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Plan Agroalimentario: ¿solo voluntarismo?

Es sorprendente que las tan loables metas no se hayan llevado a cabo durante los más de 8 años que ya lleva esta administración y que tampoco se mencione ahora cual va a ser la fórmula para alcanzarlas.

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Finalmente, tras muchas idas y vueltas, se produjo el postergado anuncio del Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal (PEA 2), tal su pretencioso nombre oficial que, de acuerdo a lo previsto, reiteró la fórmula de las expresiones de deseos -indiscutibles- sin acercarse ni remotamente a mencionar los “cómo” se llega a ellas.

Nadie, por supuesto, va a criticar el objetivo de “aumentar la producción”, “expandir las áreas productivas”, “agregar valor en zona”, etcétera. Lo sorprendente en realidad es que tan loables metas no se hayan llevado a cabo durante los más de 8 años que ya lleva esta administración y que tampoco se mencione ahora cual va a ser la fórmula para alcanzarlas.

Semejante déficit es difícil de entender, especialmente si se considera que la propuesta oficial se lanzó a fines de 2009 (de hecho, originalmente, el lapso que comprendía era “2010-2016”, de los cuales ya pasaron casi 2 años) y ahora, a pesar de los miles de personas que viajaron y se reunieron para elaborarlo, todavía no pasa de una mera enumeración de metas que, por mucho menos de $ 180 millones, como se informó que se le asignaba a la elaboración del Plan, podría haberlo hecho el mismo INTA, y con presupuesto propio.

Y lo de “miles” de personas no es una imagen literaria o metafórica, es literal.

Según datos de la propia coordinación, en los “4 Consejos Federales” que incluye la burocrática estructura, además de 23 provincias, 53 facultades del ramo, de los organismos nacionales (INTA, SENASA, etc.), de los internacionales (CEPAL, FAO, IICA, etc.) y de las 140 cámaras empresarias, entre otros, intervinieron también 400 escuelas aerotécnicas y 1.500 docentes. “En poco más de un año se realizaron 500 encuentros provinciales de los que participaron más de 7.000 actores” (sic)…

Se podría pensar que semejante cantidad de recursos (humanos y económicos) deberían haber alcanzado para un desarrollo integral y algo más rico de la propuesta, pero parece que no.

Al menos, “la letra” que trascendió y que anunció la Presidente de la República, da cuenta de apenas 2 (dos) de los 8 (ocho) pasos que incluía el plan original. La duda ahora es si hay “algo más” o el ampuloso PEA se agota sólo en estos enunciados voluntaristas, metas teóricas de logros productivos que, en muchos casos, se contradicen totalmente con las políticas que se llevaron a cabo hasta el momento. Los ejemplos sobran, aunque probablemente el más emblemático sea el de exportaciones de carne por casi US$ 7.000 millones que proyecta para el 2020, cuando ahora ni se cumple la codiciada Cuota Hilton (en los últimos 5 períodos se dejaron de exportar casi 20.000 toneladas de esta categoría), entre otras cosas, porque se perdió más de 20% del rodeo (unas 10 millones de cabezas) que, según el trabajo, sólo se debió a ¡la sequía!, nada que ver el cierre de las exportaciones, los precios máximos, las persecuciones a productores, consignatarios, frigoríficos, etc. La culpa solo fue del clima…

Ni hablar de los 160 millones de toneladas anuales de granos que plantean para la misma fecha, el 50% de las cuales ya prácticamente se podrían estar cosechando, sólo con una política más “amigable”, menos extractiva, también menos intervencionistas y que, al menos, permitiera tener mercados; lo que ahora no ocurre, especialmente con trigo y maíz, determinándose un alarmante corrimiento hacia la soja, que fomenta la propia conducción oficial.

Y en esto no se menciona, siquiera, los más de US$ 50.000 millones por retenciones que “el campo” viene aportando por sobre la mayoría de los restantes sectores desde el 2002.

Partiendo de entonces de unos 125/130 millones de toneladas, ¿cuánto es lo que el PEA considera que va agregar la tecnología? Porque hasta ahora ese crecimiento vertical viene siendo geométrico y nada indica que se vaya a detener, al contrario. Sin embargo, hablan del crecimiento horizontal y de ampliar la frontera agrícola “agregando” 8 millones más de hectáreas a la producción.

En ese caso, la Presidente Cristina Fernández instintivamente tuvo razón: “¿por qué no 200 millones de toneladas en lugar de proyectar 160?”. Sin duda, la cifra es mucho más consistente con lo que puede ocurrir técnicamente en el mundo en la próxima década.

Claro, el tema en realidad depende de cuál será la política interna que se aplique pues, por lo ocurrido hasta ahora, en la década pasada se producía, entre otros, más carne, más leche, o más trigo que ahora, y eso que los precios y la tecnología eran menores.

Hay que reconocer, sin embargo, que al menos en lo dialéctico la propuesta gira radicalmente en el concepto que, hasta ahora, se había escuchado del campo y la agroindustria por parte del Gobierno.

Reconocen, por ejemplo, que se aporta más del 40% de la recaudación (cuando en la apertura de las Legislativas de marzo se sostenía que era “apenas” el 2,5%), que genera el 36% del trabajo registrado, destaca la “vocación por la productividad” y la “capacidad de asumir riesgos” de los productores, y que son “generadores de riqueza”.

Pero, simultáneamente, también habla de consolidar a “la Argentina como líder mundial agroalimentario”, algo que el país fue durante décadas, aunque en los últimos años no pudo siquiera abastecer de trigo al mercado cautivo, y vecino, de Brasil a causa de la caída de producción.

Para el PEA, la mayoría de los indicadores productivos y de exportación tendrían crecimientos sorprendentes (200%, 300%, 400% y aún más), lo que según afirman, permitiría casi duplicar el total de exportaciones del complejo agroindustrial de US$ 39.358 millones a US$ 99.710 millones en 2020 (así de exacto).

Sin embargo, no explica en función de que se daría semejante crecimiento, cuáles serían las correcciones a la actual política, con qué financiación, con qué esquema tributario, con qué inserción en el mundo, y especialmente, con qué energía (eléctrica y combustible) y con qué infraestructura se lograría semejante cosa, incluyendo los 8 millones de hectáreas adicionales para la producción. De hecho, el tema infraestructura mereció 8 líneas en las que se concluye que se deberá trabajar con otras áreas del gobierno (¡!).

Hay otras sorpresas como el casi estancamiento que prevén para el sector forestal, uno de los más expectantes internacionalmente, debido a los extraordinarios índices de crecimiento vegetativo que presenta la Argentina en la mayoría de las especies.

Algo similar se ve con muchos de los rubros frutícolas.

Las perlitas de todo tipo son casi infinitas a lo largo de las poco más de 100 páginas de este tramo, copiosamente ilustrado con mucho dibujito, croquis y no pocas fotos impactantes.

Seguramente irán apareciendo otras entregas donde se complete la información faltante para entonces poder evaluar si el PEA es en definitiva un verdadero proyecto estratégico para el país o apenas una enunciación voluntarista de buenos deseos, muy acorde a los tiempos pre-eleccionarios que se viven.

* Periodista y consultora agropecuaria

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