El principal objetivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) es el aumento de la producción de alimento para achicar el hambre en el mundo.
En los últimos años sus funcionarios cambiaron su visión de cómo avanzar más rápido, rechazado todas las intervenciones en los mercados, porque han asumido que la única forma de poder aumentar las producciones es que el productor reciba el mejor precio en forma directa.
Simultáneamente la FAO siempre respeta el sistema de producción que se adapta mejor a la idiosincrasia de cada país.
En los últimos 20 años, en el agro argentino han ocurrido importantes transformaciones. En los años 70, se empezó a sembrar soja. Se pensaba que la soja no venía.
A fines de los años 80 se empezó a hacer siembra directa, lo que significó la sustentabilidad de la agricultura y la ampliación del área productiva. Tierras consideradas marginales en el sistema convencional, pasaron a ser tierras aptas en el concepto de siembra directa y la evolución de nuevas tecnologías.
Se logró mayor estabilidad de las cosechas por eficiencia en el uso del agua y mejor respuesta al uso de fertilizantes entre otras ventajas.
La sinergia entre soja y siembra directa, resultó una convergencia tecnológica de alto impacto. Con la llegada de la biotecnología este proceso se acentuó, se simplificó el control de malezas y de insectos. La informática, la mejora de las comunicaciones y la profesionalización del agro aumentaron su productividad.
De acuerdo con el nuevo escenario, la productividad de la tierra está determinada por el valor de la producción que podemos generar en ella. Cada actividad agropecuaria es capaz de generar un valor por el uso de la tierra en cada cosecha.
En las circunstancias actuales el cultivo de soja ha pasado a ser la actividad más rentable y eso explica por qué la soja avanza, restando superficie a otros cultivos y otras actividades como las ganaderías de carne y de leche. La mayor productividad de la soja ha obligado a la ganadería de carne y leche, a “transformarse”, a hacerse más intensivas, pero no a desaparecer.
Por otra parte, el trigo y el maíz pasaron a ser socios de la soja en la rotación, porcentaje que podría mejorar si no fuera por culpa de las políticas del Gobierno ante la falacia de abaratar el costo de la mesas de los argentinos interviniendo los mercado del maíz y trigo.
Hoy el productor ya no es necesariamente el propietario de la tierra. La producción se articula en una red de contratos: arrendamiento de la tierra, servicios, comercialización física y futura y seguros, entre otros.
La agricultura ha ido creciendo por convergencia tecnológica, innovación tanto en lo científico y técnico como en lo organizacional.
Además ha sido importante la innovación institucional: la desregulación de la biotecnología y la propiedad intelectual, pilares de la sociedad del conocimiento.
En el modelo argentino, jóvenes agricultores, han pasado del asesoramiento, a formar sociedades (que algunos denominan pools) y a sembrar miles de hectáreas incorporando tecnología, lo que les ha permitido crecer económicamente. Por supuesto, asumiendo altos riesgos económicos, que hay que tener en cuenta.
Este es el aspecto fundamental del cambio social por medio de la nueva agricultura, la siembra directa y el trabajo en redes donde están incluidos innumerable cantidad de productores que forman las nuevas sociedades o asociaciones, muchas de ellas definidas como pooles de siembra que tanto le molesta a dirigentes y funcionarios. Sin embargo, la gran mayoría de los productores la adoptaron porque van adelante de sus dirigentes en la visión de cómo trabajar.
La nueva economía tiene tres rasgos fundamentales:
a) se centra en la información y el conocimiento, como base de la producción, la productividad y la competitividad; b) es una actividad globalizada y c) está basada en una organización en un sistema de “redes”.
Esta es la matriz de un pool de siembra, sistema reconocido en el mundo que le permitió a la Argentina aumentar su producción de granos de 30 a 95 millones de toneladas en pocos años y que se está exportando a muchos países.
Si algún dirigente gremial o político cree que el problema de la Argentina son los pooles de siembra, estamos “en el horno”. El peligro no son los pooles o asociación de los productores, el peligro es el desconocimiento de algunos dirigentes de las ventajas para los productores de juntarse en cooperativas, UTE o pooles de siembra para tener escala y atemperar los riesgos climáticos, comerciales y políticos. Este efecto, se puede observar en la nueva clase media en el interior del país.
Los pools -grandes, medianos o chicos- que mayor rentabilidad tienen son los que mejor manejan los mercados a futuro al poder captar los mejores precios internacionales cuando se toma la decisión de siembra y aseguran sus cultivos ante los riesgos climáticos.
En síntesis, es un negocio que funciona muy bien y que puede ser mejorable, modernizando el sistema de arrendamientos voluntario a más plazo para poder incrementar y mejorar la rotación y la fertilización.
La mejor defensa de los productores es educar y formar a quienes todavía no tuvieron la capacidad y la suerte de poder asociarse a otros productores, dejando los individualismos tan arraigados en el productor.
La única forma de poder competir en la nueva economía es el actual sistema de producción agropecuaria en redes, que vino para quedarse.
Por Arturo Navarro. Consultor Agropecuario.