La Presidenta y los opositores, desde dirigentes a analistas políticos, coinciden en sus declaraciones: hay que defender la democracia. Pregunta: ¿está en peligro? Las partes convocan al mismo acto épico pero desde dos perspectivas distintas. De un lado, el gobierno supone enemigos agazapados detrás de minorías defendidas por los medios de comunicación. Del otro lado, sostienen que la victoria abrumadora de Cristina Fernández conduce a una concentración de poder por “un tiempo incalculable”.
Dentro de dos años se renovarán la mitad de los diputados y un tercio de los senadores nacionales. Las mismas mayorías que se formaron el pasado 23 de octubre pueden ser otras en octubre de 2013: éste es “el tiempo incalculable”. El problema es que la democracia no se parece a la guerra y consiste en un largo acto de paciencia: los que ganan hoy pierden mañana y recíprocamente. No es una cruzada de fieles contra paganos sino una rotación de autoridades elegida por la mayoría de los que votan.
Esta forma bélica de enfrentar la realidad tiene en la Argentina moderna una historia lamentable que corre entre 1930 y 1983. Cada gran mayoría política –cuyas ideas por supuesto no compartíamos- era removida por la fuerza, ya que no se podía esperar el relevo normal que producen los actos electorales. Como esta fuerza no está hoy disponible existe la idea extendida que nos dirigimos al gobierno de una mayoría absoluta por un “tiempo incalculable”. Lo primero que habría que hacer es serenarse.
El planteo dramático de la realidad, tanto por parte del gobierno como de la oposición, muestra que la democracia es todavía en la Argentina una planta exótica en un suelo inhóspito. Los resultados del domingo pasado son una prueba para saber si la planta avanza en su proceso de aclimatación. Para decirlo con más claridad: muchos en el gobierno quisieran “quedarse con todo” y son muchos en la oposición los que quisieran “quitarle todo”. Los mensajes civilizados, por ejemplo, de Mauricio Macri o de Hermes Binner saludando a la Presidente por su victoria son considerados por muchos como actos de debilidad frente al poder.
La realidad dice que la democracia es, sin duda, un sistema aburrido. Se eligen cada dos años mujeres y hombres comunes que alcanzan el poder y, periódicamente, son sustituidos a través de otro proceso electoral, que vuelve a elegir otros hombres y mujeres comunes con ideas distintas o iguales.La rotación en la democracia no es un juego épico, que presupone la existencia de enemigos. Por eso más que defenderla hay que cultivarla.
(*) Director de Carta Política