El teléfono sonó en el despacho del presidente ucraniano Viktor Yushchenko. El primer mandatario escuchó el mensaje dicho en un inglés americano: “El importante paso que han dado creará una disponibilidad adicional de granos para el mercado global, en un momento crítico. Ucrania está haciendo una significativa contribución al esfuerzo mundial por solucionar la actual crisis alimentaria”.
Quien así hablaba era el ex secretario de Comercio de los Estados Unidos y actual director del Banco Mundial, Robert Zoellick, y su llamado guardaba relación con la decisión del Yushchenko de levantar las restricciones que pesaban sobre las exportaciones granarias.
Este país del Mar Negro es un mediano productor de trigo y girasol. Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, para esta campaña 2007/08 produjo 13,90 millones de toneladas (Mt) de trigo, pero el saldo exportable apenas treparía a 500.000 toneladas. Sin embargo, en un mercado tan ajustado como el actual, liberar apenas este volumen conmueve al mundo.
“Estamos solicitando a los países que no prohíban las exportaciones para tratar de proteger su oferta interna. Estos controles levantarán los precios y dañarán a la gente pobre alrededor del mundo”, sostuvo Zoellick. La primera década de este siglo ha generado un vuelco impensado enel comercio mundial de productos agropecuarios.
Durante los 80 y los 90, el crecimiento de la oferta superaba al de la demanda y los precios bajos reinaban sobre los granos.
Pero el desarrollo económico sostenido en países de grandes poblaciones, como China y la India, hicieron que, en el nuevo siglo, el crecimiento de la demanda supere al de la oferta.
Con el fin de no importar inflación, proveedores globales de cereales y oleaginosas como la Argentina comenzaron a aplicar un sistema de desincentivos a la exportación como cuotificación (carne vacuna), aranceles(cereales y oleaginosas) o incluso cierre temporario de las ventas externas (trigo, maíz).
De manera que en el mundo de las negociaciones internacionales, por el comercio agrícola se está pasando de una situación donde los países proveedores pedían el desmantela miento de los subsidios de los países ricos, porque deprimían los precios, a un escenario donde los importadores cuestionan a sus proveedores por las limitaciones al abastecimiento.
“De ahora en adelante es posible que los países exportadores tengan que cuidar mejor los instrumentos que utilicen para limitar sus exportaciones”, sostiene el director del Instituto para las Negociaciones Agrícolas Internacionales, Ernesto Liboreiro, en su último boletín. “La Argentina debe tratar de evitar que los países desarrollados quiten esos instrumentos de política”, afirma.
De hecho, en las últimas semanas se percibe una avanzada de líderes provenientes de los países desarrollados y de las organizaciones internacionales, súbitamente a favor del libre comercio agrícola.
“Nadie debe desconocer que los países descansan en un comercio abierto para alimentar a sus pueblos”, disparó recientemente el presidente del Fondo Monetario Internacional, el socialista francés Dominique Strauss Khan.
En lo que es una increíble vuelta de tuerca, ahora son los europeos quienes reclaman libre comercio agrícola.
“Pero ya estamos viendo acciones, a escala nacional, como recortes a las exportaciones de alimentos que generan un daño global. Completar la ronda Doha (de la OMC) resultaría una importante ayuda, en la medida que reduciría las barreras al comercio y reforzaría el comercio agrícola mundial”, sostuvo Strauss Khan.
También el secretario general de las Naciones Unidas, el coreano Ban Ki Moon, se sumó al coro de quienes bregan por el libre comercio. “Varios gobiernos han implementado prohibiciones a las exportaciones y controles de precios en los alimentos, distorsionando los mercados y generado desafíos al comercio”, sostuvo en un artículo titulado El Nuevo Rostro del Hambre.
Más duro aún, el secretario de Comercio de la Unión Europea, Peter Mandelson, sostuvo que la OMC “debería presionar a los países productores de alimentos para que mantengan sus exportaciones a fin de impedir un empeoramiento de la crisis alimentaria global”.
Esta crisis ha provocado un realineamiento de las políticas. Ahora los países bajan sus aranceles de importación y suben los de exportación.
Desde este año, China grava con 20% las ventas al exterior de trigo, cebada y avena, y con el 5% las de arroz, maíz y soja. En tanto, la harina de trigo tributa el 25% y la de soja el 10%.
Rusia hizo exactamente al revés: subió las retenciones del trigo de 10 a 40%, mientras que mantiene en 0% las de harina.
Una derivación de la coyuntura es la mayor aceptación de granos transgénicos, por parte de países que hasta el presente se mantenían muy quisquillosos. Incluso Japón, uno de ellos, anunció la creación de un departamento especial para atender la “seguridad alimentaria”.
Yendo al plano local, la problemática que envuelve la relación entre el campo y el Gobierno está directamente relacionada con la situación global.
De visita en la Argentina, el premio Nobel de Economía, y de muy buena relación con el Gobierno, Joseph Stiglitz, dijo que las retenciones permiten desacoplar los precios internos de los externos y generar ingresos que el fisco puede redistribuir.
Así planteado, el panorama que enfrentarán los productores argentinos para esta nueva campaña 2008/09 estará directamente vinculado a una situación mundial, donde las restricciones al comercio pasó a estar del lado de los oferentes.
Javier Preciado Patiño