Este 25 de mayo se cumplirán 10 años desde el inicio del kirchnerismo en nuestro país y, como a muchos, nos sorprende escuchar que hablen de una década ganada. En aquél momento, cuando Néstor Kirchner llegó al poder, muchos pensamos que podrían venir bien los llamados “aires frescos del sur”, porque nos permitían pensar -en virtud del discurso progresista con el que llegó al gobierno- que podríamos comenzar a ver medidas de gobierno que favorecieran a los más vulnerables, y a todos aquellos que siempre habían estado postergados.
En lo estrictamente sectorial, la impronta del entonces nuevo presidente nos hacía suponer que redefiniría el sujeto agrario y lo establecería, finalmente, en los pequeños y medianos productores. Aparecía la posibilidad de que puedan hacerse realidad nuestras banderas de cambios estructurales: una agricultura con agricultores, una nueva ley de arrendamiento, el freno a la extranjerización de la tierra, una reforma tributaria progresiva, una ley que creara un instituto de colonización, una ganadería con ganaderos, una lechería con tamberos… y tantas cosas más. Iniciábamos una fuerte ofensiva para que sean éstos los principios que rigieran el gobierno de un dirigente que se presentaba como progresista, y cuyo discurso iba en ese sentido.
Sin embargo, y si bien mantuvo al llegar al poder al equipo económico encabezado por Roberto Lavagna, que fuera quien nos permitió salir del abismo después de la crisis del 2001, con el tiempo comenzaron las decepciones.
Paulatinamente vimos cómo el discurso se iba alejando de la realidad, lo que se evidenciaba en que, por un lado, no se impulsaran ningunas de las medidas que necesitábamos los pequeños y medianos productores y, por otro, no se estableciera ningún tipo de freno para detener el avance y crecimiento de los sectores más concentrados de la economía. Por el contrario, se impulsaba cada vez más el modelo Benetton, es decir que hubiera cada vez menos actores más poderosos manejando y controlando cada una de las producciones.
En este sentido, muchos de los chacareros que habíamos logrado (con un enorme esfuerzo) sobrevivir a la nefasta década neoliberal (menemista) de los ’90 perdíamos las esperanzas y constatábamos cómo progresivamente se avanzaba en el mismo camino: el de la desaparición de productores tradicionales, el de la migración de los jóvenes de los pueblos, con su consiguiente envejecimiento y la irracionalidad de que haya tantos millones de argentinos viviendo a pocos kilómetros del obelisco llenando villas y asentamientos precarios por no tener posibilidades en el interior profundo.
La llegada, luego, de Cristina Fernández no hizo más que profundizar y agudizar este proceso. Basta con recordar que a poco de asumir anunció la resolución 125, que sólo puede entenderse como un intento de enriquecer las arcas del Tesoro nacional. Una medida tomada sin ningún tipo de segmentación o diferenciación entre los distintos actores del sector agropecuario. Eso generó la reacción del campo pero también de la clase media urbana, que nos acompañó en un reclamo que dejó de ser sectorial para transformarse en una respuesta a un modo de hacer política autoritario y antifederal.
Luego de los casi 130 días de lucha, durante el 2008, y gracias a 36 senadores y al voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos, comenzó una etapa en la que, a nuestro entender, el gobierno nacional intentó tomarse “revancha” contra quienes nos paramos y les dijimos no. En nuestro caso, avanzaron con el intento de asfixiarnos económicamente, al quitarnos el manejo de las cartas de porte y los formularios 1116. Pero también arremetieron contra el Renatre, la SRA y ahora contra Coninagro.
Este gobierno se ha transformado en el mayor concentrador de la historia. Por eso seguimos reclamando. Pedimos por una agricultura con rostro humano, por los principios que nos legaron aquellos pioneros de Alcorta y que nosotros seguimos llevando en alto, más de 100 años después. También por los productores tamberos, los agricultores, los ganaderos, los de las economías regionales y por todos aquellos que, en pequeña o mediana escala, producen haciéndole frente a todas las adversidades: las climáticas, y las que provienen directamente del Estado, ya sea a través de políticas públicas (no diferenciadas) o al permitir el avance de pooles y actores concentrados que no nos permiten trabajar, al fijar precios que nosotros (por diferencia de tamaño y escala) no podemos afrontar.
Enfrentamos tiempos donde las variables económicas están desequilibradas, se pierde competitividad, hay claras distorsiones provocadas por la Secretaria de Comercio que favorecen a unos pocas corporaciones, perjudicando productores y consumidores, otra de las claras contradicciones de quienes dicen gobernar defendiendo “la mesa de los argentinos”.
En estos años, además (y para perjuicio nuestro y de nuestros hijos) perdimos calidad institucional -pese a que éste había sido uno de los ejes durante la campaña de Cristina Fernández- y vemos cómo el Ejecutivo intenta avanzar contra la Justicia, los medios, el Congreso y contra todo aquello que implique una posición crítica a esta gestión. A esto se le suma, de modo preocupante, una catarata de denuncias y sospechas de corrupción que ensombrecen a esta gestión y que no son desmentidas por sus implicados.
Así llegamos, entonces, a este 2013 en que se cumplen diez años de kirchnerismo. A nosotros nos cuesta verla como la década ganada (que pretende imponer el relato oficial), sino por el contrario, parece un tiempo en el que perdimos: derechos, oportunidades, calidad institucional, república y productores.
Este gobierno aún puede dar un giro razonable a su gestión y tomar la decisión de avanzar en el sentido en el que va su relato. Todos quisiéramos ver hecha realidad una Argentina progresista, con oportunidades para todos, en la que los 40 millones de compatriotas podamos vivir con felicidad en un país con inclusión y oportunidades para todos.