“Tenemos que maximizar la producción de materia seca, expresada como grano, por milímetro disponible”, me decía en estos días, palabras más, palabras menos, el presidente de Aapresid, el productor Jorge Romagnoli.
Este concepto comienza a imponerse en el pensamiento de la tecnología agronómica, atravesando distintos acercamientos que a ella se puedan tener.
La idea es que el agua que cae en el lote no se pierda por evaporación ni por escurrimiento, sino que infiltre al perfil y sirva para producir la máxima cantidad posible de materia seca. El doble cultivo y la intersiembra son dos herramientas que ayudan a lograr ese objetivo.
Dos días antes que Romagnoli me hiciera este comentario, Jaime Kigel, investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalem, había estado en Buenos Aires disertando sobre innovaciones en biotecnología.
Su presentación, de la cual damos cuenta en esta edición de Infocampo, se relacionó a la ingeniería genética orientada a mejorar la eficiencia en el uso de agua.
No por casualidad el moderador de ese panel era Carlos Pérez, del comité científico de Bioceres, la empresa de desarrollos biotecnológicos creada por miembros de Aapresid. Entre otras innovaciones, Bioceres está trabajando en obtener cultivos resistentes a la sequía.
Para los oídos argentinos podía llamar la atención en la presentación de Kigel, que su trabajo se orientara a los cultivos intensivos como el pimiento, el tomate o los florales, en vez de a los extensivos.
La razón de que esto sea así hay que buscarla en la rentabilidad del milímetro aplicado.
Es que en las regiones áridas es antieconómico regar cultivos extensivos. Cuando el agua se convierte en un factor limitante, entonces su uso empieza a racionalizarse.
Esto es lo que está haciendo China, donde según los analistas del Economic Research Service de los EE.UU., la demanda está superando a la oferta.
Es que además del uso agrícola hay que tener en cuenta el consumo humano e industrial.
Entonces, los planificadores buscan producir aquellos cultivos que maximicen el beneficio económico por milímetro de agua aplicado y estos son los cultivos hortícolas, frutales o florales, y no los commodities.
De ahí surge el concepto de agua virtual, término adoptado a partir de 1994 para hacer referencia al agua necesaria para producir distintos alimentos.
Por caso, un informe de 2004 del World Water Council indica que para producir una tonelada de trigo se requieren 1.160 metros cúbicos de agua, mientras que para una de soja se necesitan 2.750.
Vale decir que cuando China importa 34,5 millones de toneladas (proyección del Usda para 2007/08) en verdad está comprando los 94.875 millones de metros cúbicos de agua que hicieron falta para producir ese volumen de soja.
Por medio de los alimentos, lo que hacen las naciones en verdad es una enorme redistribución de las lluvias y las aguas de las que disponen para su agricultura.
Nuevamente, según el World Water Council, el comercio mundial de alimentos equivaldría a la redistribución de unos 1.000 a 1.350 kilómetros cúbicos de agua.
En definitiva, la propuesta de Romagnoli de la intensificación de la rotación tiene que ver con este gran comercio mundial de agua por un lado, con la rentabilidad del milímetro disponible y con la necesidad de satisfacer una dieta humana que cada vez es más exigente en agua.
Es que si para producir una tonelada de soja se requieren 2.750 metros cúbicos de agua, para producir una de carne porcina o aviar se necesitan 4.100 a 4.600. Pero para una de carne bovina, el volumen requerido trepa a 13.500 metros cúbicos.
Otra forma de ver esto es diciendo que mientras que la dieta de un estadounidense promedio contiene 5,4 metros cúbicos de agua virtual, la de un vegetariano contiene 2,6 metros cúbicos.
De manera tal que el cambio del hábito alimentario de los habitantes de países en desarrollo hacia dietas con más participación de la carne implica un mayor consumo de agua.
Javier Preciado Patiño