Con mucha razón solemos hablar de las indudables ventajas de la Empresa Familiar y ponderamos el empeño con que las familias empresarias hacen evolucionar su negocio que a la vez es el fundamento de su patrimonio familiar. Esta idea positiva de la Empresa Familiar ha derivado en cierta noción edulcorada sobre las condiciones en que familia y empresa se vinculan e influyen recíprocamente.
Sabemos que la Empresa Familiar es la conjunción de dos sistemas sociales en principio independientes pero mutuamente conectados (la familia y la empresa), y que cada uno de ellos tiene su propia estructura, reglas de funcionamiento, metas y relaciones con el entorno.
Lo interesante es que como si fueran hermanos siameses los eventos principales que le sucederán a uno también serán procesados de alguna manera por el otro. Cada sistema vivirá ese evento con sus propias reglas y producirá sus propias respuestas cuyos efectos se verificarán en ambas estructuras paralelamente. Además, tanto la familia como la empresa evolucionan paralelamente, cada cual bajo las reglas de su propia naturaleza.
Es la familia la que debe comprender que tiene un rol como propietaria de una empresa y aprender a ejercerlo positivamente. Pero todos sabemos que este no es un asunto meramente racional: nadie es tan quirúrgicamente frío como para tratar los asuntos de familia sin un cierto compromiso emocional.
Sabemos que mezclar sentimientos familiares e intereses económicos suele ser complicado y que muchas veces el experimento termina mal. Los sinsabores de esas experiencias afectan tanto a la empresa como muy particularmente a la familia, al punto tal que conflictos mal resueltos literalmente destruyen relaciones entre hermanos, primos, tíos, etc.
Uno de los conflictos más frecuente es cuando la Empresa Familiar deja de generar la suficiente renta que la familia necesita para sostener su nivel deseado de vida. Todos sabemos que las demandas de la familia, salvo raras excepciones, tienden a crecer en el tiempo, en cambio los negocios no siempre crecen suficientemente para nutrirlas. El descalce entre el aumento de las demandas financieras de la familia y las posibilidades de generación de renta del negocio habitualmente desemboca en una crisis.
En esos casos es natural esperar una fractura en la composición de la Empresa Familiar: habitualmente una parte de la familia sigue vinculada a la propiedad y otra se abre y busca nuevas fuentes de renta. Este proceso de escisión comúnmente se denomina “podar el árbol” y suele ser doloroso y litigioso.
Ya sea ante la “poda de árbol” o ante situaciones equivalentes la tensión que se ejerce sobre las relaciones familiares suele ser alta y pone a prueba la verdadera cohesión familiar. La experiencia indica que las familias dueñas de Empresas Familiares exitosas han desarrollado cierta capacidad para lidiar con estos naturales conflictos de interés. Aprender a desarrollar esta cualidad es uno de los bienes más valiosos que destaca a las buenas Empresa Familiar.
Esta habilidad y templanza no debe esperarse espontáneamente, es una competencia difícil de adquirir que requiere un trabajo serio y responsable de los líderes familiares para educar a todos los miembros del clan en sus responsabilidades y obligaciones comunes. Mejor vacunarse en salud que quedar indefensos ante el virus de la discordia.
Por Alejandro Larroudé