Si bien los precios internacionales de los principales productos que vende la Argentina (léase alimentos) sufrieron algunos retrocesos relativos en los últimos meses en el plano internacional, igual siguen teniendo cotizaciones muy superiores a las que se registraban, por ejemplo, hace exactamente una década atrás.
Por otro lado, aunque la economía mundial se viene frenando, y algunos hasta ven la posibilidad de una recesión, sobre todo en Europa donde la situación de Grecia, y más especialmente la de Italia, amenazan con complicar fuertemente a la región y derramar sobre el resto del mundo, las previsiones indican que, tanto granos como carnes, seguirán gozando de una buena demanda (sobre todo de China y la India), que le van a permitir mantener sus valores por encima de los de otros rubros o, en todo caso, van a atenuar sus bajas.
Tanto es así que, días atrás, el presidente del Banco Central de Uruguay, Mario Bergara, aseguró en Fiel que “ahora, lo que vendemos (en la región) vale y lo que compramos se abarata”. Dicho de otra forma, las “commodities”, tan menospreciadas por algunos que aún las catalogan de “producción primaria” (queriendo simbolizar con esto la falta de “agregación de valor” versus los productos “industrializados” que, en realidad, lo que tienen es proceso), vuelven al centro de la escena. Son ahora el motor que moviliza muchas economías, al punto que en Latinoamérica, junto con el petróleo, concentran el grueso de la actividad junto con sus sectores asociados.
Y no puede sorprender, después de todo, pues hasta en el peor escenario la gente quiere comer, y en las crisis, “alimentos” pasa a constituirse en uno de los rubros de demanda relativa más inelástica.
Hasta acá, nada demasiado novedoso.
Lo distinto, esta vez, viene más por el lado del frente interno.
El cambio de signo en la tendencia mundial, el corrimiento del eje de poder lentamente hacia China y las complicaciones económicas en distintas regiones no están siendo inocuos para Argentina.
El caso es que ya no hay diferencias a favor que enmascaren errores e ineficiencia. Para algunos “se acabó el viento de cola”, los ingresos se achican, los márgenes desaparecen y cada día se hace más evidente la necesidad de corregir excesos y distorsiones que, de todos modos, en algunos momentos dan la impresión de desbordar.
El resultado es que se acelera el drenaje de divisas que va desapareciendo del sistema, mientras el Banco Central apela a sus reservas para responder a los requerimientos del público, y el dólar, contenido casi artificialmente durante mucho tiempo, ahora parece despegar buscando un nuevo piso bastante más alto.
Juntando ambos elementos el balance preocupa: menos ingreso de divisas por baja en los precios internacionales, caída en las expectativas de ingresos fiscales de exportación (retenciones) por la misma razón y disminución de las reservas locales de dólares por presión de la demanda interna se ubican hoy entre los temas centrales de la agenda, tanto política como económica.
Y en ese contexto un tanto inquietante aparece la primera gran ironía.
Es que después de años de batallar en enfrentamientos con el campo, el Gobierno llega ahora a la incómoda realidad de que, al final, será nuevamente la producción agropecuaria la que le puede dar un alivio en el corto plazo con los ingresos de dólares que le aporte la cosecha y otras exportaciones.
Es casi lo único genuino y competitivo que tiene más a mano y que, en general, no cuenta con subsidios; al contrario, aporta alrededor de US$ 9/10.000 millones en retenciones.
Pero la segunda gran ironía es que ahora que se “descubre” esta necesidad, el aporte de efectivo que podrá hacer este sector es relativo o, en todo caso, muy inferior al verdadero potencial ya que, dadas las políticas restrictivas y distorsivas que se vinieron aplicando, los volúmenes previstos no colman las necesidades oficiales por más voluntarismo que pongan algunos funcionarios o “dibujos” de números que hagan otros.
Ni siquiera la soja aumentaría su volumen esta campaña y, mientras los pronósticos oficiales quieren situarla más cerca de los 55 millones de toneladas para la recolección de abril/mayo, el Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA) ya la bajó a 52 millones, y algunos privados locales la ponen aún por debajo de los 50 millones, muy parecido a lo que ocurrió con la campaña 10/11.
El volumen de trigo va a ser por lo menos 20% inferior al del año pasado, y tampoco el maíz tendrá el salto productivo que muchos esperaban, menos todavía con el escenario inestable actual.
Conclusión: frente a un mundo económicamente complicado en el corto y mediano plazo, y con un frente interno fiscal, financiero y cambiario cada vez más complejo, el único respiro para el Gobierno va a venir del lado del campo, aunque a fuerza de caprichos, errores y malas políticas, el aporte agropecuario va a estar sensiblemente recortado respecto a su potencial.
Pero, si los tiempos lo permiten, todavía hay una chance de corregir y aumentar volúmenes, y por ende ingresos, aunque seria recién para el 2013.
* Periodista y consultora agropecuaria