En las últimas décadas, la ganadería ovina patagónica incorporó tecnologías que mejoran la producción y hacen un uso más sustentable del ambiente. Algunos de estos cambios se lograron gracias al trabajo conjunto de productores e instituciones del sector público, como universidades nacionales y el INTA, con el objetivo de paliar la desertificación sin reducir la producción.
Los trabajos de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires –FAUBA– realizados en la Patagonia comenzaron en la década de 1950, dirigidos por Alberto Soriano, quien en 1956 publicó en la Revista de Investigaciones Agropecuarias (RIA) el primer mapa de vegetación de la región. Además de generar conocimientos, la iniciativa formó profesionales capaces de continuar las investigaciones y de transferirlas al medio productivo.
En los años siguientes, se fortaleció la interacción entre los productores de las provincias australes e investigadores y extensionistas de la FAUBA, instancia considerada fundamental en nuestra universidad, ya que el intercambio de conocimientos y experiencias con el medio productivo permite tomar contacto con los problemas reales de la producción y anticiparlos. El beneficio es mutuo, porque de estas investigaciones también nacen tecnologías compatibles con sistemas sustentables de producción desde lo económico, lo ambiental y lo social.
Una experiencia destacada es la que la FAUBA desarrolla en la Estancia Leleque –Chubut– desde 1987. Allí, los trabajos realizados permitieron mejorar sensiblemente el manejo de los campos y generar conocimientos muy valiosos para la región.
En 28 años, pudimos determinar que el manejo del pastoreo promueve la recuperación de campos con leve deterioro por sobrepastoreo, donde las especies forrajeras aún no desaparecieron. Así, desarrollamos un sistema tendiente a estabilizar la producción forrajera, que combina pastoreo rotativo en algunos potreros –con altas cargas por períodos limitados–, pastoreo con baja carga en otros y un tercer tipo de pastoreo diferido.
El objetivo de esta práctica es que los animales consuman lo mejor posible en cada cuadro, el cual luego descansa al menos un tercio de la estación de crecimiento. De este modo, su adopción nos permite lograr un sistema de pastoreo con descansos adaptable a muchas situaciones.
Con estimaciones objetivas, sabemos qué cantidad de forraje genera cada cuadro y ajustamos la carga cada tres meses, sin exponernos a prueba y error como se hizo históricamente. Los índices productivos por animal y por hectárea mejoraron, pero la mejor virtud del sistema es la estabilidad de la producción año a año, así como la disminución al mínimo del riesgo invernal, sobre todo la mortandad de animales por nevadas. Esta tecnología, evaluada de manera apropiada, puede ser adoptada por cualquier productor para mejorar su sistema productivo.
Además de investigar y formar nuevos profesionales, nuestra función como universidad pública es transferir conocimientos al conjunto de la sociedad. Por eso, fortalecemos los lazos con la comunidad agroalimentaria, con sus actores sociales y productivos y con las instituciones que realizan transferencia tecnológica, entre los que el INTA ocupa un papel de liderazgo.
Por Rodolfo Golluscio. Decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires