Los profesionales, cuentapropistas y empleados que viven de un ingreso más o menos fijo ‘lo que se conoce como clase media’ al momento de acceder a una vivienda deben competir con aquellos que tienen mucho dinero y que compran los mejores departamentos o bien los adquieren a modo de inversión. Si bien siempre existirá una brecha importante entre ambas realidades, la disponibilidad de créditos hipotecarios accesibles y de ingresos reales sólidos permitiría a la clase media acceder a una vivienda para descomprimir así el mercado de alquileres e impulsar al sector inmobiliario. Pero si los ingresos en dólares son africanos y al momento de solicitar un crédito sólo califican aquellos que no los necesitan, entonces sólo cabe esperar un problema de vivienda enorme con precios de alquileres altísimos y demanda insatisfecha.
En el sector agrícola ocurre un problema similar. Los jugadores más fuertes ‘grandes empresas, fondos de inversión agrícolas, pooles de siembra’ tienen dinero suficiente para alquilar (y eventualmente comprar) los mejores campos, mientras que los pequeños y medianos productores ven cómo el valor de los arrendamientos agrícolas se aleja cada vez más de sus presupuestos (más de la mitad de la superficie agrícola argentina es arrendada y en la actualidad el alquiler es el principal costo de producción en el sector). Si bien siempre existirá una brecha importante entre ambas realidades, la disponibilidad de créditos accesibles para capital de trabajo y de ingresos reales sólidos permitiría a las Pyme agropecuarias acceder en mejores condiciones al alquiler de campos o bien contar con fondos suficientes para montar tambos o corrales de engorde de hacienda o lo que fuere. Pero si los ingresos son bajos porque los precios internos de los granos, la carne y la leche fueron destruidos por el Gobierno y los créditos son inaccesibles, entonces sólo cabe esperar una concentración de las inversiones en la actividad menos riesgosa ‘el cultivo de soja’ y que los valores de alquileres sean altísimos con demanda insatisfecha.
Si la Argentina fuese un país normal, en estos momentos estaríamos discutiendo cómo hacer para que el mercado de arrendamientos agrícolas no se transforme en un coto de caza de los grandes jugadores, de manera tal que el crecimiento de éstos sea simultáneo ‘y no contraproducente’ al crecimiento de los pequeños y medianos empresarios agropecuarios.
Acceso a mercados. En estos días el discurso político oficial está orientado a considerar la exportación de granos como una actividad menor, sin advertir que ‘gracias a la biotecnología’ en un poroto de soja puede haber tantos años de investigación y tecnología como en un teléfono celular. Además, lo crucial no es qué se exporta, sino que lo que se exporte se produzca al costo más bajo posible y que se venda al mejor precio posible en diversos mercados con demanda creciente.
Pero supongamos que la semana que viene los paradigmas del presente siglo colapsaran y que, por una de esas casualidades, regresáramos por un agujero de gusano hacia la década del 60 del siglo pasado; si ese fuera el caso, y preguntáramos si es más conveniente exportar grano de soja o milanesas de soja, la respuesta obvia sería la segunda opción.
Todo eso está muy bien, salvo por un pequeño detalle. La mayor parte de las naciones imponen escasas restricciones al ingreso de productos sin procesar, mientras que para aquellos procesados ‘como podrían ser las milanesas de soja’ establecen una extensa serie de requisitos y escalas arancelarias tendientes a desalentar la importación de tales productos. La única manera de solucionar ese inconveniente es realizar acuerdos de libre comercio con nacionales complementarias ‘que necesiten lo que uno produce y viceversa’ para asegurar que las inversiones en determinados productos elaborados tengan acceso seguro a diferentes mercados externos (tales acuerdos, obviamente, son recíprocos: se obtienen preferencias para exportar algunos bienes o servicios a cambio de reducir restricciones para importar otros bienes y servicios de la nación con la que se realiza el acuerdo). De lo contrario, sin la seguridad que brinda un acuerdo de libre comercio, se podrán producir todas las milanesas de soja que uno quiera, pero al momento de exportarlas tal vez no haya dónde venderlas; o tal vez sí se puedan colocar en algunos países, pero si el día de mañana en los mismos aparece alguien que quiera empezar a producirlas, hará lobby con el funcionario de turno para cerrar la importación y se acabó el negocio.
Futuros. En los últimos veinte años, muchas de las grandes medidas económicas tomadas por los diferentes gobierno se instrumentaron sin tener en cuenta el impacto que las mismas tendrían en los mercados de futuros agrícolas, sin advertir que los mismos son cruciales para planificar el negocio de la producción de granos y cubrir parte de los ingresos por recibir para reducir así el riesgo de posibles pérdidas. Un empresario agrícola sabe a qué precio produce, pero desconoce ‘al momento de sembrar’ a qué precio final terminará vendiendo sus granos. Pero con un uso adecuado de los mercados de futuros, además de obtener información sobre el valor esperable por recibir luego de la cosecha, el empresario puede vender parte de su producción probable por adelantado para asegurarse un ingreso determinado.
Si la Argentina fuese un país normal, estaríamos evaluando alternativas para fomentar el crecimiento de los mercados de futuros ‘y no sólo de granos, sino también de hacienda, leche y fletes, por ejemplo’, además de implementar herramientas para que la mayor parte de los productores puedan acceder a los mismos con el menor costo posible. Tal estrategia sería central, porque al brindar sustentabilidad a los ingresos de los productores agropecuarios, el Estado se aseguraría una mayor estabilidad en la recaudación impositiva.
Ezequiel Tambornini
(artículo publicado en la edición de hoy de El Federal)