando una base de datos muy completa sobre la situación de nuestras áreas productivas y nos proporciona un punto de partida estratégico para evaluar los cultivos y las decisiones, porque reconocer factores problemáticos es el primer paso para poder abordar y planificar las soluciones”, señaló Satorre, .
El objetivo de las compañías que impulsaron el proyecto es conformar una gran fotografía de la producción de maíz y soja en distintas regiones del país. Para eso, se delimitaron siete Unidades de Agronomía de 500 mil hectáreas cada una en esas tres regiones, que fueron divididas en cubos de 10 mil hectáreas y de cada cubo se tomaron “productores testimonio” que recibieron un seguimiento minucioso.
“Nosotros no intervenimos en nada, sólo dejamos que los productores hagan su trabajo y nos limitamos a hacer las mediciones. El relevamiento se apoya en protocolos con una serie de 90 variables que nos dan información muy precisa de cada lote y manejo. Al ser tantas variables, multiplicadas por más de 300 productores y dos cultivos diferentes, el volumen de datos que se genera es enorme. Por eso, todo el big data es procesado y analizado por el Dr. Satorre, que nos ayuda a comprender los resultados e identificar las mejores prácticas”. Tronfi destaca que lo más impactante de esta experiencia es “tener la oportunidad de veren números concretos una brecha de 40% de rendimiento debida a decisiones de manejo y, con la ayuda del equipo del Dr. Satorre, poder identificar cuáles decisiones produjeron la diferencia y con qué peso cada una”, dijo Esteban Tronfi, gerente de Agroinsumos y Servicios Tecnológicos de Aceitera General Deheza.
Luego de dos campañas y cerca de mil lotes relevados, el análisis ofrece algunas conclusiones preliminares. En relación al diagnóstico, el relevamiento muestra un proceso de deterioro de la fertilidad de los suelos, con bajos niveles de fósforo extractable y de algunos micronutrientes como zinc y boro, mientras que otros como magnesio presentan desequilibrios. En los cultivos de soja se observan pobres o nulas prácticas de fertilización y, en maíz, mayor proporción de aplicación de fósforo que de nitrógeno e insignificantes niveles de uso de otros nutrientes.
En cuanto a la identificación de factores limitantes los especialistas observaron que casi el 70% de la variabilidad de los resultados en maíz en Córdoba tiene una fuerte relación con las decisiones técnicas tomadas en materia de implantación y fertilización. En este sentido, cabe señalar que la respuesta del rendimiento del cultivo a la fertilización con nitrógeno fue en promedio de 1700 kilos por hectárea.
En soja, en cambio, el 70% de la variabilidad de los resultados estuvo asociada a decisiones técnicas vinculadas a la genética y fecha de siembra. “Siendo tan baja la frecuencia de fertilización en soja, es esperable la ausencia de variabilidad en relación con este factor. Aun así, la fertilización fosfatada relevada tuvo una respuesta significativa e independiente del nivel de fósforo en el suelo a la siembra”, indicó el estudio.
En el cultivo de maíz, en la región Centro, son frecuentes los rendimientos promedio de 9500 kilos por hectárea cuando se alcanzan niveles de nitrógeno cercanos a 140 kilos por hectárea y en fósforo se obtienen respuestas medias de hasta 47 kilos por hectárea ante la aplicación de fuentes fosfatadas por debajo de niveles de 25 partes por millón de fósforo alcanzado.
“El estudio nos muestra, por ejemplo, que en los últimos años los productores aprendieron mucho de plagas y malezas, porque es de lo que más se habla, en cambio aún hay mucho camino que recorrer en cuestiones de implantación de cultivo y fertilidad, cuyo impacto en la productividad final es altísimo”, señalóTronfi.
Evelina Rolla, coordinadora de Marketing de Yara, consideró que “lo más interesante es que luego de la fase de relevamiento, análisis y diagnóstico, esta información permite desarrollar propuestas de manejo de fertilización que se ajusten mejor a la realidad del productor. Es preciso ir más allá del nitrógeno y el fósforo porque hay otros nutrientes que tienen impacto en la producción, así como también evaluar qué fuentes de fertilizantes utilizar, porque es fundamental pensar en la sustentabilidad del sistema, donde el recurso suelo es un actor protagónico”.
“Hay que empezar a tomar decisiones con datos y no por lo que hace el vecino, esta investigación nos confirma que al que trabaja con tecnología le va mejor y ahora incluso tenemos medido cuánto mejor”, aseguró Tronfi.