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Qué campo se necesita

Hay políticas, hay incentivos y verdaderos planes estratégicos para, por ejemplo, manejar los déficits o los excesos de agua con la mayor eficiencia posible.

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Es cierto que contingencias climáticas como la actual sequía, o la del 2008/09 no son evitables, como tampoco los tornados, tifones o temporales que, con distinta suerte, asolan periódicamente a diferentes partes del globo.

Sin embargo, mientras en los países en desarrollo tales contingencias diezman ciudades enteras y se cobran infinita cantidad de vidas humanas, en los desarrollados, aunque las pérdidas económicas son grandes, las muertes son pocas o ninguna, y la recuperación de la actividad productiva es casi inmediata.

La diferencia radica nada más y nada menos que en las previsiones que se toman en unos y otros, y en el nivel de preparación oficial (que incluye fondeos, planes especiales, herramientas estratégicas, etc.) con que cuentan los más desarrollados.

Además, también el sector privado está allí mucho más preparado, con más obras y más tecnología para hacer frente a semejantes situaciones.

Hay políticas, hay incentivos y verdaderos planes estratégicos para, por ejemplo, manejar los déficits o los excesos de agua con la mayor eficiencia posible.

¿Qué sería de Holanda que, en promedio, está 6 metros por debajo del nivel del mar si sólo dependiera de la “mano de Dios” para que no se inunden sus tierras?
Sin estrategias o previsiones, seguramente no se hubiera convertido en una potencia láctea, frutícola y florícola como lo es hoy.

De la misma manera se podría opinar de Estados Unidos, con el Valle de California, ubicado entre el desierto y el Pacífico, hoy convertido en potencia alimentaría de ese país gracias a los sistemas de riego.

Lo mismo ocurre con Israel que con apenas 250 milímetros anuales de precipitaciones en las zonas donde más llueve, fue capaz de “romper” el codiciado mercado de primicias de la Unión Europea al aplicar el más que eficiente riego por goteo (como para no desperdiciar ni una gota), entrando así en Europa con sus frutas y hortalizas antes que los propios europeos.

¿Qué sería de Alemania si el Rhin no fuera navegable o de la producción granaria estadounidense sin el Mississippi?

Pero el ejemplo más emblemático para la Argentina, y tal vez el más “doloroso”, sea Brasil que, a pesar de sus terribles condicionamientos de clima (suelos, selva y falta de infraestructura), en menos de dos décadas se transformó en líder mundial de alimentos, y hasta desplazó a la Argentina de los mercados internacionales en productos tan representativos como la carne vacuna.

¿Cómo hicieron? ¿Se sentaron a esperar o diseñaron un plan con objetivos bien claros, y hacia ahí apuntaron todos los esfuerzos, tanto intelectuales como económicos, para mantenerlos en el tiempo?

Argentina sigue sin definir qué “país quiere ser”. Y como no lo hace, tampoco define los caminos, ni los puertos, ni las rutas para transportar las producciones, ni diseña las ciudades que a lo largo y ancho del país deberían servir para descentralizar la megaurbe de Buenos Aires, ni prepara los técnicos para hacerlo, sea lo que fuere que decidiera hacer.

China ya “produce” anualmente 5 millones de ingenieros. No pueden quedar demasiadas dudas sobre hacia donde apunta el gigante asiático.

Argentina sigue con los abogados y los contadores, que también hacen falta, pero no en detrimento de los técnicos alimentarios, los ingenieros en producción o los agrónomos, por enumerar algunos.

Se gastaron millones en esbozar un ampuloso Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), que sólo define metas de producción (poco ambiciosas) y no dice cómo se llegará a ellas ya que, entre otras carencias, contiene apenas 9 líneas sobre infraestructura, mientras los caminos están deshechos (los pocos que hay pavimentados), casi no hay autopistas, faltan redes de comunicación, energía para procesar la producción, combustible para transportarla y hasta los incipientes mercados que había casi se perdieron, como ocurrió en los últimos años con el de trigo o el de maíz.

Entonces es cierto que la sequía no se puede evitar, pero el interior aportó más de US$ 80.000 millones desde que se reimplantaron las retenciones en 2002. Con un pequeño porcentaje de semejante monto se podría haber incentivado el uso del riego y se podrían haber hecho muchas obras en lo que va de este siglo para avanzar en ese sentido: diques, compuertas, dragado de ríos, más rutas, más autopistas, más aeropuertos, más energía, más para producir.

Por el contrario, muchos productores locales se fueron con sus capitales a Uruguay, otros a Brasil, y hasta a Paraguay, en lugar de crecer más en Argentina.
No hay coberturas financieras, ni seguros suficientes para estas emergencias. Por eso, cuando ocurren desastres de esta magnitud se conmociona la economía, se resienten las cadenas de pagos y queda un tendal que se podría evitar apenas con un poco de previsión y políticas claras.

¿Legará a haber en algún momento una verdadera definición estratégica por la que se defina que clase de Argentina alimentaria se busca?

Y así, si contra toda la lógica se decide que no hay que producir más que lo estrictamente necesario para el consumo interno, entonces que se plantee clarito, y se dejan de desperdiciar tantos recursos de los privados y tantos esfuerzos en algo que, tal vez, el país no quiere.

*Periodista agropecuaria

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