Pagarle a los fondos buitre en las condiciones que pretenden es completamente inviable, porque el país quedaría al borde del colapso financiero, económico y social. La rigidez argentina en la negociación con esos fondos especuladores, que muestran el lado más despiadado del mundo financiero, no parece una actitud caprichosa. Sino la única posibilidad que existe en las condiciones actuales.
Por la cláusula RUFO la Argentina no puede pagarle a los buitres un monto diferente a lo que recibió el resto de los tenedores de deuda. De hacerlo, se activarían automáticamente demandas de bonistas del mundo entero por más de miles de millones, que como serían imposibles de pagar, abriría las puertas a un nuevo default en el futuro cercano.
La cláusula RUFO cae a fin de año. Y la única posibilidad que hay hasta ese momento para evitar poner al país en un absurdo default técnico, inducido por la voracidad financiera, es que el Juez Thomas Griesa extienda el ‘stay’.
Como su nombre lo indica, los fondos buitre son como aves rapiña que esperan el momento de lanzarse sobre los países endeudado para obtener ganancias millonarias. Cuando se abrió el canje de la deuda, esos acreedores no aceptaron negociar como lo hizo el 93% de los bonistas. No aceptaron porque su modus operandi es poner a los países en situaciones extremas para cobrar el 100% de sus acreencias, sin importar el costo social de esas acciones.
Resulta llamativo que el mundo financiero continúe avalando el accionar de esos inversores voraces que tanto daño han hecho a los países con crisis de deudas.
Desde que el juez Thomas Griesa falló a favor de esos acreedores, la actividad económica interna mostró un deterioro importante. Se potenciaron los ruidos cambiarios, se paralizó la inversión, se frenó más el consumo y, en las últimas semanas, comenzaron a observarse suspensiones y algunos despidos en el mercado.
Para los fondos buitre está en juego la codicia de un grupo de millonarios, y para la Argentina está en riesgo el bienestar de un pueblo donde más del 20% de sus habitantes viven por debajo de la línea de pobreza.
Por Osvaldo Cornide. Presidente de la CAME