Hace dos décadas el sistema educativo argentino era más inclusivo que el brasileño y también exhibía mejores indicadores de calidad. Pero hoy es distinto. Entre 2000 y 2009 los adolescentes brasileños mejoraron su rendimiento en esta prueba, mientras que los nuestros empeoraron (somos la única nación latinoamericana que retrocedió). Ahora Brasil se ubica por encima de la Argentina, cuando en 2000 ocurría lo contrario.
Existe en Brasil preocupación por la calidad de la educación y por eso avanzan con programas que evalúan el rendimiento escolar, para identificar las deficiencias y superarlas incluso reconociendo estímulos a los docentes que se esfuerzan por mejorar la enseñanza. Estos programas tienen en común la difusión de sus resultados por escuela y el reconocimiento del derecho a la información de los padres y asociaciones interesadas en las escuelas de su barrio o ciudad. Los resultados de los exámenes que se toman al finalizar el secundario, y que son obligatorios para ingresar a la universidad, son también difundidos junto con la información sobre el puntaje de cada escuela secundaria.
El gobierno de Lula puso también en marcha el programa IDEB, que mide la calidad de cada escuela y sistema escolar; el objetivo es “alcanzar hacia 2022 el nivel educativo de los países desarrollados”. Con el IDEB se puede verificar el grado de avance de cada escuela hacia el cumplimiento de esta meta, orientando fondos presupuestarios para estimular el mejoramiento de aquéllas. Nada de esto es posible en la Argentina, ya que la ley 26.206, sancionada en 2006, prohíbe la difusión de los resultados por escuela. Pero, si ocultamos las deficiencias, ¿cómo haremos para superarlas?
El siglo XIX fue el siglo de la escuela primaria; el pasado, el de la escuela secundaria, y éste será el siglo de la universidad. En la sociedad del conocimiento prosperarán aquellas naciones capaces de asegurar un alto nivel de calificación a sus recursos humanos: el capital humano de una nación es hoy más importante que sus recursos naturales. En las naciones que lideran el progreso económico, más del 40% de los jóvenes tienen títulos universitarios; en América latina avanza Brasil, pero aún registra 19%; en nuestro país, apenas el 14% de los jóvenes concluye el ciclo universitario. De estos 14 jóvenes cada 100 que se gradúan nada menos que 10 provienen de los niveles socioeconómicos altos y medios-altos, lo cual refleja una gran desigualdad.
El último año de la escuela secundaria en Brasil es distinto del nuestro, ya que la preocupación de los adolescentes es enfrentar una valla que debe ser superada para ingresar a la universidad y tener acceso en el futuro a un título que les permita incorporarse capacitados al escenario laboral en este difícil mundo globalizado. Por el contrario, nuestros adolescentes están liberados de tamaño esfuerzo, muchos de ellos pueden dedicar su tiempo a otras actividades más gratificantes, como el viaje de egresados, sin olvidar la activa vida nocturna. El año pasado 4 millones de jóvenes brasileños tuvieron que rendir el Examen Nacional do Ensino Medio (ENEM); aprobar el ENEM es requisito para poder ingresar a la universidad, pero además es un indicador de la situación educativa de cada una de las escuelas secundarias porque sus resultados, agrupados por cada escuela, son de libre acceso por Internet.
Nuestro vecino tiene requisitos más estrictos para ingresar a la universidad, pero así y todo se gradúan más profesionales que aquí. La explicación es que en Brasil se gradúa la mitad de los ingresantes, mientras que en nuestras universidades estatales, menos de la cuarta parte. En Brasil se gradúan anualmente 826.000 universitarios; en la Argentina, 98.000, lo que significa que en proporción a cantidad de población, en Brasil se gradúa un 75 por ciento más de universitarios.
Alguien podría argumentar que los brasileños son “elitistas”, mientras que nosotros sacrificamos calidad para ganar en inclusión social al facilitar un mayor acceso a los niveles superiores educativos. La fórmula que se presenta como eficaz para lograr este meritorio objetivo de la igualdad de oportunidades es ausencia de las limitaciones de exámenes generales al finalizar el secundario, pero nuestra receta no sirve, simplemente porque la mayoría de los pobres no concluye el ciclo secundario. La igualdad de oportunidades no se logra suprimiendo exigencias sino promoviendo la calidad y la inclusión; nunca tendremos más y mejores graduados universitarios si no fortalecemos los niveles primario y secundario.
Mientras entre 1990 y 2009 la graduación universitaria en nuestro país se duplicó, en Brasil casi se cuadruplicó. Tenemos pocos graduados universitarios y, al mismo tiempo, somos una de las pocas naciones que no aplican exigencias estrictas al ingreso a la universidad. Es necesario implantar un examen general como requisito para ingresar a la universidad estatal o privada, con difusión de los resultados por escuela secundaria. No se trata de limitar sino de ayudar a los jóvenes a ingresar al difícil mundo globalizado, a través de la cultura del esfuerzo y la dedicación al estudio. No es fácil para un país en desarrollo progresar económicamente sin prestar atención al nivel educativo de su población. La acumulación de capital humano bien capacitado, particularmente en las áreas científicas y tecnológicas, es hoy un requisito para fortalecer el proceso de inversión productiva. Si una nación emergente quiere superar la etapa primaria productiva, caracterizada por bajos salarios y la simple exportación de materias primas minerales o agrícolas con escaso nivel de valor agregado por la industrialización, tiene que apuntar a mejorar el nivel de conocimientos de su fuerza laboral, o sea tiene que invertir en acumular capital humano.
Esto está siendo entendido en Brasil, donde se está implementando el programa Ciencia sin Frontera, cuya meta 2015 es tener 100.000 graduados universitarios estudiando en las mejores universidades del mundo. El gobierno brasileño ha definido las siguientes áreas prioritarias para este masivo programa de becas: biotecnología, ciencia oceánica e ingeniería de hidrocarburos. Esta elección de áreas no es arbitraria, ya que apunta a sectores productivos de gran potencial en Brasil. El costo de este programa de posgrado es de 1700 millones de dólares, de los cuales la cuarta parte será aportada por empresas y el resto, por el gobierno. El programa ya está en ejecución: las universidades norteamericanas recibirán 20.000 estudiantes; las del Reino Unido, Alemania, Francia e Italia recibirán entre 6000 y 10.000 cada una. Para apreciar la gran importancia de esta iniciativa de la presidenta Dilma Rousseff, señalemos que hasta ahora no eran muchos los estudiantes brasileños en universidades extranjeras (por ejemplo, apenas 9000 en los Estados Unidos). Recordemos que hace varias décadas Brasil tuvo que acudir a profesionales extranjeros para encarar la exploración petrolera, la investigación agropecuaria y la industria aeronáutica. En estas áreas Brasil es hoy una nación líder. Claro que para avanzar en la capacitación profesional de los posgrados primero hay que avanzar en los niveles universitarios, lo cual exige previamente fortalecer nuestra deficiente escuela secundaria.
*Economista