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¿Y si el viento se da vuelta?

Las cosas parecen estar cambiando, y el “blindaje” del que se hacía tanta ostentación comienza a mostrar debilidades.

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Durante muchos años se dijo que la Argentina funcionaba con “viento de cola”. Tampoco importaba demasiado lo que ocurría en otras regiones, ya que la onda expansiva nunca parecía llegar a estas costas australes.

Hasta el clima fue extraño y prolongadamente benigno, al menos, en el corazón agrícola del país.

Sin embargo, de golpe (para muchos), las cosas parecen estar cambiando, y el “blindaje” del que se hacía tanta ostentación comienza a mostrar debilidades.
Ahora, aunque en forma incipiente, los distintos acontecimientos también parecen comenzar a sentirse aquí.

¿Y si la protección se acabó?

Si bien desde siempre la Argentina fue agroindustrial, en la última década esa característica se potenció fuertemente, al punto que prácticamente el Estado financió el gasto por más de 8 años con los ingresos de los alimentos en la doble vía: fiscal, por las retenciones (especialmente por el 35% de la soja), y por el ingreso de divisas, al justificar las exportaciones de commodities y de manufacturas agropecuarias, más del 55% del volumen total.

Pero el mundo está convulsionado, la economía se desacelera, arrastrada por Europa y también por los Estados Unidos. El temor a la recesión sobrevuela a los principales países del mundo.

Es cierto que China y la India aún mantienen firme su demanda, básicamente de alimentos, pero también están desacelerando su crecimiento. Además, si venden menos productos industriales y tecnológicos, seguramente también comprarán menos o a menor precio.

Por otra parte, la menor actividad económica implica menor utilización de energía, menos petróleo, pero eso también representa una baja en la demanda de biocombustibles. Esto, sumado a la caída relativa en los precios del petróleo, hace mucho menos competitivos a los productos alternativos.

En todo caso, y al igual que los elementos anteriores, se trata de factores bajistas. Dicho de otra forma, el mundo va hacia un ajuste de comercio, y los granos y otros alimentos no son la excepción.

Menor demanda = menor precio = menor ingresos.

Para completar la ecuación, cuando el dólar se revalúa (y es lo que está ocurriendo), los precios de los commodities caen.

Mal panorama, en general, pero más aún para la Argentina que depende tan fuertemente de estos ingresos, al punto que en su momento, a Néstor Kirchner en su primer mandato, se lo apodaba “el presidente de la soja”, por lo que la oleaginosa representaba – y representa- para la Administración K.

Solo hay un elemento en el tablero que podría ser el desequilibrante, y es que falle alguna cosecha importante en el mundo. Eso fue lo que se estuvo temiendo, debido a los calores extremos que soportaron las principales áreas productivas de los Estados Unidos entre junio y agosto, que causaron daños de distinta magnitud. Sin embargo, ahora, las últimas estimaciones hablan de daños menores y eso, sumado a la debacle económica europea, determinaron una serie de retrocesos en los precios agrícolas que encendieron luces amarillas en varios tableros.

Igual, aún no está dicha la última palabra. Habrá que esperar a octubre/noviembre, cuando avance la cosecha en el país del norte, para saber efectivamente cuál es el volumen final y del cual dependerá el nivel en el que se van a fijar las cotizaciones. Si es menor al esperado, entonces los precios volverían a consolidarse a pesar del “enfriamiento” de la economía mundial, pues los stocks son muy reducidos.
Caso contrario, la caída de los precios puede ser más pronunciada aún.

En ese contexto, la Argentina enfrenta un desafío adicional: el propio clima local, con una seca que se va agudizando cada vez en más áreas y que de persistir, también hasta octubre/noviembre, dejaría por el camino las pocas intenciones de crecimiento de la superficie con cultivos de verano, maíz, soja, girasol y sorgo.

Ante ese, tal vez el peor escenario: precios en baja y menor cosecha, que determinaría una abrupta caída de los ingresos del país, surge entonces una pregunta simple: ¿no habrá llegado la hora de que el Gobierno deje de lado las fuertes restricciones a la exportación que viene imponiendo y trate de aprovechar los precios que aún quedan, liberando totalmente los tonelajes para exportar que siguen restringidos?

Tal vez no quede demasiado tiempo para aprovecharlo y queda claro que, salvo alguna circunstancia realmente excepcional, la Argentina deberá preparase, a partir de aquí, para soportar “el viento de frente”, con el agravante de que el “blindaje” parece que es vulnerable…

* Periodista Agropecuaria

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