Hasta no hace mucho tiempo, hablar de “capital natural” o de “servicios ecosistémicos” estaba circunscripto a expertos ambientalistas, preocupados por evaluar y valorar los aportes, bienes y servicios que la naturaleza provee.
La producción de alimentos es sin dudas un servicio ecosistémico directamente ligado a la subsistencia del género humano. Sin embargo, la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio de 2005, publicada por la Organización de la Naciones Unidas (ONU), realizó una severa advertencia: “La actividad humana está ejerciendo una presión tal sobre las funciones naturales de la Tierra que ya no puede darse por seguro que los ecosistemas del planeta vayan a mantener la capacidad de sustentar a las generaciones futuras”.
El cambio climático y los riesgos de pérdida de biodiversidad son el precio evidente que estamos pagando por las alteraciones que generamos sobre el capital natural. Dentro de las problemáticas ambientales relacionadas con la producción pecuaria las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI) y su relación con el Cambio Climático son uno de los temas de mayor preocupación.
La producción ganadera bovina impacta de forma diferente según el sistema del cual deviene. Por una parte, los GEI se relacionan típicamente con el dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, el metano producido por la ganadería bovina genera más de 20 veces el efecto del CO2, mientras que el óxido nitroso del bosteo tiene un efecto 200 a 300 veces superior. A su vez, si el ganado es de feed-lot, la producción de granos conlleva otro grado de emisión por los combustibles fósiles, fertilización y transporte. A esto deben sumarse la pérdida de materia orgánica por deforestación para implantación de pasturas y forrajes y de materia orgánica de los pastizales naturales mal manejados.
La alteración del paisaje para la producción de pasturas o granos para alimentar el ganado impacta de directamente en el hábitat de las especies silvestres y se constituye en una amenaza para la biodiversidad. La ganadería de pastizales marca una considerable ventaja en términos ambientales sobre los sistemas de feed-lots y de pasturas implantadas.
La valorización económica de los servicios ecosistémicos se encuentra en un estado aún imperfecto. Esto dificulta el dar un valor monetario a bienes y servicios no transables, como la biodiversidad o la fijación de CO2.
Sin embargo, la ganadería de pastizales se presenta como una gran oportunidad para visualizar que el producto explícito, un corte vacuno, conlleva en sí mismo, otros atributos no directamente relacionados a sus características organolépticas. Es la oportunidad de demostrarle al consumidor que su elección preserva las especies herbáceas nativas y su fauna asociada. Asimismo, contribuye a disminuir la tasa de deforestación y mantener prácticamente neutro el balance entre emisión y fijación de carbono, entre otros efectos benéficos para el ambiente.
El programa Carne del Pastizal es una de las experiencias más alentadoras para comprender y valorar el concepto de capital natural. La propensión a pagar un mayor precio por parte del consumidor concientizado garantiza que se preserve el equilibrio entre desarrollo económico, sustentabilidad ambiental y equidad social.
Por eso, el gran desafío es generar información fehaciente sobre los impactos positivos, garantizar el sistema de trazabilidad que avale al producto y una correcta campaña de difusión y concientización para que el valor de los servicios ecosistémicos se transforme en precio.
Por Luis Basterra. Presidente de la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación